25 de marzo de 2017

“Elegidos como David por la unción divina, elijamos vivir en la Luz, abandonando las obras tenebrosas de la ceguera espiritual”

Desde que Dios en la creación del mundo separó la luz de las tinieblas, asistimos a una pugna universal.
En efecto, el Creador llama a toda criatura inteligente a vivir desde y en la luz que de Él proviene. Sin embargo no pocos ángeles, despreciando el don de Dios y envidiosos de la grandeza del ser humano, por la encarnación del Verbo, se ensoberbecieron contra Dios prefiriendo las tinieblas, y sepultados en el infierno para siempre, buscan  arrastrar al hombre creado para la luz, a su fracaso miserable.
El texto del evangelio (Jn. 9, 1-41) es una expresión concreta de esta lucha permanente entre el maligno y sus seguidores que habitan en la oscuridad de su alma y, quienes aunque más no sea a tientas, buscan al Señor de la Luz, conscientes de su pequeñez.
El ser humano por el pecado de los orígenes nace a este mundo en un estado de ceguera interior que sólo despeja con la acción de Cristo ya que su gracia nos eleva nuevamente a la luminosidad de hijos de Dios.
Para ello es necesario la conversión interior de cada uno, porque aún la recepción del bautismo no es un seguro de vida para todos y cada uno, y esto porque nos pocas veces acontece que el hombre se niega a vivir en la luz de Dios prefiriendo la oscuridad del pecado.
Precisamente al celebrar el día del niño por nacer con ocasión de la Anunciación del Señor, cuando el Hijo de Dios se hace hombre, comprobamos cómo continúa en nuestra sociedad la ideología de la aniquilación de los más débiles, y esto instigado por el maligno que odia al hombre por su grandeza creatural.
Sabemos que en nuestra provincia de Sante Fe, desde hace algunos años, el Estado mismo fomenta y subvenciona el aborto institucional, como  brazo ejecutor del padre de la mentira, promoviendo a los profesionales que secundan esta macabra tarea y hostigando a los defensores de la vida, con la intención de que éstos, de ser posible, no progresen como profesionales de la salud y de la vida.
Lamentablemente no pocos que se dicen católicos, con falsas razones de “obediencia debida al partido” apoyan esta mentalidad, o hacen la vista gorda, renunciando a vivir su condición de católicos y aún de personas de bien, como lo es todo aquel que protege la vida y bendice a Dios por el don inestimable que es la presencia de un hijo, llamado así a participar de la mesa de la eternidad.
De allí que sea más actual en estos días lo que dijera Jesús al curar al ciego de nacimiento “He venido a este mundo para un juicio: para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven”.
En efecto, los que ciegos por el pecado se dejan iluminar por Jesús y se convierten desde  la fe, recobran la visión y contemplan la verdad, mientras que quienes se creen ser los “iluminados” por estar a tono con los engaños del demonio, permanecen en la oscuridad de su pecado, cumpliéndose lo afirmado por el Señor, “si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: Vemos, su pecado permanece”. 
Como dijera en varias oportunidades, no olvidemos que quienes viven en las tinieblas sin reconocerlo, más aún, afirmándose más en ellas, manifiestan su odio a la fe católica cada vez que tienen oportunidad de hacerlo, siendo uno de los tantos momentos el ufanarse por las muertes de niños no nacidos, porque es ésta una muestra de su repulsa a la humanidad de Cristo.
Quienes creemos en Jesús, Luz del mundo, conscientes de nuestras debilidades, hemos de vivir la existencia cristiana siempre desde la fe, en continua conversión, haciendo nuestras las palabras de san Pablo (Éf. 5, 8-14) “Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz”.
Comportarnos como hijos de la luz exige que tengamos como meta de vida el “discernir lo que agrada al Señor”, es decir, eligiendo siempre lo que conduce a la alabanza divina y al servicio de nuestros hermanos, especialmente de los que necesitan ser ayudados a descubrir la iluminación interior tan necesaria en lo cotidiano.
San Pablo muestra el camino de la iluminación interior por Cristo al describir cuáles son los frutos: “la bondad, la justicia y la verdad”.
Si  por sus frutos es reconocido el árbol bueno, también el ser humano cuando sea una manifestación clara de bondad, realizando la justicia en cada momento y manifestando la verdad conocida, sin jamás callarla, dará fecundo testimonio de vivir en la luz del Señor.
Pero, más aún, el apóstol nos reclama que demos un paso más en este caminar en la luz de Cristo, y es el poner en evidencia las obras de las tinieblas, de allí que “no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, póngalas en evidencia” sobre todo cuanto más vergonzosas sean porque al ponerlas de manifiesto “aparecen iluminadas por la luz, porque todo lo que se pone de manifiesto es luz”.
¡Qué gran verdad es ésta! Todo lo que proviene del maligno huye de toda puesta en evidencia de lo tenebroso, porque obstaculiza el seguir engañando a los que no habiendo puesto su fortaleza en Dios están vacilantes entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal.
Queridos hermanos: el apóstol nos urge a tomar partido en nuestra vida por la luz o las tinieblas al decir: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y  Cristo te iluminará”.
En definitiva,  elegidos como David por la unción divina (cf. I Sam. 16, 1b.5b-7.10-13ª), elijamos vivir en la Luz, abandonando las obras tenebrosas de la ceguera espiritual, buscando crecer como “iluminados” por la acción del Pan de Vida.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el cuarto domingo de Cuaresma, ciclo “A”. 25 y 26 de marzo de 2017.-http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 




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