10 de febrero de 2020

“Crucificados para el mundo proclamamos la verdad y el bien del evangelio recibido, sin buscar agradar a los hombres sino a Dios”


 Jesús nos deja  una misión muy concreta para realizar en la sociedad en la que estamos insertos, la de ser sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5, 13-16).

 Presentando estos ejemplos, enseña que así como la sal da sabor a los alimentos, así también hemos de otorgar un sabor nuevo a la sociedad y cultura, la del evangelio; como la sal impide la corrupción, así también, purificados interiormente, estemos libres de toda tentación de corrupción.
A su vez, iluminados por el Señor en el bautismo, somos enviados para hacer resplandecer la verdad del evangelio en las estructuras sociales, la cultura, la familia, la sociedad toda.
Sin embargo, es posible nos preguntemos cómo será posible ser sal y luz en el mundo en que vivimos, abrumados con tantas dificultades e impedimentos, con tanta ausencia de Dios en el corazón humano que hace tiempo se cree autosuficiente para obrar según su antojo.
San Pablo escribiendo a los corintios señala cuál ha de ser la actitud del mensajero que lleva la Palabra del Señor al mundo (I Cor. 2, 1-5).
Y así dice de sí mismo que se acercó a ellos “para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría”. El apóstol describe a su vez su estado de ánimo cuando lleva el mensaje de Jesús, ya que se siente “débil, temeroso y vacilante”.
Es posible que a nosotros nos suceda lo mismo, sobre todo ante un mundo que renunció ya a vivir según el evangelio y, ante tantas personas que ya han prescindido de Dios.
Percibimos, en efecto, que la cultura de nuestros días está más degradada que en el tiempo de Pablo, ya que él se enfrentaba a un mundo que no conocía al Dios verdadero, mientras que en nuestro tiempo lo peculiar es haber recibido la fe cristiana para luego apostatar de ella, buscando la primacía de la libertad de cada uno por sobre Dios y los demás prójimos.
De allí que sea comprensible que como Pablo nos sintamos débiles por la hostilidad anticristiana en todos los ámbitos, o quizás nos invada el temor  ante un mundo prepotente que prescinde del creyente en el campo laboral o social,  por el sólo hecho de ser católico, o tal vez vacilemos en la proclamación del evangelio por la confusión reinante en el seno de la misma Iglesia y su enseñanza.
Todo esto es superado si el creyente se decide a ser luz y sal basando su fe, no en la sabiduría de los hombres, “sino en el poder de Dios”.
De hecho, el mismo apóstol proclama una verdad necesaria a sostener cuando dice “no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado”.
Actitud de un pastor digna de ser imitada cada vez que queremos ser sal y luz para los demás, fundando la fuerza del mensaje a proclamar, por lo tanto, en Cristo, y éste, crucificado.
De esa manera asumir que estamos crucificados para el mundo al dar a conocer sólo la verdad y el bien que se originan en el evangelio recibido y entregado, y a su vez no buscar agradar a los hombres sino a Dios porque el mundo está crucificado para los creyentes en el sentido de vivir libres de su influencia negativa.
La tentación más frecuente que impide ser sal y luz es la de acomodarnos a las costumbres y principios del mundo, siguiendo la corriente del relativismo, dejándonos llevar por la vida fácil.
Nuestro testimonio debe ser contundente, si queremos disipar las tinieblas del pecado y del error tenemos que portar la luz del evangelio, si queremos dar un sabor nuevo a la sociedad sin caer en la corrupción, el camino es la imitación del Señor Jesús.
En la actualidad, en el mundo, se busca destruir  la familia, por ser el ámbito en que se forman y crecen las personas, y se intenta por medio de las ideologías de turno  “construir un ejército de esclavos sujetos al poder estatal”.
En España ya proclama el gobierno, marxista por sus ideas, que “los hijos no son de los padres” y que el Estado tiene que “deformarlos” como quiere sin ingerencia paternal alguna.
Es cierto que los hijos son de Dios, pero a  los buenos padres se les encomienda su formación y crecimiento, y querer instaurar el “estado papá” es propio de los regímenes totalitarios.
Los buenos creyentes  españoles ya alzan su voz contra esta pretensión (1) y lo mismo ha de hacerse en Argentina ya que están soplando vientos que quieren imponer la ideología de género en la escuela como ya se hace en otros ámbitos de la vida social.
En caso que no elevemos nuestras voces defendiendo nuestra fe y lo que es conforme a la naturaleza de las personas y de las cosas, corremos el riesgo que se cumplan las palabras del evangelio, de modo que cuando la sal pierde su sabor ya para nada sirve, y si la luz no ilumina nos sepultan las tinieblas.
De hecho, si cedemos ante los avances de los tiranuelos de turno en la sociedad y cultura actuales, ya nadie nos tomará en serio y seremos barridos y pisoteados por nuestra inutilidad.
Queridos hermanos: elevemos nuestra súplica a Jesús para que en su misericordia nos enseñe cómo vivir cada día su mandato de ser sal y luz, pidiendo la luz del espíritu y la fuerza de la cruz para ser fieles.

(1) véase el boletín parroquial de este mes

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el V° domingo del tiempo Ordinario ciclo “A”. 09 de Febrero de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.





No hay comentarios: