19 de enero de 2021

“Aquí estoy, porque me has llamado”


  La vida del hombre en este mundo alcanza su pleno sentido cuando entra en comunión con su Creador, con Dios, y cuando desde esa intimidad,  transcurre en su existencia terrena buscando agradarle. Sabiendo por otra parte, que el encuentro e intimidad con Dios es un anticipo de lo que luego vivirá eternamente, siempre y cuando haya permanecido fiel a su compromiso, levantándose de sus caídas siempre, y concluyendo su vida mortal en comunión de vida y amor. Esa meta a la que estamos convocados, por cierto,  es la que como hijos adoptivos del Padre se nos ha prometido, en un estado en el que no habrá llanto, ni dolor, ni angustia,  ni pena alguna, sino sólo gozo y paz en la contemplación divina.
Y para que se dé este encuentro, Dios  se anticipa buscando al hombre, lo llama y le propone  esta existencia nueva en medio de las dificultades y obstáculos  que se oponen a la intimidad divina.
El Antiguo Testamento  presenta esta hermosa vocación y el llamado que Dios hace a Samuel que está bajo la tutela del sacerdote Elí (I Sam. 3, 3b-10.19) su formador, que le ayuda a madurar bajo la mirada divina y que se convertirá después en sacerdote y profeta especialmente en los reinados de Saúl y David.
El texto bíblico advierte que Dios lo llama tres veces para dar a entender que no siempre el ser humano se da cuenta que es llamado por Dios, ya que diversas circunstancias distraen, máxime en nuestro tiempo, lo que hace necesario la insistencia divina.
La disponibilidad de Samuel ante el llamado queda en evidencia porque en las tres primeras veces se acerca a Elí diciéndole afirmativamente “Aquí estoy, porque me has llamado”, y no la pregunta curiosa  “¿por qué me has llamado?”
En el cuarto llamado, aleccionado por el sacerdote Elí, Samuel responde “habla, porque tu servidor escucha”. Nuevamente la hermosa actitud de la disponibilidad sin saber qué se espera de él.
Y este encuentro personal del Señor con su servidor, transforma la vida de Samuel, y aunque el contenido del mismo se mantiene secreto, el texto bíblico continúa describiendo la vida del niño ya que “Samuel creció; el Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras”. Afirmación ésta que anticipa lo que señalará san Lucas  respecto a Jesús, el cual viviendo con sus padres crecía en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.
Y mientras  Samuel no dejó  de cumplir las palabras recibidas de Dios, porque lo hizo con los oídos de la Fe y practicó lo que había escuchado, así también a su tiempo, Jesús no dejaría de escuchar al Padre y obraría según su voluntad hasta llegar a la cruz.
Ahora bien, continuando con el tema del seguimiento, en el evangelio (Jn. 1, 35-42), el encuentro se realiza entre  Cristo y dos discípulos de Juan Bautista. Nuevamente se observa la intervención de alguien para  concretarlo, como lo hiciera Elí con Samuel.
En este caso Juan Bautista dice a sus discípulos que Jesús es el Cordero de Dios, anticipando de esa manera su muerte en cruz con la cual salvaría a la humanidad. Uno de los discípulos es Andrés. El otro, según los estudiosos de la Biblia, probablemente era Juan, el que escribe el relato. Y seguramente es así porque el texto recuerda que  “era alrededor de las cuatro de la tarde”  la hora en que se conocen Jesús y los dos discípulos del Bautista.
Esto no deja de ser aleccionador, porque  ¿quién se acuerda con tanta precisión el día y la hora de un acontecimiento? Solamente alguien recuerda el día y la hora de un suceso, cuando éste ha marcado su existencia, su vida, de una manera notable.
