10 de diciembre de 2017

“La figura de Juan Bautista, recia, penitente, sobria y sacrificada, recuerda que la espera del Señor ha de resplandecer por la verdad y el bien”



 La historia de la salvación humana gira siempre alrededor de dos grandes misterios: el del pecado que  entró en el mundo por el mal uso que de su libertad hizo el hombre, y el de la gracia que Dios ofrece siempre como camino de restauración interior de cada uno, haciéndonos así partícipes de la vida divina.

Esta realidad propia de la naturaleza humana está presente siempre en la vida cotidiana, de modo que cuanto más decae el ser humano es porque está agobiado por el pecado, y  por el contrario, se engrandece, cuando es la gracia la que lo libera del mal.
En este tiempo de Adviento en el que estamos insertos, esperamos prepararnos debidamente para vencer el alejamiento de Dios que nos resulta estéril, para encontrarnos con quien nos trajo la salvación en su primera venida ya realizada, y llevará a plenitud en la segunda que se aproxima.
El profeta Isaías (40, 1-5.9-11) recuerda al Pueblo elegido que su deuda a causa de sus pecados ha sido saldada, y mirando hacia el futuro debe preparar en el desierto el camino para la venida del Mesías.
Se le anuncia desde lo alto “¡Aquí está tu Dios!”, que viene a guiar y reunir a todos para llevarlos como buen pastor al valle de la salvación.
También en nuestros días el ser humano necesita de este anuncio consolador, pero, ¿por qué se obstina tan frecuentemente en preferir la oscuridad antes que la luz, la mentira antes que la verdad, el odio antes que el amor?
Con frecuencia el ser humano, aún cuando amaga abrirse a la gracia redentora de Dios, mantiene algún rincón de su corazón ocupado por el pecado e indiferencia ante su Dios.
Conocida esta realidad por Dios mismo y como quiere  siempre nuestro bien, es que nos exhorta nuevamente a preparar el camino que conduzca al encuentro con el Salvador y  a la renovación de cada uno.
En la segunda lectura del día (2 Pedro 3, 8-14) se vuelve a insistir en el proyecto divino de salvación humana, aunque esta vez en el anuncio de la segunda venida de Jesús que lo será gloriosamente, no en la humildad de la carne humana, y ya no para salvar sino para separar a unos y otros según haya sido la respuesta de cada persona en el transcurso de su vida temporal.
El cristiano que ya ha celebrado la primera venida del Señor, desde la fe, ha de prepararse para su próximo retorno, creciendo en la realización del bien.
En el tiempo del apóstol Pedro mientras los creyentes estaban seguros del regreso de Cristo, los no creyentes se burlaban de ellos, desestimando el objeto de la esperanza, por eso, Pedro les advierte: Cristo vendrá.
También hoy, no pocos piensan en una especie de “eternidad de la materia y del mundo” y que es ilusorio esperar una segunda venida que se hace cada vez más remota y de dudoso cumplimiento, “seguros” como creen estar los seres humanos en los múltiples logros que le ofrece el progreso material sin necesitar ya de Dios.
También hoy, el apóstol asegura que Jesús vendrá, y que si se demora, es a causa de su paciencia “porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. Sin embargo, el Día del Señor llegará como un ladrón”.
Ante esta seguridad en el cumplimiento de las promesas se hace necesario que todos los hombres “procuren vivir de tal manera que Él los encuentre en paz, sin mancha ni reproche” y así “¡qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor!”
En el transcurso de nuestra vida, pues,  hemos de esperar santamente la venida definitiva de Jesús, la que además tratamos de apresurar al rezar  cada día  “Venga a nosotros tu Reino”, con la certeza de llegar al “cielo nuevo y a la tierra nueva donde habitará la justicia”.
La figura de Juan Bautista, recia, penitente, sobria y sacrificada,  que nos presenta el evangelio del día, nos recuerda, a su vez, que la vida debe ser tomada con responsabilidad (Mc. 1, 1-8).
¿Seguimos la invitación del precursor y estamos dispuestos a preparar el corazón? ¿Rellenaremos con santidad de vida los baches de frivolidad y pecado? ¿Bajaremos nuestra altivez y autosuficiencia buscando presentarnos al Señor como la “nada” que somos cada uno? ¿Nos decidiremos a escuchar la voz que nos invita a la conversión? ¿Seguiremos bajo el yugo de la soledad del corazón huyendo de enfrentarnos con la verdad trágica de nuestra pobreza interior desgarrada por la ausencia de Dios?
Queridos hermanos: pidamos con buena disposición interior que el Señor nos ilumine para que despojándonos de nuestras ilusiones de felicidad nos refugiemos en el desierto de la oración, y nos dispongamos a una transformación sincera que nos oriente sabiamente a esperar el retorno del Señor mientras actualizamos su primera venida.

Cngo. Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el segundo domingo de Adviento, ciclo “B”. 10 de diciembre  de 2017. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-

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