10 de marzo de 2017

“El demonio busca que el hombre olvide y desprecie a Dios, mientras el Señor concede su gracia a quien convertido, retorna a Él”


El libro del Génesis (2,7-9; 3, 1-7) nos describe la grandeza del ser humano desde el inicio de su existencia, creado a imagen y semejanza de Dios y provisto en el Edén de todo lo que necesita para su desarrollo y perfección  como amado del Creador.
El texto bíblico refiere enseguida a la presencia del maligno, ángel caído por su maldad, personificado por la astucia e insidia de la serpiente que busca desde el principio - llevado por la envidia que le provoca el amor que Dios tiene por el hombre- , de alejarlo de su Creador.
La naturaleza angélica creada también,  está por encima del hombre, sin embargo el Hijo de Dios nace en el mundo pero asumiendo la humanidad.
El misterio de la Encarnación conduce a que no pocos ángeles, se rebelen contra Dios, y condenados eternamente al mal en el infierno, busquen arrastrar a la perdición al hombre creado y posteriormente elevado a la vida sobrenatural por el bautismo. 
De allí que en la historia de la salvación contemplamos  que por un lado el demonio busca  la caída del hombre con el consiguiente olvido y desprecio de Dios, y por el otro la manifestación de la misericordia del Señor que busca al pecador y le otorga su gracia cuando se convierte y comienza una nueva vida.
El demonio pretende que se le rinda culto a él, -y por cierto que lo logra en no pocas personas-, aunque sabe que su causa está perdida ya que “Retírate, Satanás, porque está escrito: [Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto]”, como le dice Jesús en la tercera tentación (Mt. 4, 1-11).
Si contemplamos la tentación en el Paraíso (Gén. 2, 7-9; 3, 1-7) percibimos que ésta se desarrolla en medio de un diálogo suscitado por el demonio que conduce a Eva a aspirar desligarse de Dios de un modo sutil, sembrando la duda acerca de la prohibición divina, haciendo creer que nada sucederá, ya que no morirán ni sucederá cosa alguna que los perjudique, más aún, serán “conocedores del bien y del mal”. 
La posibilidad de llegar a la perfección, ya que “Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses” se presenta como un fruto “apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir el discernimiento”.
La trampa en que cayó Eva fue la de dialogar con el diablo, cosa que no pocas veces hacemos nosotros, cuando al ser tentados damos vueltas buscando razones para seguir siendo seducidos, o tratamos de justificar de antemano la respuesta favorable al pecado que estamos por conceder en lugar de cortar por lo sano como hizo Jesús.
Al caer en el engaño del demonio, éste que es “mal pagador”, obviamente no les concede el ser como dioses, sino que todo lo contrario, se denigran en su dignidad de “imagen y semejanza de Dios”, advirtiendo la desnudez de la malicia, propia de quien ha perdido la inocencia y  la amistad de Dios, y como sucede siempre después de pecar, el ser humano se esconde de la vista de Dios.
Sin embargo no todo está perdido, ya que si bien por un hombre, Adán, entró el pecado en el mundo, y detrás la muerte, también por un hombre, Jesucristo que es  Dios hecho hombre, entró la salvación.
Si en un árbol pecó el hombre, en otro árbol, el de la cruz, alcanza el ser humano el remedio de todos sus males, ya que  se le otorga la gracia y el don de la justicia, toda vez que esté dispuesto a la conversión y a  brindarse  nuevamente al Salvador (Rom. 5 12-19).
El misterio del hombre se ilumina y alcanza su verdadero sentido, en el misterio de Cristo que se devela ampliamente por la revelación.
De allí la necesidad como pedíamos en la oración primera de esta misa, de profundizar en el misterio de Cristo, ya que cuanto más conozcamos todo lo referido a Jesús, más podremos conocer el misterio de cada uno de nosotros.
Para alcanzar esta meta es necesario dejar de coquetear con el demonio, rechazar sus tentaciones y entregarnos totalmente a Jesús.
En nuestros días percibimos cada vez más arraigado en el corazón humano el  convencimiento de que somos dioses, que es atribución nuestra el decidir lo que es bueno o malo, que es posible prescindir del Creador en lo que hagamos, con total independencia suya, sin advertir que cada vez más rápidamente la sociedad se hunde enceguecida por una cultura que adora el relativismo y la impunidad más salvaje.
El ser humano ha perdido ya todo límite, transformándose el mundo en una gran selva en la que cada uno busca cómo sobrevivir a costa incluso de la destrucción de los demás.
San Agustín recuerda que en las tentaciones de Cristo toda la humanidad es tentada con los mismos pasos que siguió la del Señor, y que la victoria de Cristo augura la nuestra propia, si sabemos responder con seguridad, sin diálogo alguno como lo hizo el Señor.
Si somos tentados con la gula y afán de posesión desmedida de las cosas  y bienes temporales que ofrece la sociedad de consumo, hemos de responder “el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”,  ese alimento del alma.
Si somos tentados a la vanagloria de creernos haber llegado a la cima de la divinidad, o de pensar que podemos decidir lo malo o lo bueno según nuestro capricho, la respuesta será el reconocernos pobres creaturas necesitadas siempre de la gracia divina para obrar el bien.
Si nos pide el demonio que lo adoremos para llenarnos de riqueza y poder, responderle que sólo a Dios hemos de rendir culto de adoración ya que allí se encuentra nuestro verdadero bien.
Queridos hermanos: conociendo las argucias del demonio y la respuesta que hemos de dar a las mismas, siguiendo los pasos del Señor, busquemos la santidad de vida a la que fuimos llamados en la imitación cada vez mayor de la persona y obra de Cristo.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el primer domingo de Cuaresma, ciclo “A”. 05 de marzo de 2017.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 











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