1 de septiembre de 2020

Seamos para el Señor ofrenda agradable de santidad, a fin de poder discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno y lo que es perfecto”

 

Ubicamos al profeta Jeremías (20,7-9) en su predicación a fines del siglo séptimo y principios del siglo sexto antes de Cristo, siendo la situación del Reino de Judá calamitosa, ya a punto de caer en manos de Nabucodonosor. Y el profeta, llamado “profeta de calamidades”, anuncia lo que va a sobrevenir por culpa del pecado del pueblo, porque de alguna manera Babilonia es como una especie de instrumento en manos de Dios para que el pueblo entienda su infidelidad y vuelva nuevamente a la amistad con el Dios de la Alianza. Sin embargo,  endurecido por el pecado, el Reino de Judá no quiere entrar en razón, y a causa de lo que anuncia, el mismo profeta será perseguido, maltratado, rechazado, odiado, hasta ser asesinado en Egipto.
Dentro de ese marco histórico el profeta dice abiertamente: “¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir!” viviendo esto como si fuera una especie de contradicción interior, ya que por un lado siente los lazos del amor de Dios que lo llama, que lo conquista, y por otro lado siente el deseo de huir de lo que Dios le propone. Con todo, se aprecia que no se siente coaccionado, sino que es totalmente libre en su respuesta, y esto lo comprobamos en su respuesta de que se ha dejado seducir.
El “¡Me has forzado y has prevalecido!” se debe entender como una expresión de que ha vencido la fuerza del amor divino. Pero todo esto es vivido por el profeta como un drama interior, entre el amor de Dios que lo llama y ante el cual se rinde, y la tarea inmensa que se le confía por lo que él es  “motivo de risa todo el día” y burlado siempre por los enemigos de la verdad y de la justicia. El ministerio profético resultará  por lo tanto una carga para él, por lo que se siente tentado a no mencionar a Dios ni hablar más en su Nombre, pero esto es inútil  ya que “había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía”
La entrega y abandono de Jeremías a la voluntad de Dios es un anticipo de lo que será la misma vida de Cristo, el enviado del Padre, el Mesías, quien sufrirá persecuciones por seguir la voluntad del Padre. Persecución que terminará en la cruz, como lo anuncia en el texto del Evangelio (Mt. 16, 21-27) camino a Jerusalén.  Comunica a los discípulos, a los más cercanos, que en la ciudad santa será tomado prisionero, padecerá, morirá en la cruz traicionado por todos. La advertencia de lo que le sucederá, significa que los discípulos deben prepararse para ese momento, ya que  deberán continuar su obra, con el anuncio de su palabra y la vivencia del Misterio de la Cruz.
En este contexto, Pedro le dice: “Señor, eso no sucederá”. El mismo Pedro que inspirado por Dios había dicho un rato antes “tú eres el Hijo de Dios vivo”  ahora hablando como hombre, inspirado por Satanás como le dirá Jesús, le dice “esto no sucederá”. Pedro se pone como escándalo, es decir, obstáculo delante del camino de Jesús, camino salvador, porque la cruz siempre es un escándalo, es decir, una piedra de tropiezo, incluso para nuestra vida también. En efecto, cuando todo marcha bien es más fácil seguir a Cristo nuestro Señor, por lo menos en líneas generales, pero cuando viene el escándalo de la cruz, del padecimiento, ahí entonces el creyente lo piensa dos veces ¿Para qué seguir esto? ¿Para qué embarcarme en esto que parece imposible de realizar? Por eso Jesús es concreto cuando dice: “el que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo”
¿Qué es renunciar a si mismo? Despojarse de la tentación de mirarse como eje,  como centro de la vida humana, pensando que todo gira alrededor de uno, y que  estoy en el centro, que todo depende de mí, o sea,  renunciarse como Cristo renunció así mismo, tomar su cruz y seguirlo al Señor.  
¿Y qué significa tomar la cruz? Tomar la cruz no es solamente asumir con paciencia lo que nos acontece todos los días, sabiendo que eso nos acerca más a Jesús, como por ejemplo, un revés de fortuna, una crítica, el desprecio de alguien, la enfermedad, el dolor, la incomprensión, la cruz podríamos decir así, con las dificultades habituales. Tomar la cruz es también llevar la cruz del seguimiento de Cristo, o sea, ser capaces de luchar contra el espíritu del mal y todo lo que esto significa, en la vida cotidiana. Percibir los obstáculos que aparecen en nuestro camino, que pretenden alejarnos de Jesús, para vencerlos, tomar la cruz en definitiva es asumir los sufrimientos y persecuciones que se derivan del seguimiento de Cristo.
Y de esa manera se hace realidad lo que dice el mismo apóstol San Pablo hoy en la segunda lectura (Rom. 12, 1-2), cuando nos exhorta a ofrecernos a Dios Nuestro Señor  como ofrenda agradable, no tomar como modelo a este mundo, sino mas bien “transfórmense interiormente  renovando su  mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”
Es decir, no tomar como modelo las costumbres de nuestra sociedad, lo que enseña la cultura de nuestro tiempo, sabiendo que es más fácil asimilarnos a este mundo que combatirlo, ir a favor de la corriente que en contra, es mucho más fácil seguir los impulsos interiores, que buscar vivir en la autenticidad  del Evangelio.
Cristo nos invita a un cambio total en nuestra vida, porque tomar la cruz no es solamente seguirlo en un cierto aspecto, sino una verdadera conversión de nosotros mismos que pasa por la renuncia y tomando como modelo para la vida cotidiana el ejemplo de Cristo y la enseñanza del Evangelio.
Queridos hermanos, esto no es imposible vivir si lo hacemos bajo la protección de Dios con la gracia de lo alto, ya que el Padre nunca  abandona a sus hijos cuando queremos hacer el bien.
Ayer precisamente recordábamos el Martirio de San Juan Bautista, nuestro patrono, él es un ejemplo típico de lo que es tomar la cruz, de renunciar a sí mismo,  padecer el martirio y la muerte por defender la verdad hasta el último momento de su vida. Pidámosle al santo entonces que nos convoque desde lo alto y nos ayude a vivir eso.
Ayer también recordábamos diez años de la consagración de ésta Iglesia parroquial a Dios Nuestro Señor. El 29 de agosto de 2010, monseñor José María Arancedo consagraba este templo a Dios nuestro Señor, y en esa consagración del templo está la nuestra propia, renovando la consagración primera del bautismo, siendo ofrecidos también como victimas vivas y puras al decir del apóstol San Pablo.
No estamos solos, el señor siempre nos acompaña y nos ayuda a ser fieles a la vocación recibida en el bautismo.


Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXII del tiempo Ordinario. Ciclo “A”. 30 de agosto de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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