27 de agosto de 2017

“¿Quién penetró en el pensamiento del Señor?”. Sólo quien es capaz de decir de Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”

Acabamos de proclamar el texto bíblico del apóstol san Pablo (Rom. 11,33-36) que destaca la profundidad de la sabiduría divina, por la que los designios mismos de Dios son insondables para el conocimiento humano e “incomprensibles sus caminos” de manera que surge la pregunta  obligada de“¿Quién penetró en el pensamiento del  Señor?”.
La respuesta la encontramos en Dios mismo, ya que sólo Él  puede darse a conocer en plenitud, según el modo que podamos entender por cierto mientras caminamos en la historia.
Y así lo hizo el mismo Dios al manifestar que su  Hijo  se hizo hombre y entró en la historia humana para guiarnos a la eternidad.
Con la encarnación del Hijo de Dios y su presencia entre nosotros se hacen comprensibles los caminos divinos y somos elevados por la gracia divina de modo que penetremos el pensamiento del Señor.
El texto del evangelio proclamado (Mt. 16, 13-20) nos lleva a esta manifestación del misterio divino de modo que comprendiéndolo mejor podamos a su vez hacerlo conocer en el mundo.
Imaginemos a Jesús entretenido en cálida charla con sus discípulos, cuando de improviso les pregunta  a los desprevenidos oyentes“¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre?”.
Ellos responden con lo que habitualmente escuchan: “Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros Jeremías o alguno de los profetas”, incluso con repertorio seguramente cada vez más amplio.
Estas respuestas no están del todo mal encaminadas, ya que reconocen que se trataría de alguien que es enviado por Dios a su pueblo, un profeta, pero no llegan a penetrar el misterio escondido en Jesús y que hay que descubrir como medio necesario para la perfecta comunión.
Jesús impulsa el conocimiento verdadero sobre su persona preguntando a su vez “Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?”.
“Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: [Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo]”, respuesta que asombra en boca de un simple pescador, pero que adquiere relevancia cuando advertimos que no es causada por una simple impresión personal o una perfección del conocimiento humano, sino por una inspiración divina: “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”.
Dios ha querido manifestarse por su Hijo hecho hombre para que sepamos que elegidos en Él, formamos parte por el bautismo de la  única y verdadera Iglesia, presencia divina entre los hombres.
Esta única y verdadera Iglesia se edifica sobre la piedra angular y firme de la divinidad de Cristo y las doce piedras  de los  apóstoles.
El hecho que se le den a Pedro las llaves del Reino, implica como se percibe en la primera lectura del día (Is. 22, 19-23), que debe guardar la Iglesia que se le confía, confirmando a sus hermanos en la fe, permaneciendo siempre fiel a lo establecido y enseñado por el mismo Jesús Salvador, condiciones que aseguran su misión e incluso su estabilidad para no caer como Sebná.
El poder de las llaves es el mismo que Jesús entregará a todos los discípulos después de la resurrección  para el perdón de los pecados por el  sacramento de la reconciliación.
Al constituir Cristo su Iglesia, la única, se percibe su verdad precisamente en la figura de Pedro, garantía de la confesión permanente de todos los bautizados de que “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Los otros “brotes” que se han apartado de la única Iglesia en el decurso del tiempo, aún llamándose iglesias “separadas”, no expresan la voluntad explícita del Señor precisamente porque carecen de la figura de Pedro como timonel de la barca de la fe que surca las procelosas aguas de la persecución y de un mundo cada vez más olvidado de su Señor, el predilecto del Padre.
La presencia de Pedro y sus sucesores, pues, será siempre garantía de la única y verdadera Iglesia-comunidad de Cristo, aún en medio de sus debilidades.
Precisamente por ser verdadera, la Iglesia Católica estará siempre perseguida y acechada por el demonio y sus seguidores infernales, sin que nada puedan conseguir porque su fundamento firme es la divinidad del Señor.
A toda institución con tantas debilidades y pecados como acontece en la Iglesia a causa de los malos hijos que somos nosotros, le es imposible subsistir, pero en la Iglesia Católica la solidez proviene del fundamento divino, por lo que su  estabilidad está asegurada hasta el fin de los tiempos.
Nuestro testimonio y misión evangelizadora deben buscar en nuestros tiempos que se  “eleve” el concepto que el ser humano tiene de Cristo de modo que pueda darse un compromiso permanente con Él, ya que es imposible adherirse y entregar la vida por  quien sólo es percibido como un simple modelo humano, incluso aunque se lo vea santísimo.
Si decae la confesión de la divinidad de Cristo, sigue el sentimiento de que no pertenecemos a la Iglesia Católica como camino de salvación.
Por eso la necesidad de crecer y afirmar la divinidad de Cristo para que consecuentes con esta verdad, amemos a la Iglesia, aún con sus pecados y confusiones, convencidos que es santa por sus medios y sacramentos, que es universal porque está disponible para todos, apostólica porque se funda sobre los apóstoles, que es una porque como tal fue fundada por Jesús.
Pidamos hermanos crecer en el sentido de pertenencia de la única y verdadera Iglesia y dar testimonio de esta verdad hasta los confines del mundo, movidos e inspirados siempre por el Espíritu Santo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXI durante el año. Ciclo A. 27 de agosto de 2017. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







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