6 de mayo de 2019

“Convencidos del amor de Jesús, digamos a pesar de nuestras infidelidades y debilidades: “Señor tu sabes que te quiero”


 Los discípulos de Jesús fueron llamados para constituirse en pescadores de hombre, y ellos dejando las redes siguieron al Maestro.

 Sin embargo no dejaron del todo aquello que formaba parte de sus vidas, por lo que Pedro reunido con varios dijera “Voy a pescar” y respondieran los otros “vamos también nosotros” (Jn. 21, 1-19).
Durante toda esa noche intentaron atrapar peces, pero todo fue inútil.
Al amanecer aparece Jesús en la orilla, sin que lo reconocieran, y les dice “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo que Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!”
Se destaca en el pasaje la docilidad de ellos ante la sugerencia de ese extraño que les dice cómo deben pescar, descubriendo recién después de la pesca que se trataba de Jesús, entendiendo así la necesidad de apoyarse en el Señor.
Mientras los apóstoles ponen su confianza en las propias fuerzas, el resultado de la obra es incierto o nulo, en cambio, cuando se apoyan en la palabra de Jesús, el trabajo humano es coronado por el éxito, como en esta ocasión.
Por extensión, observamos esto en nuestra vida, según sea la voluntad del que busca “pescar a los hombres” para el encuentro con Cristo.
Echar las redes a la derecha, a su vez, tiene su significado particular, ya que representa cercanía, por eso al decir que Jesús está a la derecha del Padre, estamos significando la cercanía del Hijo con el Padre.
Es decir, que para tener resultados positivos en la misión que se encomienda a todo seguidor de Jesús, es necesario no sólo confiar en Él, sino también estar a su derecha, reposar la cabeza en su pecho como Juan, compartiendo los sentimientos de bondad y amor que quiere entregar a toda persona de buena voluntad que se ha dejado conquistar por la belleza de la santidad.
El relato evangélico continúa en un clima intimista describiendo la comunión existente entre todos los que se encuentran con Jesús. Podemos imaginarlos alrededor del fuego, contemplando al Señor, cuidando la cocción de los peces, ansiosos por compartir un diálogo cargado por los recuerdos que signaron los últimos acontecimientos de la vida de Jesús y su posterior resurrección y frecuentes apariciones ante sus fervientes seguidores.
“Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas  mas que estos?” y lo hace por tres veces evocando su negación.
Pedro había seguido a Jesús de lejos la noche de la Pasión, como a veces lo hacemos nosotros, yendo tras el Señor desde la lejanía, sin comprometernos demasiado, no sea que también seamos perseguidos.
El apóstol agravó más su lejanía al mezclarse con los enemigos, calentándose en el fuego de la complicidad y afirmando tres veces que no lo conocía.
¡Cuántas veces, a su vez, pareciéndonos a Pedro decimos que no lo conocemos o tenemos vergüenza de reconocerlo cuando más necesario y urgente es el testimonio en medio de la gente descreída!
Pero el Señor, rico en bondad, sigue dándonos su amor y nos ayuda con su interpelación para que seamos capaces de decir con Pedro: “Señor tu sabes que te quiero” a pesar de mis infidelidades y debilidades del momento.
Y esa respuesta, fortalecida por la gracia de lo Alto, fructifica en actitudes nuevas que demuestran la fibra vigorosa del verdadero discípulo a lo largo de su existencia.
Precisamente de esa transformación habla el libro de los Hechos de los Apóstoles (5, 27-32.40b-41), cuando ellos por boca de Pedro confiesan con firmeza  ante la prohibición de que no hablen de Jesús “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, y lo hacen con valentía.
No es un mero capricho de los discípulos, sino un convencimiento que se funda en que el Señor fue muerto para la conversión y el perdón de los pecados según la Providencia del Padre, y  que fue exaltado por encima de todo lo creado por la resurrección, siendo testigos ellos.
La triple confesión de Pedro, y que de alguna manera incluye a todos, manifestando el profundo amor a Jesús, se continúa también en la vivencia posterior a ser azotados y perseguidos por los judíos.
En efecto, el texto sagrado afirma que “los apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el Nombre de Jesús”
¡Qué hermoso testimonio digno de imitar! ¡Se sentían dichosos al padecer por Cristo y el evangelio en medio de una sociedad hostil!
A nosotros, católicos de estos tiempos tan convulsionados, nos deben alentar estas alegrías apostólicas, ya que siempre nos vemos tentados a “achicarnos” en medio de los desprecios, burlas, críticas y persecuciones de parte de los incrédulos que se retuercen de rabia ante la vista de los creyentes que son fieles al Señor, dándoles bronca no pocas veces que la presencia de Cristo resucitado sea tan cautivadora.
Sufrir por Cristo será siempre asemejarse a su pasión y, el alegrarse por ello es fruto de la fe firme que Cristo está vivo en el mundo.
Pidamos a la Virgen de Guadalupe, patrona de nuestra arquidiócesis, y a la que celebramos hoy con gozo, nos acompañe siempre en nuestra vida de católicos, enseñándonos a amar a su Hijo como Ella lo hizo a lo largo de su vida en medio de las vicisitudes de la vida temporal.
Pidamos que llevando una vida de plenitud cristiana podamos algún día exclamar en el cielo con los elegidos “Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos” (Apoc. 5, 11-14).

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 3er domingo de Pascua. Ciclo “C”. 05 de abril de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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