23 de agosto de 2017

“Dios sometió a todos a la desobediencia para tener misericordia de todos, ya que sus dones y su llamado son irrevocables”.

En la carta de san Pablo a los romanos (11,13-15.29-32) que acabamos de proclamar encontramos una afirmación que constituye el eje temático de este domingo señalando que “Dios sometió a todos a la desobediencia para tener misericordia de todos”.
Inmediatamente retornamos a los orígenes cuando con ocasión del pecado de soberbia del hombre que pretende elevarse hasta el Creador, superándolo si fuere posible, queda toda la humanidad sometida a la desobediencia.
Pero, como no obstante esto, al decir también del apóstol, “los dones y el llamado de Dios son irrevocables”, movido por su misericordia promete y envía a un Salvador, su propio Hijo, para que haciéndose hombre y naciendo entre los hombres, nos encaminara por la humillación de la Cruz por la senda de la salvación, reconstituyendo nuestra dignidad de hijos adoptivos.
El llamado de Dios irrevocable está dirigido a todo hombre de buena voluntad que viene a este mundo, ya que todos fuimos elegidos para ser hijos adoptivos de Dios en el Hijo Único Jesucristo, aunque dentro de lo que llamamos pedagogía divina y que conforma la historia de la salvación.
Pablo, apóstol de los gentiles, escribiendo a los romanos, señala que ellos, provenientes del paganismo, son convocados una vez consumada la lejanía del pueblo elegido, Israel, y que tiene la esperanza  “de  salvar a algunos de ellos” y esto porque “si la exclusión de Israel trajo consigo la reconciliación del mundo, su reintegración, ¿no será un retorno a la vida?”
El mismo apóstol se encargará de decir del pueblo elegido “Que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (vers. 25).
El endurecimiento de Israel, por lo tanto, dice Pablo, es un endurecimiento parcial, porque no todos los israelitas han sido endurecidos, y así será hasta el final de los tiempos, hasta que se convierta el último gentil que haya sido elegido por Dios.
Ya en el Antiguo Testamento como acabamos de proclamar (Is. 56, 1. 6-7), Dios invita al pueblo elegido a observar el derecho y practicar la justicia “porque muy pronto llegará mi salvación y ya está por revelarse mi justicia”.
A continuación destaca la inclusión en este designio “a los hijos de una tierra extranjera que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y para ser sus servidores, a todos los que observen el sábado sin profanarlo y se mantengan firmes en mi alianza”.
Todos los que son fieles, judíos y extranjeros  serán conducidos hasta “mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptados sobre mi altar, porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos”.
Jesús mismo se constituye en testigo de esta inclusión de los extranjeros en el plan salvífico  de Dios al ingresar en el territorio de Tiro y Sidón.
No se trata de un dirigirse casual ya que toda acción de Jesús tiene como finalidad  encontrarse con el hombre imagen y semejanza de Dios y liberarlo de sus miserias y pecados.
Así  aconteció en esta ocasión cuando esta mujer cananea, en proceso de fe grita “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!”.
Jesús no apura la respuesta porque no es como sus discípulos que pronto se la quieren sacar de encima ya que molesta con sus gritos.
Primero no responde, luego recuerda que fue enviado solamente a las ovejas perdidas de Israel, y de ese modo va tensando la perseverancia de la mujer, hasta que ésta reclama las “migajas” que caen de la mesa de “sus dueños”, es decir, pide lo que el pueblo elegido dejó de lado.
Y Jesús como confirmando la voluntad salvífica universal de Dios exclama “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” [Y en ese momento su hija quedó curada].
En nuestros días, estamos llamados a crecer en la fe recibida, liberándonos de las inspiraciones del maligno que pretende hacernos creer que podemos avanzar aceptando cualquier cambio que nos amolde al mundo con desprecio del Evangelio de Jesucristo.
Precisamente esta mujer cananea encontró la verdad y la paz en su vida, cuando despojándose de viejas costumbres e inspiraciones paganas, salió de sí misma y aparentes seguridades, para encontrarse con Jesús el Salvador.
Aprendamos de ella a ser perseverantes en la oración, advirtiendo que cuanto más tarde la respuesta del Señor, más crecemos en santidad de vida, ya que sólo nos apoyaremos en la roca divina, purificándonos de los impedimentos que nos apartan de la fidelidad a Dios.
Queridos hermanos, reconociendo que el llamado de Dios y sus dones son irrevocables, sintámonos amados por Él, y agradezcamos siempre que a pesar de nuestras miserias siempre es fiel a sus promesas.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XX del tiempo Ordinario. Ciclo “A”.  20 de agosto de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

No hay comentarios: