30 de enero de 2018

“Escrutando los signos de los tiempos y apartándonos de los “profetas de la mentira”, escuchemos a Jesús que enseña y obra con autoridad divina”

La Palabra de Dios es siempre proclamada con autoridad. No es una palabra cualquiera que puede ser desoída sin consecuencia alguna, ya que es el mismo Dios quien se comunica a la humanidad.

En el Antiguo Testamento (Deut. 18, 15-20), el pueblo elegido solicita a Dios conocer sus designios mediante intermediarios humanos. El Señor accede a lo pedido y por medio de Moisés anuncia la aparición de los profetas. “El profeta es un mensajero. Habla en nombre de Dios a los hombres. Pero no es él quien maneja la Palabra de Dios. Ésta es la que le maneja y se le impone, haciéndose activa realidad en él” (Misal Romano tomo I, BAC, pág. 270).
Aunque proclamada por un hombre, la palabra divina se transmite con autoridad, los que escuchan deben obedecer y el profeta sólo debe transmitir lo que se le indica no sus apreciaciones personales.
Ahora bien, Moisés deja en claro que “El Señor, tu Dios, te suscitará  un profeta como yo; lo haré surgir de entre ustedes, de entre tus hermanos, y es a Él a quien escucharán” anticipando de este modo al “nuevo” Moisés, Cristo nuestro Señor, enviado por el Padre, el Hijo de Dios hecho hombre, y que por tanto habla y es escuchado por sí mismo.
San Marcos (1, 21-28) describe un día de Jesús en Cafarnaúm, el cual con autoridad propia, habla y obra, transmite la verdad con su palabra y la confirma con los hechos. Habla de modo diferente, alimenta al Pueblo con la recta doctrina de vida eterna, no como los fariseos que muchas veces buscan servirse de la palabra para su propio beneficio.
Expulsando el demonio del cuerpo del poseso manifiesta que en su presencia el dominio del mal queda reducido a la impotencia, mientras que el imperio de Dios se devela  con autoridad por sobre todo lo creado.
En el apóstol san Pablo (I Cor. 7, 32-35) se vislumbra la autoridad del profeta del Antiguo Testamento y la novedad de la autoridad propia que trajo Cristo.
Por un lado está al servicio de la Palabra de Dios, enseña lo que ésta le inspira, pero también con la autoridad propia de apóstol transmite su parecer, dejando en claro que no es precepto del Señor lo que exhorta sino consejo suyo, pero sin duda manifestado no sin inspiración divina.
Si aconseja la virginidad y el no casarse lo hace porque “el matrimonio sumerge a los esposos en muchas preocupaciones mundanas que les dificultan poder consagrarse perfecta  y completamente al servicio del Señor. Los casados están aprisionados por la carne y la sangre ….. El marido debe esforzarse por agradar a la esposa y la esposa al marido”(Comentario Bíblico san Jerónimo, tomo IV, pág 37).
“Los que son vírgenes, al estar liberados de las preocupaciones y deberes de la vida familiar, pueden entregarse con una atención y un corazón indivisos al Señor”. “Pablo enseña que la virginidad es un estado mejor que el matrimonio porque se adapta mejor a la contemplación de Dios y a la vida apostólica”….pero “al aconsejar la virginidad, Pablo no pretende limitar la libertad del cristiano para contraer matrimonio, sino sólo subrayar lo que es ventajoso para él, lo que es más conveniente y lo que le permite consagrarse al Señor sin distracción……la virginidad es adecuada porque sitúa al cristiano existencialmente en la vida futura de virginidad de los resucitados” (op. cit. Pág. 37).
Ante los diferentes modos de transmitir con “autoridad”  la Palabra, ya en el A.T, como en Jesús o en el apóstol Pablo, surge el que revisemos cuál es nuestra actitud ante la Palabra  divina y ante quien la comunica, y a su vez cómo la damos a conocer en nuestros días.
¿Recibimos con obediencia de fe la Palabra de Dios plasmada en la Biblia o buscamos acomodarla conforme a nuestras ideas y puntos de vista?
Escuchada la palabra del Señor, ¿acomodamos nuestra vida a ella aunque no pocas veces debamos vencer nuestros gustos y dejar el pecado?
¿Nos admiramos ante la sabiduría recibida como hacían los judíos en la sinagoga de Cafarnaúm? Hacerlo significaría que todavía sabemos reconocerlo a Él que nos transmite la verdad con autoridad de aquellos que pretenden enseñarnos lo contrario, siguiendo las modas de este mundo.
Por la fe recibida desde niños sabemos que el Magisterio de la Iglesia, ya papal, ya episcopal, reviste un modo concreto de enseñar con autoridad lo que refiere a la doctrina de la Iglesia, es decir lo que hay que creer, y  que describe  con verdad lo que hay que obrar, es decir, su enseñanza Moral.
Sin embargo, no todo lo que se recibe y transmite en nuestros días está conforme con la verdad recibida desde siempre.
Con dolor, por ejemplo, asistimos cómo se combaten las enseñanzas de san Juan Pablo II en la encíclica Veritais Splendor, en la exhortación Reconciliación y Penitencia, o se pone en duda a la enseñanza de Pablo VI en la Humanae Vitae, o se desecha Sacramentum Caritatis de Benedicto XVI cuando explica que los divorciados y vueltos a casar no pueden comulgar.
Aparecen “teólogos” que apañan la moral de situación, o niegan que existan acciones intrínsecamente malas, o promueven que la conciencia puede “crear verdades” quitándole a la Ley divina su papel de manifestar la voluntad de Dios, expresada por medio de  verdades perennes.
La autoridad de Cristo se manifiesta, pues, en la transmisión de la verdad que nos hace libres, expulsando al demonio que es el padre de la mentira del cuerpo de los posesos.
También en nuestros días necesitamos de la acción divina de una manera particular para que desaloje del mundo y de nuestras vidas la presencia cada vez más común del demonio.
Mientras nos dejemos seducir y dominar por las enseñanzas ambiguas o mentirosas de nuestro tiempo, diseminadas por doquier por muchos “falsos profetas” en la Iglesia, será imposible hacer presente en la sociedad actual la verdad que Dios quiere que transmitamos a toda persona de buena voluntad que desea, a pesar de todo, seguir los pasos del Señor.
Queridos hermanos: pidamos al Padre que nos enseñe a escrutar los signos de los tiempos, para que apartándonos de los  “profetas del error y de la mentira”, sólo escuchemos y sigamos al único que enseña y obra con autoridad plena y sabiduría divina.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el IV° domingo durante el año. Ciclo “B”. 28 de enero de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.



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