7 de octubre de 2019

“El Espíritu que Dios nos ha dado es un espíritu de fortaleza, de amor y de sobriedad para no avergonzarnos de testimoniar a Nuestro Señor”


Posiblemente muchas veces nos hemos sentido identificados con estas palabras del profeta Habacuc (1, 2-3; 2,2-4) que se dirige a Dios pidiéndole explicación acerca de los acontecimientos de la vida.

Clama diciendo: “¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que Tú escuches, clamaré hacia ti: “¡Violencia!” sin que Tú salves? ¿Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión? No veo más que saqueo y violencia, hay contiendas y aumenta la discordia”. Todos los días vemos cómo los malos prosperan mientras los justos son perseguidos, el mal se apodera de todo mientras el bien es desplazado o ridiculizado. Hasta en la misma Iglesia percibimos confusión y alejamiento de la verdad y del  bien, los mandamientos son rechazados, mientras se exalta una libertad sin límite alguno que se erige con soberbia por encima de Dios.
En estos días, la injusticia se cebó en el médico argentino que se negó a practicar un aborto y se lo condena a no ejercer su profesión por un tiempo, sometido a prisión en suspenso.
Los que saquearon el país van camino a la libertad, con el reinado de la impunidad más descarada, mientras nosotros enojados  le decimos a Dios “¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que Tú escuches, clamaré hacia ti?.. ¿Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión?" Y no obtenemos más que el silencio de Dios.
Sin embargo, aunque demore, Dios responde como lo hizo con Habacuc reclamando paciencia ya que llegará el momento en que “el que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad”.
Esto hace ver que a pesar del aparente triunfo del mal y de los malos, los creyentes debemos vivir en fidelidad a Dios realizando el bien, con la certeza de que llegará el día, sólo conocido por Dios, en que los malvados desaparecerán y los justos serán acogidos con misericordia.
Mientras esperamos la retribución final en medio de las debilidades y tentaciones por abandonar el camino de la verdad y del bien, hemos de pedirle a Dios como los apóstoles, “Auméntanos la fe” (Lc. 17, 3b-10).
Es decir, apoyarnos en la roca firme que es Él, mientras caminamos en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios que no faltarán, sabiendo que la presencia del Señor hará posible nuestra entrega personal a su plan providente, y a los que lo buscan.
Precisamente el texto del evangelio refiere a la actitud correcta del servidor que siempre sigue las indicaciones de su patrón, y que es en esta actitud donde encuentra el verdadero gozo y realización personal.
El creyente que ama de veras a Dios y a sus hermanos no espera agradecimiento alguno por lo que hace o entrega, más aún, su felicidad está en que puede hacer estas obras buenas, ya que reconoce que como simple servidor de Dios y los hermanos no ha cumplido más que con su deber en este mundo, servir sin buscar ser servido.
El apóstol san Pablo (II Tim. 1, 6-8.13-14) recomienda reavivar el don recibido, que en nuestro caso se trata del sacramento del bautismo por el que quedamos consagrados al Señor y enviados al mundo para llevar el mensaje de salvación a todo aquél dispuesto a acogerlo.
Ante el temor que a veces nos asedia por el que pensamos que nada podemos hacer en un mundo tan hostil, san Pablo recuerda que “el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad” y además “No te avergüences del testimonio de nuestro Señor”.
Estas recomendaciones vienen en ayuda nuestra en este mes misionero extraordinario de octubre, en el que tanto el Papa como el Obispo, nos piden vayamos al encuentro de los feligreses de nuestra parroquia para hacer presente en algún momento a la persona de Jesús y que compartamos con otros la vivencia de la fe católica.
No tener vergüenza de lo que somos, católicos, permite que vayamos al encuentro de otras personas sin complejo alguno, confiando en la fuerza de lo alto y no en nuestros conocimientos, que pueden incluso ser pocos, para testimoniar que esperamos que el mundo cambie si Cristo entra en el corazón de todos, y que confiamos en participar de la eternidad divina  si somos fieles hasta el fin de la carrera temporal.
Quizás pueda acobardarnos la posibilidad de ser rechazados cuando llevemos el mensaje del Señor, o que seamos despreciados por aquellos que rechazan toda espiritualidad al estar sumergidos en el jolgorio, o que han abrazado “espiritualidades” orientalistas imbuidas de satanismo en donde el pretendido bienestar que se ofrece es irreal.
Ante esto, el mismo apóstol nos habla de la necesidad de compartir con él “los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios”, por lo que conocemos que la fidelidad a Cristo y a su mensaje salvador, lleva consigo siempre todo tipo de persecuciones, incluso hasta desde el mismo seno de la Iglesia.
Pero junto con la persecución, al igual que los apóstoles, tendremos la alegría de ver cuántos vuelven al Señor por el testimonio firme nuestro, o profundizan la misma, pequeña como el grano de mostaza, pero que crece cada día un poco más cuando se responde a la gracia.
Las lecciones de fe y de amor a Cristo que nos ha dado el  apóstol, pues, deberán ser nuestra fuerza en este combate espiritual que vivimos cada día, recordando aquellas palabras prometedoras del Señor dichas a Habacuc: “el que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad”.


Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 06 de Octubre de  de 2019. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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