3 de febrero de 2019

Cristo, entrega su vida por fidelidad al Padre y por comunicar la verdad, incluso a quienes no la escuchan, apoltronados en la mentira.

Los profetas son constituidos como la voz de Dios, los que comunican a la humanidad los mensajes divinos.

 Pero además fueron enviados al pueblo elegido tal como lo describe el texto de Jeremías que proclamamos recién (1, 4-5.17-19),  siendo constituido el profeta como “plaza fuerte” y “columna de hierro” “frente a todo el país; frente a los reyes de Judá y a sus jefes, a sus sacerdotes y al pueblo del país”  llamando a la conversión y a retornar a una alianza más firme con Dios, granjeándose por eso el que “ellos combatirán contra ti” pero prometiendo el Señor a su vez que no lo derrotarán “porque yo estoy contigo para librarte”.
Además, consta que el profeta Jeremías es elegido por Dios desde el vientre materno, antes de nacer ya es tomado de en medio de los hombres para ser destinado a la misión de ser profeta del Señor, entregándole además el mensaje a comunicar y que provocará el rechazo de la gente.
De hecho se le advierte de persecuciones y desprecios, pero que Él lo acompañará haciéndolo capaz de soportar y rechazar los embates de quienes no quieren escuchar las advertencias de Dios a su pueblo, aunque el profeta terminará sus días asesinado por ser fiel a Dios.
En el Nuevo Testamento será el mismo Hijo de Dios hecho hombre quien desempeñará perfectamente y en plenitud la misión profética. Nos hablará de la vida eterna a la que fuimos destinados desde los orígenes junto al Padre, nos enseñará la doble vertiente del amor verdadero ya hacia Dios como hacia el prójimo. Jesús nos presentará un programa de vida cristiana que parecerá imposible de vivir plenamente o que es considerado inadecuado para nuestros tiempos tan prescindentes de Dios y tan sumergidos en la mentira y la vida fácil de los que sólo buscan pasarla bien y gozar al máximo lo que se le presente aunque esto sea pecaminoso y alejado de la salvación final.
En el texto del evangelio de hoy (Lc. 4, 21-30) se nos dice que después de predicar en la sinagoga de Nazaret, todos los que lo han escuchado dan testimonio a favor suyo, el cual, fundado en un texto de Isaías se autoproclama como el ungido del Señor y enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres y desechados de este mundo.
Sin embargo, el encanto para con Jesús dura poco, ya que al pretender los oyentes que realice los signos hechos en Cafarnaúm, porque lo ven sólo como el hijo de José, les recrimina duramente su falta de fe, provocando la furia  de los oyentes que  lo empujan fuera de la ciudad con intención de despeñarlo.
Si bien Lucas coloca las diferentes reacciones en un mismo relato, es probable que se trate de dos visitas diferentes de Jesús a la sinagoga.
Jesús, al igual que Jeremías y los demás profetas, es perseguido por transmitir la verdad a un mundo y a una sociedad que están sordos para escuchar a Dios y que únicamente buscan les halaguen los oídos con los mensajes que quieren escuchar sin que sea perturbada su conciencia al ser comunicada la verdad.
Cristo, pues, como todos los profetas, termina entregando su vida a causa de la fidelidad al Padre y por comunicar la verdad a todos, incluso a quienes no la quieren escuchar, apoltronados cómodamente en la cima de la mentira.
Será la Cruz, en fin, la cumbre del ministerio profético de Jesús, por la que alcanzamos la redención y la posibilidad para todos los que tienen fe, de llegar a vivir en unión con Dios en este mundo y en el futuro.
Nosotros también, los bautizados, somos convocados a hacer realidad la misión profética que tiene la Iglesia toda como continuadora de la vida y obra de Jesús en el hoy de la historia.
Hemos de proclamar la verdad revelada a todos los hombres de buena voluntad, sin quitar ni agregar cosa alguna que disminuya la profundidad de la misma, e incluso ante los incrédulos que se muerden de odio o ante los indiferentes que se burlan de nuestro testimonio porque se afirman en la autosuficiencia de sus ideologías.
Contemplaremos en nuestra vida lo que aconteciera ante la presencia de Jesús, al que primero aplauden y alaban y, después intentan despeñarlo porque su mensaje es difícil de aceptar por los incrédulos.
Como sacerdote me ha tocado conocer a tantas personas  a lo largo de cuarenta y cinco años, que en una primera etapa de sus vidas eran fieles al Señor, pero que al ponerse en crisis su fe, o resultarle difícil rechazar el pecado o un estilo de vida impropio del evangelio no supieron continuar por el camino de la fidelidad asumida y se entregaron al engaño, por comodidad o seducidos por el maligno,  promoviendo incluso ante otros todo tipo de maldad.
¡Lo vimos el año pasado con la batalla  orquestada por los defensores del pañuelo verde! ¡Cuántos que trocaron su formación cristiana por el ídolo de la ideología de género! ¡Cuántos que de defensores de la vida se convirtieron en promotores de la matanza de niños!
Los bautizados seremos perseguidos toda vez que defendamos la verdad y proclamemos siempre a Jesús crucificado, por amor a la misma humanidad, presentando el mensaje de salvación con la humildad que señala san Pablo (I Cor. 13, 4-13) en el himno de la caridad, gozándonos siempre en la verdad que vivimos y que proclamamos por el bien de todos.
El amor al prójimo ha de caracterizarnos siempre, buscando la salvación del mayor número de personas, alentando por un encuentro personal con el Señor resucitado que a su vez se refleje en otros.
Hermanos: preguntémonos esta semana que comenzamos acerca de nuestra reacción ante la Palabra de Dios: ¿Nos molesta? ¿Atendemos sólo a lo que tiene sintonía con nuestro pensamiento o buscamos la integridad en la fidelidad a Jesús? ¿Amo al prójimo de manera de dar testimonio de la verdad en cada momento? ¿O acaso para evitar problemas me quedo en silencio ante los demás cuando se alejan o censuran al Señor o a su verdad?
En fin, pidamos al Señor por intercesión de san Blas obispo y mártir, protector de las gargantas, que nunca caigamos en la “afonía espiritual” por la que dejemos de evangelizar por miedo o comodidad.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el cuarto domingo durante el año, ciclo “C”, 03 de febrero   de 2019. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-




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