28 de enero de 2019

Numerosos pobres, los que han prescindido de Dios y sólo confían en la potencia de este mundo, necesitan hoy del anuncio del Evangelio.

En la primera oración de la liturgia de este domingo pedíamos a Dios que ordene nuestra vida según su voluntad para que en  el Nombre de su Hijo podamos dar en abundancia frutos de buenas obras.

Ahora bien, ¿dónde encontramos nosotros la voluntad de Dios? esa voluntad divina se expresa claramente en su Palabra.
Precisamente en los textos bíblicos de este domingo nos encontramos con una presentación de la eficacia de la misma en la vida del creyente, en la vida de aquél que quiere transformarse según Jesucristo Nuestro Señor.
En la primera lectura tomada del libro de Nehemías (8,2-4ª.5-6.8-10) nos encontramos con la comunidad del pueblo elegido que de regreso de su destierro en Babilonia, encontrándose con Jerusalén devastada, comienza la reconstrucción, bajo la gobernación de Nehemías.
El relato bíblico menciona un encuentro del pueblo con la Palabra de Dios, liturgia en la que el sacerdote Esdras proclama largamente el libro de la Ley de Dios, que provoca lágrimas en los presentes, ya sea porque recuerdan sus infidelidades para con Dios, ya porque se sienten salvados.
La Palabra divina configura de esa manera una comunidad con los que pertenecen al “resto” de Israel, con los que se mantuvieron fieles a su Dios.
De allí que a pesar del prolongado tiempo en que transcurre la liturgia judía, nadie se cansa, por el contrario, están atentos, en actitud reflexiva.
Concluida la celebración religiosa son invitados todos a celebrar con alegría el día consagrado al Señor, mientras se les dice con énfasis “No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes”.
No son como nosotros que muchas veces llegamos tarde a misa o nos distraemos con cualquier cosa o la transmisión de la Palabra pasa sin pena ni gloria sin lograr nuestra especial atención, sin producir efecto de santificación alguna, sin lograr configurarnos como comunidad de creyentes.
Quizás se debe a que como la palabra humana carece de valor alguno o porque en la sociedad en la que vivimos nos mienten permanentemente, que sin advertirlo deslizamos esos sentimientos también sobre la Palabra de Dios.
Nos olvidamos que la Palabra de Dios es eficaz, que construye y eleva el corazón del hombre de manera que es capaz de configurar a la Iglesia de los bautizados en el Cuerpo de Cristo como lo dice san Pablo (I Cor. 12, 12-30).
Comparando a la Iglesia con el cuerpo humano, destaca el apóstol que así como en el cuerpo humano existen múltiples órganos y cada uno tiene su finalidad y labora para el bien del organismo todo, así también acontece en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia de los bautizados.
Y así, descubrimos que cada hijo adoptivo de Dios tiene su misión concreta que le permite no sólo dar gloria a Dios y edificar a la comunidad toda, sino que también se perfecciona a sí mismo al responder al llamado del Señor que invita a cada uno a una misión diferente.
En el Cuerpo de la Iglesia acontece lo mismo que en el cuerpo humano, de modo que así como cada miembro enfermo perjudica al todo, así también un bautizado que no siga el ideal de Cristo ensombrece a la comunidad toda.
Y por el contrario así como la salud  de cada miembro permite el crecimiento, así también cada bautizado que se santifica contribuye a la santidad del Cuerpo en su totalidad, siendo incentivo para hacer el bien, como los santos.
Ahora bien, la Palabra de Dios comunicada en el Antiguo Testamento se convierte en Palabra viva en cuanto en la plenitud de los tiempos se hace hombre en el seno de la Virgen María, de manera que es el mismo Hijo de Dios el que nos muestra el camino a seguir para alcanzar a vivir la voluntad del Padre.
Con ocasión de su presencia en la sinagoga de Nazaret,  Jesús leyendo al profeta Isaías (Lc. 1, 1-4; 4, 14-21) proclama abiertamente que esas palabras proferidas antiguamente se refieren a Él mismo.
Se destaca que fue consagrado por la unción del Espíritu, tal como reflexionamos con el bautismo en el Jordán, y enviado a realizar una misión concreta que es llevar “la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.
Jesús, mientras permanece con nosotros, anunciando la verdad divina y la dignidad de las personas, nos libera de la ceguera presente.
Libera a los cautivos del demonio para llevarlos a reconocer la dignidad de hijos adoptivos de Dios.
Con su mensaje muestra el camino de la libertad a toda persona que esté oprimida por la miseria, por la esclavitud del vicio y todo tipo de injusticia social, política o económica.
La Buena Noticia, es decir el evangelio de la salvación, es proclamado a los “anawim” o pobres de Yavé que se distinguen por su humildad y por vivir a fondo lo proclamado por Nehemías: “No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes”.
Estos pobres, más allá de la pobreza material y social, son los que desconfiando de las fuerzas del hombre, sólo se apoyan en Dios.
En nuestros días, además, hay que incluir a otros pobres, cada vez más numerosos, aquellos que han prescindido ya de Dios y que sólo confían en la potencia de este mundo, en la cultura de nuestro tiempo o en sus propios éxitos y que nunca se entregan decididamente a Dios porque afirman frívolamente “tenemos nuestros tiempos”.
Jesús, sin embargo, viene a decirnos, refiriéndose a su presencia entre nosotros, que “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura” y, que por lo tanto, apremia nuestra respuesta sincera por la que ingresaremos al camino de la plenitud personal y al servicio de la comunidad de los creyentes.

(* Reconstrucción del Templo por Nehemías (miniatura de Guillaume de Tyr).

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el 3er domingo durante el año, ciclo “C”, 27 de enero   de 2019. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-




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