Y se acercan a Jesús y Él les pregunta: ¿Qué quieren?  Respondiendo “¿dónde vives?” Y Jesús no les contesta donde vive, sino “vengan y lo verán”,  o sea, síganme y contemplen quién soy  y lo que les quiero transmitir. Y esta experiencia es tan fuerte que lo recordarán para siempre, Juan al punto de recordar exactamente la hora del día y dar testimonio de eso, Andrés que irá en busca de su hermano Simón, diciéndole “hemos encontrado al Mesías”. Y Simón va también a encontrarse con Jesús que es llamado a través de Andrés. Y Jesús le anticipa su misión diciéndole que se llamará Cefas, es decir Pedro. Son los primeros pasos, no está todo dicho, se expresó la invitación del Señor, y se da la respuesta libre de ellos que quieren seguirlo.
La respuesta de Samuel y los discípulos  marca la existencia de ellos. Y  para nosotros ha de implicar una respuesta generosa que permita destacar también nuestra existencia con la impronta de una fe que se entrega en la disponibilidad total, sin reserva alguna, con la decisión de vivir con Jesús siguiendo sus pasos.
La aceptación de su persona es lo primero, y  admitir que vale la pena jugarse por Él, conociendo sus enseñanzas para vivirlas.
Sin embargo, hemos de recordar que la fe en Jesucristo se prolonga en la vida cotidiana, por medio de la  llamada  moral cristiana.
Muchas veces, en nuestros días, se disocian estos dos aspectos: “yo creo en Cristo pero no me impongan tales reglas, tales mandamientos”, cuando en realidad la continuación de la Fe en Cristo es el Amor: por Él, creo y amo a la vez en el seguimiento.
La liturgia de hoy nos menciona un aspecto importante de la moral cristiana, lamentablemente rechazado o devaluado, la pureza cristiana, mencionada por san Pablo en la carta a los cristianos de Corinto (I Cor. 6, 13c-15ª.17-20). Convivían en esta comunidad dos corrientes diferentes, una de observancia estricta, con el peligro de ver todo lo relacionado con la sexualidad como pecado, y otra corriente que no consideraba  incompatible con la fe cristiana el desenfreno sexual.
Dicho de otro modo, había creyentes que pensaban que se podía ser cristiano, sin privarse de los placeres relacionados con la vida sexual. Un poco lo que pasa hoy en día; no pocos cristianos dicen: “no es necesario para mi salvación que yo viva de tal manera”. En el fondo se cae en el protestantismo, creer que la sola Fe es la que salva, cuando  el apóstol Santiago afirma que la Fe sin obras no es tal. Y Cristo, en la última cena, dirá que quien lo ama cumplirá sus mandamientos y uno de ellos  es el de no fornicarás.
Por eso la insistencia del apóstol San Pablo, exhortando a los cristianos de Corinto que se alejen del desenfreno sexual, de la lujuria, que ordenen su vida. Porque su cuerpo está llamado a la Resurrección y su cuerpo no les pertenece, ya que por el sacramento del Bautismo, somos templo del Espíritu Santo  y pertenecemos a Jesús, porque el precio de nuestra redención fue su muerte.
Hoy en día, corremos el riesgo  de volvernos como esta corriente de los corintios, donde el desenfreno sexual da lugar a cualquier cosa: relaciones prematrimoniales, uniones de hecho sin matrimonio, el concubinato, el adulterio, la pornografía, creyendo vanamente que la lujuria puede convivir con la santidad, ignorando que todas estas cosas no nos permiten una entrega total a Dios en cuerpo y alma.
Es cierto que somos pecadores, pero también es cierto que Dios viene a nuestro encuentro para darnos la fuerza necesaria para combatir nuestras debilidades y responder al llamado del Señor.
Pidámosle al Cristo que nos conquiste, que nos llame,  que nos haga recordar ese día y esa hora en el que Él llegó tan especialmente a nuestro corazón. Y si no lo recordamos, intentar ver dónde vive el Señor para poder amarlo y servirlo.



 Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo durante el año. Ciclo “B”. 17 de enero de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.










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