1 de enero de 2019

María Madre del Señor y Nuestra, ampara a todos, porque las madres quieren a sus hijos sean o no desagradecidos y pecadores.


Comenzamos el Año Nuevo 2019. Posiblemente para muchos puede ser considerado como un año más que llega, una especie de mito del eterno retorno temporal de los antiguos que se repite sin cesar cada cierta cantidad de días transcurridos.

Sin embargo para la mirada de los creyentes ha de existir un sentido totalmente nuevo.
El transcurrir del tiempo no es sólo que la vida humana nace, crece, se desarrolla y se extingue en algún momento, diferente para cada persona, sino que es el devenir de lo temporal  que se orienta  a la eternidad. Percibimos  así, que envejecemos y declinamos en nuestro cuerpo, pero nuestro espíritu, si hemos vivido en comunión con el Creador, se va purificando progresivamente. Y así, desde Dios avanzamos por el camino de la lucidez total hasta llegar a la iluminación plena que nos otorga la contemplación eterna de su belleza y bondad que nos atrae irresistiblemente.
Sería un año perdido si el creyente ha vivido en la inconsciencia del pecado personal, sin captar que la vida humana posee un sentido de plenitud sólo en Dios, o creyendo ilusoriamente que el tiempo no apremia porque siempre da nuevas oportunidades que jamás retornan.
Cada día que se sucede debería  significar un paso más para que llegado el “kairós” de cada uno, es decir, el punto de madurez plena,  el tiempo de Dios, seamos llamados por el Señor a participar de su Reino. A veces nos conformamos meramente con el “cronos”, es decir, con la cantidad de años vividos más o menos bien según la mentalidad mundana, encuadrada en la cultura  pasatista de nuestro tiempo.
Precisamente hay una proclamación permanente que fascina y describe muy bien el fin pretendido y buscado, y es el  “disfrutar” de todo lo que se presente en la escena particular de cada persona.
Esto conduce a que como la vida del hombre en nuestros días está pensada para el descarte en todos los ámbitos de la misma, no pocas veces, suprimimos las posibilidades que se nos ofrecen para crecer en santidad y madurez espiritual.
La Palabra de Dios (Núm. 6, 22-27) de la liturgia de esta fiesta de Santa María, Madre de Dios, nos introduce en el criterio de que la historia de la salvación incluye también la salvación de la historia, es decir, como decíamos, se nos exhorta a pensar  en que desde los orígenes del mundo nos orientamos a la culminación de todo lo creado en Dios.
Para poder avanzar en el camino de la lucidez  espiritual de la que hablábamos necesitamos por cierto de la gracia de Dios ofrecida.
De allí  que se nos comunique que somos bendecidos y protegidos por la misericordia y bondad de Dios que nos muestra su gracia, que se decide a entrar en la historia humana como hombre, nacido de una mujer como señala el apóstol (Gál. 4, 4-7), para redimirnos y vernos reconocidos como hijos adoptivos del Padre Eterno.
María Santísima venerada hoy en su maternidad, nos recuerda nuevamente que Ella engendró y dio a luz a quien es Cabeza de la Iglesia y por lo tanto es también Madre de cada persona que forma parte de la Iglesia  Cuerpo de Cristo por el sacramento del bautismo.
¡Qué gracia admirable contar con tan gran Madre que protege a la humanidad, aunque no pocos la ignoran o rechazan! María es Madre de todos porque es Madre del Señor, y como tal no ignora a persona alguna, aún la más pecadora, ya que es propio de las madres querer a sus hijos aunque entre ellos haya desagradecidos y pecadores.
El ser hijos nos permite dirigirnos siempre confiadamente al Padre diciéndole ¡Abbá!, es decir, papito, con el cariño que esto implica.
Lucas (2, 16-21) nos permite descubrir que María  “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”, lo que lleva a preguntarnos acerca del contenido de lo que guarda y medita.
Por cierto que la Virgen Madre de Dios habrá recorrido los distintos momentos previos al nacimiento de Jesús, como el sentirse bendecida desde niña por la gracia  divina sin advertir el por qué,  probablemente se entregó a su Dios con todo su corazón, con toda su alma, como lo hicieron no pocos santos que en su niñez percibían que se los llamaba.
Y así, si tantos que llegaron a la santidad, recorrieron un camino de predilección divina percibida después del bautismo, cuánto más la Madre del Salvador habrá apreciado su inclinación a servir a Dios.
Precisamente llegado el momento  en que se le anuncia que fue elegida para ser  Madre de Dios, si bien se sorprende, pregunta cómo será posible esto, ya que Ella se ha guardado para Dios en virginidad.
Mirando a su Hijo recién nacido, escuchando las maravillas que ya se dicen de Él, lo guarda todo en su corazón reflexionando acerca de la bondad divina, que siempre ama a su criatura más perfecta, el hombre, y dispone por ello, su Providencia para concretar  su salvación.
María medita acerca de su papel de Madre, de su Hijo divino sabe lo que se le ha manifestado y que ha de seguir sus pasos pero sin que Ella aparezca, salvo en contadas ocasiones, ya sea en el templo cuando es reconocido Jesús  por Simeón y Ana, o en el Templo de Jerusalén al quedarse el niño allí,  o en las Bodas de Caná o al pie de la Cruz.
Como Madre de cada uno de nosotros, María tendrá una dedicación más extensa en el tiempo, empezando como referente para los apóstoles que evangelizan en el mundo o para la Iglesia en el decurso del tiempo, cuando su visita se hace realidad en continuas apariciones en distintos puntos geográficos, o en el corazón de cada persona que la invoca  confiando en su intercesión, o en nosotros, en fin, que esperamos su protección desde el comienzo de este nuevo año.
Confiando en su amparo materno desde el inicio del nuevo año, pidamos su ayuda para vivir como buenos hijos adoptivos suyos y ser capaces así de llamar a Dios ¡Abbá!

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de María Madre de Dios. 01 de Enero  de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.





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