29 de junio de 2020

El seguimiento de Cristo es fuente de persecuciones, ya que el discípulo lleva la cruz del maestro, pero alcanza así la verdadera felicidad.

Jesús sigue instruyendo y enseñando a sus apóstoles sobre aquello que es lo más importante, no solamente para que lo observen en su vida personal, sino también en orden a la predicación,  a la evangelización, es decir, qué es lo que tienen que transmitir y enseñar (Mt. 10, 37-42).

En el texto que acabamos de proclamar destaca la jerarquía de valores que debe existir en el amor, situando en primer lugar el amor a Dios Uno y Trino, misterio principal de nuestra fe, pero insistiendo en un  amor preferencial hacia Él, como Hijo de Dios que se hizo presente en la historia humana por medio de la encarnación y al que llamamos Jesús, el que salva, porque rescata al hombre de sus miserias.
Y Jesús pone un ejemplo, una comparación “el que ama más a su familia que a mí no es digno de mi” pero esto porque suele ser el amor podríamos decir, preferencial que tiene más peso en la vida del ser humano, pero abarca todos los amores existentes en cada persona.
O sea, que en nuestra escala de “amores”, no deben existir cosa o función algunas, o persona  alguna a las que amemos más que a Jesús.
Y ciertamente no es nada fácil vivir esta realidad. Y así,  ¡cuántas veces nos encontramos con personas, por ejemplo, en el mundo de la política, que por ser fieles al partido, aunque ellos personalmente se dicen católicos, votan a favor del aborto o de leyes inicuas! o ¡cuántos hijos en el mundo familiar, traicionan su conciencia por agradar primero a los padres!
 Al respecto siempre me acuerdo de aquel hombre que quería bautizarse ya adulto, porque sabía que en Cristo estaba la verdad, pero por no contrariar a sus padres, que eran de otra religión, no llegó nunca a dar ese paso de recibir el bautismo y vivir como católico. 
¡Cuántas veces el mismo creyente prefiere no pelearse, no desagradar a alguien antes que seguir a Cristo nuestro Señor! Hasta incluso en la misma iglesia nos encontramos por allí con esa mentalidad de coquetear por ejemplo con todos los políticos, porque hay que estar abierto a todos y no interesa si en esa selección hay abortistas o aquellos que defienden la ideología de género o protegen cualquier novedad que no sólo contraría la fe sino también la naturaleza de las cosas creadas, privilegiando los “entes de razón” que son las ideologías.
En el mundo del trabajo, ¡cuántas veces alguien se presta a una coima o a hacer algo incorrecto  para poder prosperar personalmente, antes que seguir a Cristo nuestro Señor! Y así podríamos recordar muchos ejemplos de situaciones similares, y ver cuán fácil es dejar a Cristo con tal de no contrariar al espíritu mundano para seguir la voluntad del maligno que está presente continuamente en nuestra vida cotidiana ofreciéndonos falsos espejismos, placeres y felicidades que no se dan.
Y continúa Jesús: “el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí” y ¿cuál es la cruz de cada uno de nosotros? Es la cruz de Cristo, por eso es que el mismo Señor inspira al apóstol San Pablo para que afirme de sí mismo y enseñe a los demás, que el mundo está crucificado para él y él está crucificado para el mundo (cf. Gál. 2,20; 5,24)
O sea que no quiere saber nada de aquello que contradiga el amor a Cristo Nuestro Señor, de modo que el mundo está crucificado para Pablo porque no se deja contaminar por lo mundano y lo políticamente correcto, y a su vez, él como apóstol, está crucificado para el mundo al seguir los criterios de Cristo y no los del mundo tan alejado de Dios.
Y así le fue a Pablo por estar crucificado para el mundo y el mundo crucificado para él, terminó en el martirio, y esto porque “El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí la encontrará” . 
Encuentra su vida quien la cuida celosamente acomodándose a la mentalidad de la sociedad en la que vivimos, pero la pierde posteriormente; en cambio,  pierde su vida quien se mueve siempre por el seguimiento del Señor, buscando la voluntad de Dios en todo, sobrellevando las debilidades propias del ser humano, pero encontrándola después.
El que cuida su vida, aguando el evangelio para que no caiga mal, termina despreciado hasta por la misma sociedad que vive del facilismo y la frivolidad incluso hasta en la profesión de su fe.
Por el contrario, a quien  no le interese perder ventajas en esta vida con tal de seguir a Cristo, vivirá plenamente su existencia terrenal, aunque tenga que padecer no pocas veces por su fidelidad a la verdad y al bien. Jesús afirma, a su vez, que aquel que recibe a su enviado, en este caso a los apóstoles, o toda persona que transmite su palabra, a Él recibe. Y que todo el bien que hagamos a los demás tendrá su premio, ya que “cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa”.
Esta promesa del Señor se aplica perfectamente a lo referido recién en el Antiguo Testamento (II Rey. 4, 8-11.14-16). En efecto, la mujer sunamita, da alojamiento al profeta Eliseo en su casa, para que en sus viajes desde el Monte Carmelo encontrara dónde refugiarse. Este gesto de la mujer tiene su raíz en la fe en Dios, y aunque todavía no ha encontrado al Dios de la Alianza, intuye que la verdad pasa por lo que transmite el profeta Eliseo. ¿Y qué hace el profeta? Inspirado por Dios, llama a esta mujer y le dice, dentro de un año tendrás un hijo, don del hijo  que ella esperaba, de modo que Dios no se deja ganar en generosidad y siempre premia las actitudes de generosidad que para Él tenemos.
Es cierto que el seguimiento de Cristo siempre trae sinsabores en la vida, y no puede ser de otra manera, ya que el discípulo no puede ser mayor que su maestro, y si el maestro padece la cruz, no debemos pensar que nosotros estaremos exentos de ella, es decir, de sufrir a causa del seguimiento de Cristo.
En definitiva lo que trae la verdadera felicidad al hombre es el seguimiento de Cristo y la certeza de vivir lo que afirma el apóstol San Pablo (Rom. 6, 3-4.8-11): “Al morir, Él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo decimotercero durante el año Ciclo “A”. 28 de Junio de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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