23 de febrero de 2021

En medio de las tentaciones de cada día, contemplamos el obrar de Jesús para aprender cómo vencer al espíritu del mal y vivir en comunión con Él.

 


Hemos iniciado el sagrado tiempo litúrgico de  Cuaresma. Se trata de un recorrido de cuarenta días que desemboca en la celebración de la  Pascua, en la celebración del paso de Jesús por su pasión, muerte en cruz, resurrección y  posterior ascensión junto al Padre. Este tiempo de cuaresma, por tanto, es un período de privilegio para retornar a Dios.
Precisamente los cuarenta días permiten recordar los cuarenta años de la marcha del pueblo de Israel desde su salida  de Egipto hasta su entrada en la Tierra Prometida. En ese trayecto por el desierto el pueblo elegido  se encontró muchas veces con las pruebas, con las influencias del maligno que le hacían desear el retorno a Egipto prefiriendo la tranquilidad de la esclavitud a la libertad que se le prometía habitando la tierra de promisión.
Nosotros, peregrinando por este mundo, en medio de las tentaciones de cada día, contemplamos el obrar de Jesús durante su estadía en el desierto, para aprender cómo vencer al espíritu del mal y vivir en comunión con Él.
El texto del Evangelio (Mc. 1,12-15) nos dice que el Espíritu llevó a Jesús al desierto. Esto aconteció después de su bautismo, en el que el Padre dio su testimonio afirmando que Él es su Hijo amado y que hemos de escuchar. A su vez, el Espíritu descendió para ungirlo como enviado del Padre, siendo  ese mismo Espíritu el que lleva a Jesús hacia el desierto.
El texto destaca que Jesús “vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían” evocando así la paz y armonía reinantes en el paraíso antes del pecado de nuestros primeros padres y que se perdiera posteriormente, restableciéndose nuevamente con el triunfo de Jesús sobre el maligno. Desde ese momento de la victoria de Jesús, la humanidad conoce que el maligno ya fue vencido y, que su poder es inocuo, si el ser humano no se deja seducir por  sus sugestiones pecaminosas. Y de esto tenemos certeza ya que en Cristo es tentada la misma Iglesia, la cual estará siempre protegida por la presencia del Señor, a pesar de las continuas pruebas.
En este sentido, como miembros del Cuerpo místico de Cristo, nosotros también, bautizados y marcados por el Espíritu Santo, somos conducidos  al desierto en este tiempo de cuaresma, que es el lugar del encuentro con Dios, principalmente por la oración, el ayuno y la limosna, como habíamos escuchado el Miércoles de Ceniza. Pero, a su vez, el desierto es  también el  momento de la prueba donde el espíritu del mal busca separarnos del Señor, trata de traernos hacia sí, encandilándonos con falsas promesas y espejismos. Como sabemos por experiencia, y al igual  que la tentación de Jesús en el desierto, el espíritu del mal no duerme ni descansa.
Al respecto, precisamente el papa Francisco decía hoy en el Ángelus, que durante el tiempo de cuaresma especialmente sufriremos los embates del demonio mucho más a través de las tentaciones, partiendo de nuestras debilidades y de nuestra historia personal de pecado porque el demonio busca nuestra condenación, es decir, que nunca lleguemos a la Vida Eterna. Es el combate espiritual que hemos de enfrentar y afrontar a lo largo de nuestra vida. Ese combate espiritual en el que el Señor y el demonio buscan conquistarnos y ciertamente espera Dios que solo a Él le respondamos.
Terminadas las tentaciones del desierto cuaresmal, o vencidas las tentaciones de cada día, alcanzamos la paz y equilibrio personal que fueron puestos a prueba, logrando  una armonía con Dios, con nosotros mismos y  con los demás. El sacramento del bautismo recibido nos otorga siempre la fuerza necesaria para vencer y progresar en la conquista personal de nuestro corazón  para vivir plenamente la consagración a Dios.
El texto del Evangelio dice además, que una vez vencida las tentaciones Jesús fue a proclamar la Buena Noticia de Dios en Galilea anunciando a viva voz “El tiempo se ha cumplido: el reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”.
El tiempo se ha cumplido porque la cuaresma es un lapso de tiempo que se nos ofrece para renovar  la existencia humana retornando a Dios y así entrar de lleno en el reino inaugurado con la presencia de Cristo entre nosotros comprometiéndonos a vivir entregados a Él.
Convertirse y creer en la Buena Noticia  no es solamente un acto de fe, sino también una actitud permanente de llevar al mundo nuestro testimonio, no pensar que las cosas se resuelven meramente por acción de la Providencia; sino que se espera  que  también nosotros trabajemos y luchemos para que Él sea conocido en este mundo y podamos transmitir a los demás también, los modos, las maneras, para vencer al espíritu del mal presente no solamente en nosotros sino también en el mundo.
Pidámosle a Jesús que nos enseñe una vez más a vencer al espíritu del mal y nos conceda  la fuerza para poder llevar  a la práctica esta victoria.
Imploremos también muy especialmente la protección de aquella que aplastó la cabeza de la serpiente diabólica, la madre de Jesús y nuestra, la Virgen Santísima.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo I° de Cuaresma ciclo “B”. 21 de febrero de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.



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