7 de enero de 2018

Por la fe y el bautismo somos salvados, y así “El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios, y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de Él”.


Con el bautismo de Jesús concluye el tiempo litúrgico de Navidad y comienza a su vez el tiempo llamado “durante el año”.
Hemos contemplado la manifestación de Jesús como Dios hecho hombre a los pastores, que fue signo de la presencia del Mesías en medio del pueblo elegido, que hiciera Alianza con Yahvé.
A su vez en la fiesta de la Epifanía, cuando Jesús se manifiesta a los sabios de Oriente, queda en evidencia la Providencia divina que llama a la salvación, a la comunión con el Creador, a los pueblos de la tierra, siendo éste el sentido de la creación misma, de allí la necesidad de liberar al hombre del pecado.
En la fiesta del bautismo de Jesús, por otra parte,  es Dios mismo quien revela que ese hombre que se bautiza es su Hijo, que asumió la naturaleza humana para hacerse presente en el mundo y guiar a los elegidos que respondan al amor divino, a la gloria que no tiene fin, manifestada por medio del banquete al que todos estamos convocados como proclama Isaías (55, 1-11).
Por cierto, la Alianza que Dios renueva con todos los pueblos de la tierra por la venida a este mundo de su Hijo hecho hombre, se mantendrá en el decurso del tiempo, siendo condición que “¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y Él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar.”
Contemplando el bautismo del Jordán (Mc. 1, 7-11) escuchamos el mensaje de Juan que reconoce su pequeñez ante el Mesías mientras bautiza con agua, preparando los corazones para cuando Jesús lo haga en el  Espíritu Santo.
Vemos a Jesús que se acerca humildemente, como un pecador más, ya que lleva sobre sus hombros los pecados del hombre de todos los tiempos, y entrando en las aguas las purifica y santifica para que tengan el poder de limpiar el pecado de los que con fe se arriman al bautismo.
Al salir del agua, el cielo se abre, porque es lo que acontece cuando toda persona es bautizada, al encontrarse en condiciones para poder entrar en la gloria del cielo con todos los elegidos.
Con Cristo desciende al agua del Jordán también la Iglesia que acompaña a todo el que la busca para recibir la recreación interior por el agua y el Espíritu Santo,  prolongándose esta misión en el decurso del tiempo, ya que Ella, nacida del costado abierto de Jesús, es la senda  para hallar la salvación ofrecida desde antiguo por la bondad divina.
Además, mientras el Espíritu consagra a Jesús para la misión, se escucha la voz del Padre dando testimonio de su divinidad y de su predilección por Él, para que nosotros mismos nos acerquemos a escucharlo, constituyéndonos también nosotros en preferidos del Padre, cuando somos consagrados por el bautismo sus hijos adoptivos.
Por la fe que otorga el bautismo, nosotros somos salvados, y así “El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios, y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de Él”.
Cuando los bautizados  buscan “despegarse” del bautizo que han recibido de niños, no solamente renuncian a su pertenencia a la Iglesia Católica, sino que manifiestan que al no creer en Jesús, consideran que no han nacido de Dios.
La recreación interior de cada uno de nosotros por la presencia salvadora de Jesús en la historia humana por la gracia y el Espíritu, nos convoca a existir en este mundo como hijos adoptivos del Padre, observando los mandamientos divinos como señal de que amamos a Dios y a nuestros hermanos, como lo indica san Juan (I Jn. 5, 1-9).
Los mandamientos, pues, a los que nos exhorta la liturgia de este día a no perder de vista, liberan al hombre profundamente, afirmando más y más en cada uno su pertenencia a la verdad y al bien, es decir, a Dios.
Y así, por ejemplo, amar a Dios sobre todas las cosas, liberan al hombre de la tentación continua de ofrecer culto a loa ídolos de este mundo, ya sean personas, cosas o modos modernos de pensamientos.
Si damos culto verdadero a Dios por el sacrificio de la Misa, nos liberamos del peligro de caer en la superstición o en otras formas actuales pero falsas de adoración, como la tenencia de objetos mágicos o la práctica de las modas orientales que se nos presentan como inofensivas pero  que son peligrosas.
La vivencia de la castidad cristiana, a su vez, impide que caigamos en la búsqueda egoísta de nosotros mismos por medio de todo tipo de placer lujurioso que nunca dejan pleno al hombre, sino que lo exponen en su miseria y vacío interior, esclavo siempre de lo provisorio.
Y así podemos seguir repasando todos los mandamientos, observando en qué nos permiten crecer y de qué nos libera su observancia.
Hermanos, sabiendo que Dios nos escucha siempre, elevemos la súplica que presentamos al comienzo de la liturgia diciendo: “Dios nuestro, tu Hijo Unigénito se ha manifestado en la realidad de nuestra carne; concédenos que Él nos transforme interiormente, ya que lo reconocemos semejante a nosotros en su humanidad”, asegurando por lo tanto “a tus hijos renacidos del agua y del Espíritu, perseverar siempre en el cumplimiento de tu voluntad”.

* Imagen: Bautismo de Cristo de Joachim Patinir
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor. Ciclo “B”. 07 de enero  de 2018. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.

No hay comentarios: