2 de febrero de 2021

Como fieles profetas enviados al servicio de la Palabra, transmitimos la verdad inalterable manifestada por Cristo.

 

En el libro del Deuteronomio o Segunda Ley (Deut. 18,15-20),  Moisés comunica al pueblo  elegido que Dios  suscitará un profeta como él,  anticipando así la presencia  de Jesús, el nuevo Moisés en medio de  la comunidad. Pero mientras tanto, hasta que llegue el momento de la presencia del Salvador, el Señor envía en su nombre a numerosos profetas, manifestándose así de un modo nuevo, además de hacerlo  a través de la Ley, y de la sabiduría.
El profeta cuya misión no es anunciar meramente el futuro, sino que es el portavoz de la voluntad de Dios. Por eso, el texto bíblico recuerda que los profetas que Dios suscitará, deben decir lo que se les encomienda y nada más que eso.
Ahora bien, a lo largo de la historia de la Iglesia, conocemos por revelación divina, que ésta continúa la misión profética de Jesús. Nosotros como bautizados, y miembros de la esposa de Cristo, a su vez,  participamos de esta misión profética, por lo que hemos de transmitirle al mundo las enseñanzas recibidas del Señor. Por lo tanto, nadie esté autorizado a enseñar algo distinto o contrario, o hacer una libre interpretación de la misma Palabra de Dios.
De allí,  que es muy importante tener en cuenta  esto, porque hoy en día se siguen escuchando voces que reclaman que la Iglesia se acomode a las vivencias  y pensamientos  del mundo y se amolde a lo que la historia misma le va indicando.
Si desde la fe hablamos de la salvación de la historia indicando con esto que la verdad inalterable de Cristo se ha de transmitir íntegramente, se piensa ahora que la historia con sus vaivenes y cambios voluntaristas del pensamiento, debe “salvar” a la Iglesia. Sabemos, por el contrario, desde una mirada de fe, que la Iglesia tiene que ser siempre totalmente libre, ya que enviada por Dios, ha  de predicar y enseñar en medio del mundo, lo que a su vez ha recibido fielmente.
Es decir, la verdad revelada siempre es la verdad por ser divina su fuente, y no cambia porque el ser humano cambie o asuma otras modalidades. De manera que no pocas veces, al ser humano que aparece como enloquecido, atrapado por cosas raras, la Iglesia debe enseñar siempre el mensaje de Cristo nuestro Señor, no perder, podríamos decir, esa cordura que es propia de la verdad.
Urge esto sobre todo en un mundo como el nuestro, tan desorientado que no sabe a dónde ir, donde se va imponiendo el que cada uno tiene derecho a manifestarse como se autopercibe, y así si yo me autopercibo que soy un gato, todo el mundo debe reconocerme como tal porque ese es mi derecho. Ante estos desvaríos  la Iglesia debe estar siempre por encima de todas estas locuras que se plantean en la sociedad, y proclamar al ser humano que ha caído en el relativismo moral y que piensa que todo aquello que desea y quiere es verdadero,  que no es así, y que lo que quiere y desea no siempre responde a la verdad.
Si tomamos el texto del Evangelio (Mc. 1,21-28) nos encontramos con Jesús como el nuevo Moisés, que enseña en la sinagoga de Cafarnaúm. Es allí donde  la gente descubre que habla de una forma nueva, “con autoridad y no como los escribas” que sólo repetían lo que habían aprendido, mientras que Jesús  transmite desde su condición divina humana.
A su vez, la palabra que enseña Jesús con autoridad se certifica a través de hechos concretos. Dice el texto que en la sinagoga había un hombre endemoniado y, que el espíritu del mal grita “ya sé quién eres, el Santo de Dios”. Sin embargo, el espíritu ignora  cuál es la misión de Jesús,  siendo de inmediato expulsado del poseído.
A su vez, expulsando al demonio, Jesús  manifiesta que viene a eliminar toda esclavitud, viene al liberar al hombre de todo aquello que le impida adorar a su Señor y servirlo de todo corazón, de manera que expulsando al espíritu del mal está expresando un mensaje muy fuerte: “Yo no solamente les enseño con autoridad sino que obro con autoridad, aquel que venga ante mí y me exponga cuáles son sus limitaciones, cuáles son sus problemas, cuales son dificultades para servir a Dios, estoy yo para ayudarle a conquistarse a sí mismo, para vivir en libertad y de esa manera servir a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la vida”.
Esta actitud de profeta, que podemos identificarla con una recta enseñanza, la notamos también en el apóstol San Pablo en la segunda lectura de hoy (1 Cor. 7, 32-35). El apóstol nos habla por un lado de la vida consagrada a Dios, ya sea por el celibato o por la virginidad, y por el otro se refiere a la vida matrimonial.
 ¿Qué es lo que enseña el apóstol? Cada uno debe discernir qué es lo que Dios quiere para  si, de qué manera quiere que le rinda culto y de qué manera quiere que a través de mi elección le sirva de corazón y también pueda enseñar y ser ejemplo para los demás.
¿Cuál es la enseñanza que nos deja? Dice que el que vive el celibato o la virginidad puede entregarse a Dios con un corazón indiviso. Mientras que en el matrimonio, tanto el marido como la mujer buscan agradarse mutuamente y tienen que ocuparse de las tareas propias de la familia, de lo que refiere al matrimonio; de modo que este marido o esta mujer se entregan a Dios pero siempre mediante la entrega a la otra persona, o a aquello que realizan a diario.
Aquel en cambio que no ha elegido el matrimonio, aunque considere  ese estado de vida como bueno en sí mismo, pero no para sí, se une a Dios con un corazón no dividido. Es cierto que el que ha elegido el celibato o la virginidad para seguir al Señor puede en algún momento hacerse trampa a sí mismo y buscar otras dependencias que coartan esa entrega total al Señor, pero de hecho la primera elección se orienta a la unión con Dios con un corazón no dividido.
A nosotros como bautizados, como profetas del nuevo testamento, participando de la misión profética de la Iglesia, hemos de llevar al mundo las enseñanzas de Jesús manifestando así lo que previamente hemos vivido. Sabemos que la gracia de Dios nos acompaña y en la medida que seamos fieles en la transmisión de la verdad conocida, el Señor estará con nosotros y esta enseñanza dará sus frutos.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 4to domingo durante el año. Ciclo “B”. 31 de enero de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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