20 de abril de 2017

Clavado en sus manos y pies, herido el costado y la cabeza, Jesús exclama “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

 La  primera oración de esta liturgia del Viernes Santo  recordaba que fuimos liberados de la muerte heredada de nuestros primeros padres por los padecimientos de nuestro Señor Jesucristo, pidiendo a su vez “que ya que somos imagen del primer hombre recibamos de tu gracia la imagen celestial”.

Imagen de Dios cada uno de nosotros, como el primer hombre, estamos dotados de inteligencia y voluntad libre, pero habiendo sido heridos a causa del pecado de los orígenes, fue necesario que el Hijo de Dios, por voluntad del Padre, se hiciera hombre en el seno de María, ingresando en el tiempo de  la historia  para realizar el proyecto divino de  la restauración humana.
Esta reparación  consistió en que  la inteligencia y voluntad son saneadas, y seamos elevados por la  gracia, a la participación de la vida divina.
Precisamente el texto de la pasión nos habla con imágenes y signos, con aquello que puede ayudarnos a comprender lo que significa la pasión, crucifixión y muerte de Jesucristo.
El domingo de Ramos meditamos sobre la figura de Cristo abandonado por  sus discípulos, por todos sus seguidores, incluso hasta por su propio Padre.
Y decíamos que en ese despojo que constituye la soledad total para el Dios-hombre, y para nosotros  su imagen, teníamos que advertir que nunca estábamos solos debiendo abandonarnos, aún limitados por heridas y angustias personales, en los brazos del Señor para obtener el triunfo sobre el pecado y la muerte.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” cantábamos recién en el salmo responsorial (30, 2), mientras contemplamos a Jesús clavado en sus manos, en sus pies, atravesado en su costado y en la cabeza por la corona de espinas.
Teniendo en cuenta este cuadro, se nos invita de alguna manera a entrar en cada una de estas heridas y así entender lo que significaron en la crucifixión.
Contemplando la coronación de espinas escuchamos la burla unánime de “Salud, rey de los judíos”. Las espinas atraviesan la cabeza del Señor evocando todos los pecados que tuvieron origen y siguen suscitándose en la mente, en el pensamiento del hombre. En la historia de la Iglesia estas espinas siguieron perturbando “la cabeza”, el pensamiento, la mente, incluso de los pastores, dando nacimiento a innumeras herejías y errores que buscaban eclipsar la fe verdadera y que se presentaron a lo largo del tiempo. Recordamos los pecados que comienzan en la mente humana, las traiciones, los negociados, el cúmulo de perversidades que continúan provocando tanto daño en la humanidad toda.
Y Jesús paga con esta corona sangrienta tantos pecados del hombre causados por las mentes hacedoras del mal.
Las manos son también atravesadas por los clavos, pagando Jesús por tantos pecados cometidos a lo largo de la historia por las manos del hombre.
Y así,  la manipulación de las conciencias, los robos, los pecados de lujuria, la violencia manifestación del odio y del desprecio por la vida, las manos en alto de los adoradores del diablo en los cultos satánicos, los puños esgrimidos en rebeldía contra el Creador, las manos que buscan sólo realizar el mal.
Los pies clavados a su vez tienen que expiar por tantos caminos de extravío que hemos emprendido en el pasado y seguimos no pocas veces transitando en lo cotidiano de nuestro  andar como viatores. Están presentes los atajos recorridos por alcanzar lo más fácil, por abandonar el sacrificio y la renuncia que podría habernos purificado.
¡Con qué facilidad buscamos apartarnos del encuentro con el Señor, explorando lo que nos satisface y aleja de la verdad que Él es y representa!
Por último la herida en el costado cuando la lanza atraviesa el corazón para confirmar su muerte, no vaya a ser que estuviera vivo todavía y fuera capaz de seguir amando. Es necesario matar incluso el amor que tiene por nosotros.
Pero todo intento es inútil ya que Él pidió al Padre el perdón porque supuestamente no sabemos lo que hacemos y más aún, del costado abierto surge una nueva esperanza al brotar sangre y agua.
Estos dos elementos de vida refieren sin duda alguna al agua del bautismo y a la sangre de la Eucaristía, sacramentos por los que se aplica a nosotros el misterio redentor de Jesús liberándonos del pecado el bautismo, y nutriéndonos al mismo tiempo el Cuerpo y Sangre del Señor en nuestro caminar hacia el Padre.
Seguimos viendo al Señor cargado de insultos, de desprecios, de rechazos, pero aún así, despojo humano, sigue pensando en nosotros.
Y sigue diciéndonos, como lo escuchamos en la Pasión, “el que es de la verdad, escucha mi palabra”.
Por eso preguntémonos en este día, ¿buscamos nosotros la verdad  que significa encontrarnos con el Señor y seguirlo a lo largo de nuestra vida aunque esto signifique renunciar a nosotros mismos?
¿Estamos dispuestos a dejar de lado nuestras debilidades y las  trampas que nos fabricamos para no ser fieles?
El Señor desde la Cruz nos convoca, ya muerto nos invita a esperarlo hasta que resucite para entregarnos la Vida sin fin, la Luz  que dará sentido pleno a nuestra existencia no pocas veces acechada por las tinieblas.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo. 14 de abril de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




























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