22 de abril de 2017

“Identificados con Cristo por una muerte semejante a la suya, asemejémonos a Él por la resurrección”.

El apóstol san Pablo escribiendo a los cristianos de Roma (6,3-11) afirma  en primer lugar, que “si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con Él en la resurrección”.
En esta noche santa, Cristo que murió por nuestros pecados, ha resucitado para la gloria, para no morir jamás, realidad que se aplica también a nosotros si nos identificamos con Él, siguiendo sus pasos.
De este modo, la resurrección a la vida nueva de la gracia requiere  como condición indispensable la conversión y la muerte al pecado, identificándonos con Jesús crucificado, prologando la redención en la resurrección a la vida de la gracia.
La conversión, pues, y posterior elevación a la vida de la gracia, es el mayor signo de la eficacia de la redención en nuestras existencias.
Lamentablemente, no pocas personas quedarán insensibles ante este misterio salvador de nuestra fe, por lo que permanecerán en el pecado, en el “status” de hombre viejo, sin avizorar la transformación radical que Jesús quiere aplicar a nuestras vidas. De este modo  se cumple aquello de que si bien la redención tiene carácter universal, es decir, Cristo muere por la “humanidad  toda” y de todos los tiempos, solamente “muchos” se acogen a la salvación.
En efecto, muchas personas ante la disyuntiva de seguir o no a Jesús, y sopesando las conveniencias o no de la elección, deciden permanecer en las tinieblas, ejerciendo éstas, contradictoriamente, de luz enceguecedora que no permite descubrir la verdad que está presente en el resucitado.
La identificación con Cristo, en cambio, permite que seamos iluminados por la Luz celestial que conduce a desear intensamente la vida eterna con Dios, optando por dejarnos guiar  por el Espíritu en la senda del bien.
Cuando el creyente se acostumbra a vivir en tinieblas, en cambio, no advierte la grandeza de vivir esclarecidos por el resucitado, a no ser que enceguecidos ante la Luz del Señor, elija las maravillas que se le manifiestan.
Si por el contrario nos dejamos conducir por la Luz de Cristo, buscaremos cada día profundizar en la existencia nueva que se nos ha brindado.
En segundo lugar, en la carta a los cristianos de Roma, continúa enseñando san Pablo que “Cristo murió al pecado y ahora que vive, vive para Dios. Así también, nosotros muertos al pecado considerémonos vivos para Dios en Cristo Jesús”. Nuevamente la mención al paralelismo existente entre Cristo y nosotros los creyentes, prolongándose el misterio del Señor en el cristiano.
Así como Cristo vive para su Padre, así el creyente debe vivir para Dios.
Vivir para Dios significa que descubrimos en Él el fin de nuestro existir, que entendemos que es en Dios en quien se perfecciona la existencia humana, que teniendo origen en el Creador, retornamos nuevamente a Él después de nuestra muerte en estado de gracia.
La presencia de Cristo resucitado vuelve a interpelarnos para que sigamos por el camino de la santidad, de la amistad creciente con quien nos da su vida.
En el evangelio que acabamos de proclamar (Mt. 28, 1-10), el ángel del Señor nos dice simplemente que Cristo ha resucitado. Las pruebas tangibles son los lienzos por el suelo, el pánico de un par de soldados incrédulos y adormecidos, la roca que rueda, un gran temblor.
¡El Señor ha resucitado! La muerte ha sido vencida, llénese de alegría el corazón de cada uno de los creyentes que estamos celebrando la pascua!
El texto bíblico nos asegura que las mujeres, entre ellas María Magdalena, que habían sido fieles al Señor siguiéndolo no sólo en su vida apostólica, sino sobre todo en su Pasión y muerte de Cruz, tienen la dicha de ser las primeras en tener noticia de su resurrección a la Vida.
Todos los discípulos, con excepción de Juan, habían abandonado a Jesús. Sólo las mujeres  y Juan lo acompañaron  en su muerte, al pie de la cruz.
El Señor no se deja ganar en generosidad y manifiesta su delicadeza ante las mujeres, premiando con creces su fidelidad.
Para probar su resurrección no se manifestó al historiador, ni al emperador romano, ni a los prestigiosos sino a unas débiles mujeres a las que ni siquiera le aceptaban su testimonio en un primer momento, pero que se destacaron por la firmeza de su fe y la fidelidad en el seguimiento del Maestro.
Queridos hermanos, pidamos al Señor en esta noche sagrada ser transformados en Cristo resucitado, de tal manera que vivamos para agradarle siempre con una vida santa, fortalecidos con el alimento de la Eucaristía.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en la Vigilia Pascual del 15 de abril de 2017.- ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com;




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