16 de febrero de 2021

Cargando nuestros pecados en la Cruz, Jesús se convierte en leproso y marginado de la sociedad moderna.

 

Como acabamos de proclamar en la primera lectura extraída del Levítico (13,1-2.45-46), quien contraía la  enfermedad de la lepra era marginado de su familia y de la comunidad, tampoco podía participar del culto  en la sinagoga, excluido de todos como un paria debía gritar a su paso: “¡Impuro, impuro!” para que todos se apartaran de su presencia. Se consideraba que la lepra era fruto del pecado, que la persona  había sido maldecida por Dios  por medio de la enfermedad, lo cual no correspondía a la verdad. Así era la concepción que existía en el antiguo testamento y que  continuaba también en el tiempo de Jesús.
El relato sorprende al señalar que este hombre se acerca a Jesús, porque no podía estar cerca de alguien que estuviera sano, y también produce asombro a la gente que miraba el hecho, cuando  Jesús  conmovido manifiesta estar dispuesto a acercarse al enfermo.  
Nos dice el texto que este hombre se acerca a Jesús, se arrodilla y le dice, “si quieres puedes purificarme”. Es decir, es un acto de humildad y de fe, ya que el “puedes purificarme” reconoce el poder de purificación que tiene el Señor, y el “si quieres” señala a su vez que depende de  la voluntad de Jesús el hacerlo, y esto porque Jesús es el Hijo de Dios, no es cualquier persona.  Continúa el texto describiendo que el Salvador extendió la mano, lo tocó y dijo: “Lo quiero, queda purificado”, quedando limpio inmediatamente. Ante la actitud de este hombre, arrepentido de sus pecados porque seguramente él también pensaba que la enfermedad era fruto del pecado, se manifiesta la misericordia divina. Ésta súplica de curación implicaba también una súplica de perdón por sus pecados, y Jesús lo cura, indicando que tiene que ir al sacerdote para que certifique el signo y retornar  así  nuevamente a la comunidad y al culto.
A su vez le pide que no hable de esto, que no diga nada. Esta prohibición frecuente en el evangelio de san Marcos, forma parte del Secreto Mesiánico. ¿Qué es esto? La manifestación de que Jesús era el Mesías enviado del Padre, quedaría patente en el Misterio de la Cruz,  y al  divulgarse que había curado a alguien conduciría a ser considerado como un mesías político, un mesías nada más que humano y no como realmente lo  que era, el Hijo de Dios.
Es interesante esta actitud de Jesús conmovido por la súplica de este hombre,  por su estado, tanto físico como espiritual y su posterior curación como respuesta a su humildad y gran fe.
La actitud de Jesús de extender la mano  y curarlo se prolonga en el tiempo, ya que también hoy Jesús nos cura de nuestros pecados tendiéndonos la mano y tocándonos diciendo “quiero”. Lo hace a través del Sacramento de la Reconciliación, porque es en ese ámbito donde el creyente es curado de sus pecados. De allí que es muy importante ir preparando nuestro corazón, disponernos para reconocer que todos necesitamos ser purificados por el Señor.
Quizá el peligro que se corre hoy en día es que no pocos piensan que no pecan, o que lo que hacen no es ninguna falta, porque todo el mundo lo hace o porque  especulan en que la Iglesia tiene que ajustarse o acomodarse a la cultura de nuestro tiempo y aceptar cosas, acciones, que siempre fueron malas acciones. Relativizan la vida moral esperando vanamente que la enseñanza  de la Iglesia “se adapte” a la sociedad  de este tiempo y al pensamiento de la gente. Para conocer realmente la vigencia de los principios que siempre hemos sostenido desde la fe, ayuda mucho  discernir entre lo que es malo y procede del maligno o de nuestras pasiones y lo que es bueno y agradable al Señor.
San Pablo nos ofrece un medio concreto  para el discernimiento (I Cor. 10, 31-11,1) cuando afirma “sea que ustedes coman, sea que beban o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios". Y así, analizando nuestros pensamientos, palabras, acciones y omisiones preguntarnos si todo eso se encamina a la gloria divina. Y al descubrir que algo no conduce a la gloria y beneplácito divino, sabremos  que se trata de una falta, de un pecado, que se debe evitar.
Si uno busca siempre la Gloria de Dios en cada acción que realiza, realmente estará lejos de esto, y al mismo tiempo servirá  de examen de conciencia para descubrir cómo está nuestro corazón interior. Recordemos que el pecado tiene también una consecuencia social, por eso sigue diciendo el apóstol “no sean motivo de escándalo ni para los judíos ni para los paganos ni tampoco para la Iglesia de Dios” o sea, no solamente el pecado lesiona mi amistad con Dios sino que también tiene una consecuencia en la Iglesia, en el prójimo.
Por eso es importante ir creciendo en esta actitud de humildad, descubriendo en qué cosas o de qué manera no damos Gloria a Dios, conociendo  así nuestro interior, necesitando  a su vez de la fe en Dios, porque mientras más lejos estemos de Él, menos reconoceremos lo que le agrada  o lo que le disgusta.
El texto del evangelio  recuerda que después de esta curación, “Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes”. ¿Qué había sucedido? Lo seguían porque pensaban en un Mesías político, mientras que Él, contrariamente anticipa su testimonio en la Cruz, convirtiéndose en leproso, es decir, cargando todos los pecados de la humanidad consiguiendo así  ser un marginado en la sociedad.
Pidámosle al Señor que nos de su gracia para que podamos crecer en santidad en la vida concreta y, la fuerza para no temer acercarnos para que diga  a cada uno “quiero curarte en el sacramento de la reconciliación”.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 6to domingo durante el año. Ciclo “B”. 14 de febrero de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





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