9 de febrero de 2021

Expulsando demonios de los cuerpos de los posesos, Jesús afirma que Él ha vencido el mal y nosotros podemos continuar su misión.

El libro de Job en la primera lectura (7,1-4.6-7) refiere a  la presencia del mal y su influjo en la vida del hombre, está presente también  el dolor y  la enfermedad. Job pareciera injustamente tratado por todo esto, porque su vida se orientaba a buscar la voluntad de Dios.

Y esto es así porque entra en crisis aquella concepción  existente que pensaba en la retribución del justo el cual sólo recibiría cosas buenas en esta vida, mientras que el malvado tendría  sólo  penas. En efecto, la realidad mostraba que no pocas veces acontecía lo contrario, el malvado triunfaba y el que hacia el bien era oprimido. Mientras otras culturas no tenían respuesta por parte de sus dioses, Job pregunta acerca de esto al Dios de la revelación, llegando a la conclusión que él no es nadie para hacer este planteo por lo que su actitud principal será vivir aquello que “Dios me dio todo lo que es bienestar, y Dios me lo quitó, por lo que sea bendito el Señor”.
De todos modos, no hay una respuesta total y efectiva a este planteo, la encontramos recién con la presencia de Jesús entre nosotros, ya que Él se hizo presente en nuestra historia para sanar nuestras enfermedades y vencer al espíritu del mal.
El texto del evangelio (Mc. 1, 29-39) presenta el hecho que  Jesús  con su presencia entre nosotros  está cerca de los padecimientos del hombre, de su dolor, de su  enfermedad, enseñándonos que el sufrimiento es propio de la naturaleza humana, consecuencia del pecado y, debe ser siempre mirado a la luz del Misterio de la Cruz. Expulsando demonios de los cuerpos de los posesos, afirma que Él ha vencido el mal y al maligno en la cruz redentora, de manera que aunque suframos muchas veces  la tentación, ésta es vencida si buscamos la unión con  su Persona  y sus enseñanzas.
El mismo Jesús nos muestra en el texto del Evangelio que dialoga permanentemente con el Padre en una oración que le devuelve la fuerza, que le da un mayor impulso misionero y por eso cuando Pedro le dice que todos lo buscan, Jesús le dice “vayamos a otra parte a predicar también en la poblaciones vecinas”.
Al igual que Jesús, los creyentes hemos de resguardar siempre  los momentos de oración con el Padre, para descubrir su voluntad y conocer los caminos mejores a transitar para que el misterio divino sea comunicado a todos los hombres y tengan por lo tanto, la oportunidad de responder a tanto amor recibido y mantener así en vivo la grandeza de nuestra dignidad de hijos adoptivos de Dios.
El papa Francisco en la catequesis del miércoles pasado alecciona sobre la importancia en nuestras vidas de la oración litúrgica, ya que sin ésta, el cristianismo estará sin la presencia de Cristo. Recuerda el pontífice que siempre ha estado presente entre los cristianos la tentación de vivir cierta religiosidad intimista alejada de la mediación  propia de los sacramentos especialmente de la Eucaristía. De hecho, en nuestros días, con motivo de la pandemia, observamos cómo se ha acentuado este tipo de religiosidad, la cual, sin desmerecer su impronta espiritual, ha soslayado la vivencia lúcida y activa de la liturgia celebrada dignamente en comunidad de fe.
En efecto, se está produciendo cierto apoltronamiento  y quietud  en todo lo que sea virtual, y quizás corremos el riesgo de pensar que ya no es necesario compartir en clima de fe, esperanza y caridad, hasta la Eucaristía misma. ¡Y qué decir de la indiferencia ante la Reconciliación con Dios por medio del sacramento porque quizás se piensa que ya nada es considerado pecado., al primar entre los católicos mismos, la subjetiva consideración de lo que es pecado en oposición a los mandamientos mismos!
De allí la necesidad de volver a las fuentes de la espiritualidad que es la liturgia misma, camino seguro para asimilar en nuestras vidas la mediación siempre salvadora de Jesús, y prepararnos de esa manera a la misión de evangelizar al mundo en el que estamos insertos.
Es por eso que deben resonar entre nosotros las palabras del apóstol (I Cor. 16-19.22-23): “hay de mí si no predicara el Evangelio” y  exclamar hay de mi si no soy capaz de llevar al mundo la presencia de Jesús, la enseñanza de Jesús, el mensaje del Señor, asegurando a todos que Jesús viene a curar nuestras dolencias.
No nos dice que va a superar o  eliminar la enfermedad y liberarnos de los límites que nos agobian no pocas veces, sino que otorgará a sus seguidores  el medio necesario para poder sobrellevarlos y que la victoria del maligno ya está, justamente por el Misterio de la Cruz.
La cruz del Señor es la que fortalece a cada uno para que en nuestro caminar cotidiano sepamos también vencer las fuerzas del maligno. Y así entonces mostrar al mundo que llevar el Evangelio y la presencia de Jesús en definitiva nos enaltece como personas y como hijos de Dios. Queridos hermanos vayamos al mundo  en el que vivimos, llevando el mensaje que Jesús nos transmite.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo durante el año. Ciclo “B”. 07 de febrero de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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