17 de enero de 2018

“Encontrado el Mesías y deseosos de llegar a ser uno con Él, hemos de vivir el ideal de la pureza según el estado de vida de cada uno”.




En estos días en la catequesis papal, Francisco hizo referencia a los silencios necesarios en la santa Misa. Silencio que no es sólo exterior, silenciando el parloteo habitual que se observa en los templos en la actualidad, sino también necesidad del silencio interior.

Imposible comunicarnos con Dios que viene a nuestro encuentro si no disponemos el alma previamente.
En este sentido, ¡cuántas veces observamos en la iglesia a los fieles whatsappeando mientras esperan el comienzo de la misa en lugar de dedicarse a la contemplación! ¡Cuánto están atentos al celular en la misma liturgia! ¡Cuántos ya no dialogan en familia o reuniones de personas porque están atentos al móvil!
De allí la necesidad de despojarnos de nosotros mismos y gustos personales para escuchar al Señor como lo hizo Samuel, siempre atento a la voz divina.
El sacerdote Elí le ayudó a Samuel (I Sam. 3, 3b-10.19) a descubrir el llamado divino que se escuchaba en el silencio de la noche y del recogimiento de las personas.
El texto bíblico no especifica cómo fue el encuentro divino con Samuel, pero se entrevé su importancia cuando afirma que “Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras”.
De hecho, el recorrido futuro de Samuel en la historia de Israel testimonia con creces que siempre estuvo atento para escuchar la voz de Dios y llevar a la práctica su voluntad y servir al pueblo elegido.
La liturgia del día, pues, nos invita a la necesaria unión con el Creador si queremos crecer en santidad de vida y fructificar en el bien.
Si fue Elí quien  condujo a Samuel a descubrir el llamado de Dios, será Juan Bautista quien, a su vez,  guiará a sus discípulos hacia  Jesús.
El evangelio del día ((Jn.  1, 35-42) refiere que Juan “mirando a Jesús que pasaba, dijo: Éste es el Cordero de Dios”, lo que fue suficiente para que los dos discípulos lo siguieran al Señor.
Podemos suponer que la persona de Jesús resultaba ya atrayente en sí misma produciendo esa reacción en los discípulos de Juan, que no se acobardaron aunque Cristo les dijera “¿Qué quieren?”, sino que más aún respondieron decididos: “¿Dónde vives?”.
Samuel fue atraído por la voz y palabra de Dios que lo llamaba, estos discípulos son atraídos por la persona de Jesús que resulta atrayente y convoca a una vida nueva, la del anuncio valiente del evangelio en medio de la indiferencia de este mundo, sin dejar de mostrar la grandeza del encuentro con el Dios de la Alianza.
“Vengan y lo verán” será la respuesta de Jesús, señalando la necesidad de seguirlo para encontrarlo y ver su divinidad, manifestada a todo aquél que se orienta siempre a la verdad en la vida de todos los días.
Todo ese día, desde las cuatro de la tarde estuvieron con el Maestro. Podemos imaginarnos lo mucho que asimilaron de lo que es vivir la vida de la gracia por el contacto con Jesús que se entrega incondicionalmente, ya que para ellos comienza  una misión nueva, la de hacerlo presente en el mundo, llevándolo a Andrés a invitar a su hermano Simón para conocer al Mesías.
Ahora bien, para esta nueva vida a la que son convocados muchos en el transcurso del tiempo, es necesario revestirse de cualidades que fortalezcan la vocación al seguimiento de Cristo y al apostolado en medio del mundo, siendo una de tales cualidades la de la pureza, como manifiesta el apóstol san Pablo (I Cor. 6, 13c-15ª.17-20),  a los corintios.
En efecto, el apóstol se encuentra con una comunidad creyente inserta en una sociedad pagana donde la inmoralidad sexual y todo tipo de extravío en esa materia era algo común, por lo cual él debe hablar aunque sea rechazado por más de uno y, predicar el evangelio de la verdad en este campo también.
Por el bautismo somos templos del Espíritu Santo, consagrados a Dios, incluso nuestros cuerpos que no son para la perversión sexual sino para el Señor que ya había recordado con las bienaventuranzas, la felicidad para los limpios de corazón porque verán a Dios.
De hecho la impureza y lujuria enturbian la mirada del creyente impidiendo la transparencia para contemplar al que es la pureza por excelencia, ya que hasta el pensamiento mismo de la persona lujuriosa se empaña creyendo que es limpio lo que está ya pervertido.
Así como el amor humano se oscurece cuando sólo se busca a la otra persona como objeto de placer y con la que saciar todo deseo, así también el amor divino desaparece en la persona sumida en  la lujuria.
La vivencia de la pureza, por otra parte, permite captar que sólo el amor del varón y la mujer en el matrimonio, es prolongación del amor esponsalicio entre Dios y el hombre, entre Cristo y la Iglesia.
Quien comprende en profundidad estos grandes amores, podrá también entender las exigencias de vida que conlleva el seguimiento de Jesús y la decisión de amarlo sobre todas las cosas y manifestarlo en medio de la sociedad en la que estamos insertos.
Si hemos encontrado al Mesías y deseamos unirnos a Él por el camino que nos indique, el ideal de ser únicamente para su persona exige la vivencia de la castidad según el estado de vida de cada uno.
Hermanos: pidamos al Señor que cure nuestras debilidades y nos permita seguirlo con un corazón puro, alimentados siempre con su Cuerpo y Sangre, entregados para la salvación de muchos.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el II° domingo durante el año. Ciclo “B”. 14 de enero   de 2018.-http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-

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