5 de enero de 2021

“Junto a la preexistencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, también existía el hombre en el pensamiento divino”.

En el tiempo litúrgico de Navidad, el Evangelio de Jesucristo según San Lucas se detiene en el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre. Y así, hemos recorrido en estos días los primeros pasos de la existencia de Jesús entre nosotros, su nacimiento en Belén y la adoración de los pastores  el día de Navidad, la presentación del Señor y la purificación de la Virgen en la fiesta de la Sagrada Familia y, la contemplación silenciosa de María ante este prodigio de amor  al celebrarla en su Maternidad divina.
Pero en este domingo, la Palabra del Señor (Jn. 1, 1-18) nos lleva a considerar no tanto la humanidad de Cristo, o no sólo su humanidad, sino principalmente la presencia de la persona del Hijo de Dios.
San Juan, con el vuelo teológico que lo caracteriza, nos lleva al origen increado del Hijo divino, llamándolo como la Palabra consustancial al Padre, mientras que en el Antiguo Testamento se lo identifica como la Sabiduría de Dios (Eclo. 24, 1-2.8-12).
Por lo tanto, la Sabiduría y la Palabra  refieren al Hijo de Dios que en ésta condición se hace hombre en el seno de la Virgen Madre.
En los dos textos, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, se recuerda que la Sabiduría-Palabra está en la presencia de Dios, preexistente con Dios, y refiere su presencia también en la creación de las cosas, de manera que no solamente nos habla de la intimidad divina, sino también de la acción de la Trinidad que crea al hombre y le da a éste todo lo que necesita para vivir en este mundo.
El apóstol San Pablo en la carta a los efesios (1, 3-6.15-18) que acabamos de proclamar,-texto ya meditado el 8 de diciembre pasado, al celebrar la Inmaculada Concepción-, insiste también en esto, pero mirando al ser humano desde antes de la creación del mundo.
En efecto, desde antes de la creación, Dios había pensado en llamarnos a la existencia a cada uno de nosotros, como  si junto a la preexistencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, también estuviera el hombre en el pensamiento divino. Faltaba únicamente que ese designio divino de crearnos se realizara en momentos históricos  concretos después de la creación del mundo, para constituirnos  en hijos adoptivos de Dios.
Vemos entonces en estos textos, cómo de Dios va descendiendo la gracia, el don para con la humanidad. Esa gracia y don que es el Hijo que se hace hombre y el hombre que se hace hijo adoptivo de Dios por la voluntad misma de Dios pero todo esto pensado en el Hijo de Dios. Por eso el apóstol San Juan dice que el Hijo es glorificado por el Padre, o sea se manifiesta la gloria del Padre a través del Hijo, especialmente en el momento de la cruz.  Allí en la muerte del Salvador, se despliega la profundidad precisamente de la grandeza divina y de la gloria de Dios, aunque para los ojos humanos no fue más que humillación.
Pero volviendo otra vez a los textos del libro del Eclesiástico y al Evangelio, en ambos se dice que tanto la Sabiduría como el Hijo de Dios ingresan al mundo creado. Y así “Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia”, afirma el primero, “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, recuerda san Juan.
 San Juan expresará que plantó su tienda el Hijo de Dios al encarnarse, la sabiduría a su vez dirá que se le ordenó “instalar mi carpa” en Jacob.
El Hijo  era la luz y la vida,  afirma el texto de Juan, que vino a los suyos y los suyos no recibieron la Palabra, refiriéndose  no solamente al pueblo de Israel que no siempre recibía la Palabra, sino a su vez a los muchos que en la actualidad  no reciben a la Palabra que es Jesús.
Duele decirlo, por cierto, pero también en nuestro tiempo el Hijo de Dios como Palabra del Padre, Palabra salvadora, no es recibida por muchos, incluso rechazada, incluso perseguida o en el mismo Hijo de Dios hecho hombre o en aquellos que buscamos continuar su obra en este mundo.
A pesar de ello, sin embargo,  se le promete a todo aquel que recibe esta Palabra hecha carne que es Jesús, el poder llegar a ser hijo adoptivo del Padre, no naciendo por obra de la carne, ni de la sangre, ni de la voluntad del hombre sino de la gracia divina.
De manera que en este domingo, podríamos decir, que se despliegan no solamente la grandeza  del Hijo de Dios en su eternidad, no solamente la grandeza del Hijo de Dios hecho hombre mientras vivió entre nosotros, sino también la grandeza de cada persona humana.
Esto último nos cuesta muchas veces ver y aceptar, porque estamos acostumbrados a que tanto se cosifique al hombre, se lo denigre, se lo deje de lado, que incluso nosotros tenemos la tentación de tener esta mirada despreciativa hacia el mismo ser humano.
En cambio, desde una mirada de fe que contempla lo que significa el hombre para Dios, sabemos que  aún aquel que lo rechaza, está llamado a la dignidad de ser hijo de Dios, y si no se concreta esto o no perdura en el tiempo, es por la voluntad del hombre que reniega de lo que ha recibido o no busca obtener esa filiación por el sacramento del bautismo, filiación divina, que a su vez, se perfecciona en la vida eterna.
Queridos hermanos sepamos valorar la dignidad de la que estamos revestidos cada uno, agradeciendo  a  Jesús lo que ha realizado en nosotros, ya sea viniendo a nuestro encuentro, ya sea su promesa de conducirnos al encuentro del Padre. Sigamos  apreciando y proclamando la dignidad de la que estamos revestidos.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el segundo domingo de Navidad. 03 de enero de 2021.-http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-





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