21 de octubre de 2019

Dios no huye de los reclamos constantes, sino que hace justicia con sus elegidos aunque les pida paciencia, para su propia santificación.


 En los textos bíblicos que acabamos de proclamar,  recibimos varias enseñanzas que alimentan nuestra vida interior y permiten que crezcamos en el camino de santidad que culminará, si somos fieles, en el encuentro definitivo con Dios y participar así de su vida.

En la primera enseñanza destacamos la insistencia que hace san Pablo escribiendo a Timoteo (II Tim. 3,14-4,2) sobre la necesidad de alimentar la vida cristiana con las Sagradas Escrituras, ya que “ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación, mediante la fe en Cristo Jesús”.
Precisamente es esta sabiduría adquirida o recibida como don del Espíritu, la que permite encontrar la respuesta adecuada a los grandes interrogantes que se abren en nuestro existir cotidiano.
Ante tanta confusión reinante en nuestros días, es la Palabra de Dios la que ilumina y permite descubrir la verdad, cuando esta parece esconderse, y es a su vez, “útil para enseñar y para argüir, para corregir y para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien”.
San Pablo insiste, mirando la futura manifestación de Dios al fin de los tiempos, en la proclamación de la Palabra de Dios para salvar así al mayor número posible de personas, cumpliendo con esta misión “con paciencia incansable y con afán de enseñar”.
Al abrir el corazón a la Palabra de Dios alcanza sentido nuevo el transitar por el mundo terrenal, ya que es ella la que nos guía siempre.
Lo contrario acontece cuando abrimos el corazón, no a la verdad divina, sino a la cultura y costumbres de nuestro tiempo, ya que nos conducen no pocas veces al olvido de Dios y a quedar sometidos al aturdimiento que produce  lo efímero aumentando la soledad.
Jesús, que es la Palabra Viva del Padre, nos inculca hoy, que es necesario “orar siempre sin desanimarse”, constituyendo ésta la segunda enseñanza del día del “Señor”  que celebramos (Lc. 18, 1-8).
Ya en el Antiguo Testamento nos encontramos con la imagen de Moisés que levanta los brazos en alto clamando por el éxito en la batalla de los israelitas contra los amalecitas (Éxodo 17, 8-13). Cuando caen sus brazos cambia el resultado de la lucha armada, al ponerlos nuevamente en alto, la escena es favorable a Israel.
Dejar caer los brazos es signo de desánimo, ya que ponemos la fuerza en nosotros, todo lo contrario a lo que pide el Señor, quien es la fuerza que nos sostiene en medio de los peligros y dificultades del hoy.
No dejarnos abrumar por el pensamiento de que todo está perdido, sino más bien tener paciencia porque Dios quiere siempre justicia.
La parábola que nos trae el evangelio de hoy (Lc. 18, 1-8), apunta al tema de la justicia que sólo concede en plenitud el mismo Dios, y es la tercera enseñanza que nos propone la Palabra divina en este día.
Santo Tomás de Aquino señala que la justicia es la voluntad firme y constante de dar a cada uno lo suyo, siendo lo suyo, el objeto virtuoso a realizar siempre en nuestra vida, tratando de que si de nosotros dependiera, a nadie le falte ni le sobre cosa alguna.
Procurar lo justo es querer siempre lo que se “ajusta” a cada uno, es decir, que toda persona posea lo necesario para vivir dignamente.
El juez inicuo, de alguna manera, representa a la mentalidad de los poderosos de este mundo que no temen a Dios ni les importan los hombres, y que sólo apetecen sus propias ganancias, y sólo buscan “hacer justicia” cuando las circunstancias los apremian, pero sin verdadera voluntad de vivir como justos en su relación con los demás.
Dios, en cambio, actúa de otro modo, no busca huir de los reclamos constantes, sino que hace justicia con sus elegidos aunque los haga esperar un tiempo, para su propia santificación en la paciencia.
Recordando la segunda enseñanza que señalábamos, debemos orar siempre sin desanimarnos para que el Señor haga justicia en Argentina, tan herida, postrada y saqueada siempre por quienes no desean precisamente que los argentinos puedan vivir dignamente.
Necesitamos la intervención divina para que nuestros políticos, siendo los primeros en dar ejemplo, busquen siempre la realización del bien común, que es facilitar la creación de los ámbitos necesarios para el desarrollo de todos y cada uno, fomentando así la realización personal, de cada familia, de cada institución favorable a la vida.
Es necesario un orden nuevo en la sociedad, de manera que encontrando cada uno su plenitud en este mundo terrenal, aspire llegar a la realización plena en el encuentro con Dios.
Como lograr esto es difícil, se hace necesario orar siempre sin desanimarnos al único que puede realizar la justicia por sí mismo, o inspirando lo mejor a quienes conducen los destinos de la sociedad.
El texto del evangelio concluye hoy  preguntando: “Cuándo venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”
Esta pregunta viene bien para preguntarnos si tenemos tanta fe en el Señor que confiamos en que Él nos rescatará de tantos males, haciendo nosotros lo que debemos según el lugar que ocupemos en la sociedad. ¿Estamos convencidos en orar sin desanimarnos para alcanzar lo que necesitamos, recordando la promesa de que Dios nos hará justicia en un abrir y cerrar de ojos, cuando menos lo esperemos?
Pidamos confiadamente la gracia y respuesta favorable de Dios para nuestra Patria Argentina.


  Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXIX durante el año, ciclo “C”.    20 de Octubre de 2019.
http://ricardomazza.blogspot.com;  ribamazza@gmail.com.-



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