6 de julio de 2020

Hacernos como niños y asimilarnos al Cristo sufriente, conduce a la sabiduría divina prometida y escondida para los poderosos.



El apóstol San Pablo afirma que “el que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo” y, continúa “quien tiene el espíritu de Cristo, no está animado por la carne”, que en San Pablo es sinónimo de pecado, sino por las obras del Espíritu (Rom. 8, 9.11-13).

A su vez, en el texto del Evangelio (Mt. 11, 25-30) Jesús comienza alabando al Padre porque ha ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y las ha revelado a los pequeños. 
¿A qué se refiere? ¿Quiénes son los sabios y los prudentes según el mundo? En el contexto se significa a los escribas, a los fariseos, a los doctores de la ley de su tiempo, pero observando en un espacio más amplio, estos sabios y prudentes se identifican con los que están animados por la carne,  porque el que está animado por el espíritu es pequeño delante de Dios, ante el Señor Jesús, y trata de ingresar a su vida, en su misterio, para imitarlo cada vez más.
Los sabios de este mundo no necesitan de Dios ni de Cristo, se conforman con su propia sabiduría. De hecho,  ¡cuánta gente, por ejemplo, se expresa con ignorancia,  habla por “boca de ganso”, como decimos habitualmente, sin haber ahondado nunca la verdad!
Es moneda corriente el que se cumpla con frecuencia lo que enseña Santo Tomas de Aquino en la Suma Teológica al afirmar que “cuando a la ignorancia le agregamos la soberbia, tenemos la necedad”, siendo el necio precisamente lo más opuesto a la sabiduría que proviene de Dios nuestro Señor, ya que se engaña creyendo que sabe pero nada conoce.
El verdaderamente sabio, en cambio es el que considera que nada sabe, que todo tiene que aprender y que indudablemente el mejor aprendizaje lo va a obtener profundizando en el misterio de Cristo.
El pequeño de corazón, a quien se le revelan los misterios de la fe es aquel que con una mirada de niño se acerca a Dios nuestro Señor sabiendo que de Él depende absolutamente todo.
De hecho, al respecto, notamos en los santos cómo se va manifestando en ellos el misterio de Cristo, la pequeñez de Cristo, incluso en aquellos que han sido pequeños en su vida y que han muerto realmente llevando una vida de unión con Cristo y se van preparando para ser reconocidos por la iglesia como beatos o como santos.
Al respecto, se recordaba en estos día, a Antonieta Meo (Nennolina) fallecida a los seis años el 3 de julio de 1937, estando en curso el proceso de su beatificación, y cuya vida había impactado tanto a Pablo IV cuando era cardenal, que reconoce en esta niña “el misterio de esa sabiduría que se esconde a los soberbios y se revela a los pequeños”.
Benedicto XVI reconoció las virtudes heroicas de esta niña romana en 2007, que padeció un tumor, la amputación de una pierna y grandes sufrimientos, ofreciendo todo por el prójimo, logrando conversiones y un grado de entrega a Cristo que sorprende en una niña tan pequeña, manifestando cómo fructifica la respuesta personal a la gracia divina.
Las cartas de esta niña dirigidas a Jesús nuestro Señor, dejan en claro  la verdadera sabiduría. Y así, cuando se aprende a soportar muchas cosas en esta vida por amor a Cristo, se alcanza la sabiduría del Señor. ¿Por qué, cuál fue la sabiduría de Cristo en definitiva? La sabiduría de la cruz, porque es en la cruz donde Él se ofrece totalmente al Padre, manifestando cuánto lo conoce y también nos obtiene la salvación.
Ahora bien, conocemos también al Padre si el Hijo nos lo quiere manifestar, y será posible, si como Cristo, encarnamos su pequeñez.
El profeta Zacarías (9, 9-10) ya en el Antiguo Testamento, como acabamos de escuchar, anuncia la venida del Mesías, del rey justo y poderoso sobre un asna, imagen que sugiere su sencillez, su calidad de persona, que llega a la humanidad atrayéndonos por la humildad, la sencillez, la misericordia, por el amor, como fue Cristo nuestro Señor.
Dios nuestro Señor no soporta los corazones soberbios, orgullosos, que hacen depender su éxito en esta vida de su aparente sabiduría, del poder, de la gloria, del reconocimiento, de los cargos, de la importancia que pueden tener en la sociedad, cuando uno sabe perfectamente que a la larga o a la corta, todo eso es nada delante del Señor.
Nos dice el texto del Evangelio, a su vez, “vengan a mi todos los que están afligidos y agobiados y yo los aliviare”. ¿Quiénes se acercan a Cristo nuestro Señor llevando cargas, sus pesos sus agobios? aquellos que saben que solamente dependen de Dios, que es el único que  puede dar una respuesta eficaz a los interrogantes más profundos.
 El Señor nos sigue presentando a los santos como intercesores para ser aliviados de nuestros agobios. Precisamente, hoy 5 de julio, como lo hacemos todos los meses, la comunidad parroquial invoca a santa Águeda, virgen y mártir, para que los enfermos de cáncer de mama o de otras enfermedades conexa, obtengan la curación o al menos la fuerza para sobrellevar ese yugo con la paciencia que el Señor otorga.
¡Cuántos agobios hay en nuestra vida en la sociedad de hoy, con el covid y tantos males en la salud, en la estabilidad emocional, en la economía! No nos dejemos atrapar por la desesperación, vayamos al encuentro de Cristo nuestro Señor, sabiendo que ese agobio, el yugo del Señor, ayuda a ser pacientes, a asimilarnos más y más al Cristo sufriente, al Cristo de la cruz, sabiendo  que es desde la cruz donde alcanzamos verdaderamente la sabiduría  divina prometida.
Quería recordar también en este día, que como fin de semana posterior a la fiesta de San Pedro y de San Pablo, se realiza la colecta para el servicio universal de la Iglesia, o llamada también colecta para la caridad del papa,  destinada esta ofrenda de los católicos de todo el mundo, para que el Papa la distribuya según considere más oportuno.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIV durante el año Ciclo “A”. 05 de julio de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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