8 de marzo de 2021

Purificados por la conversión, somos como Cristo, nuevos templos de alabanza y adoración al Padre, mientras peregrinamos por este mundo.

 


Dios manifiesta su amor para con el pueblo elegido sacándolo de la esclavitud de Egipto. Las revelaciones de ese amor son abundantes y profundas. Es por eso que en el camino hacia la Tierra Prometida Dios quiere sellar una alianza con su pueblo a través de estas Diez Palabras o Diez Mandamientos que nos describe la primera lectura.
Pero mientras Moisés en nombre del pueblo recibía los diez mandamientos y conocía que el cumplimiento de los mandamientos constituía la respuesta al amor de Dios; el pueblo al pie de la montaña adoraba el becerro de oro. Demolido el ídolo por Moisés y recibidas nuevamente las tablas de la Ley, ya que las primeras habían sido destruidas por él, concluye el pueblo por  aceptar la Alianza. Al respecto  las palabras del Señor son muy claras: “Yo seré el Dios de ustedes y ustedes serán mi pueblo si escuchan mi palabra y la practican”.
Siempre el ser humano se encuentra en esta contradicción interior, reconoce que la vivencia de los mandamientos es la respuesta del amor para con Dios, pero al mismo tiempo se deja seducir por los encantos del pecado y no pocas veces resulta infiel a esa alianza. También en nuestro tiempo acontece algo similar. ¡Cuántas personas  incluso que se dicen católicas, afirman que los mandamientos pertenecen al pasado, convencidos y sometidos por los criterios mundanos, y que lo que estaba mal  ahora es bueno, y lo bueno de antes en el presente es irrelevante !
Se pretende incluso que la Iglesia se amolde a la mentalidad del mundo, es decir, se piensa que el mundo ha de continuar con sus propios criterios marcados por las ideologías de turno que se apartan de Dios y que a su vez la Iglesia acepte aquello que se sabe no corresponde a la voluntad del Señor. Ante esto, nosotros hemos de afirmar siempre que lo que antes se veía como malo y lo era por contradecir la ley de Dios, ahora sigue siendo malo, y lo que se identifica con la voluntad divina siempre será bueno en cada momento de la historia humana.
Esto manifiesta la gran contradicción que hay no pocas veces en el corazón del hombre, de allí, la necesidad de la purificación interior. Cuando Cristo expulsa a los mercaderes del Templo, está enseñando acerca de la necesidad que existe de la purificación del Templo de Dios. Ha terminado el culto del Antiguo Testamento para comenzar con el Nuevo, porque su propio cuerpo es el templo de Dios, y es desde momento que  a través de Cristo  se rinde culto perfecto a  nuestro Dios. O sea, Cristo a través del signo de su muerte y resurrección, nos muestra la Nueva Alianza, el nuevo pacto de amor entre Dios y nosotros.
Esta nueva alianza, por lo tanto, requiere la purificación interior de la Iglesia como institución y de la iglesia en cada uno de sus miembros que somos nosotros. De manera que sean realidad las palabras: “el celo por tu casa me consumirá”. Y así, que sea tanta la preocupación para presentarnos purificados delante del Señor que evitemos todo aquello que pueda contaminar la fe, la liturgia, y la vida de la iglesia toda. Incluso evitar todo lo que pueda ser contaminación de la misma Ley de Dios, aguándola en sus exigencias, reconociendo que es un camino seguro ante nuestra debilidad para poder vivir en la verdad y encontrarnos con el Señor.
Jesús ha venido a perfeccionar la Ley del Antiguo Testamento, no a suprimirla, por eso que purificarse interiormente significa adherirnos a aquel que murió en la cruz y resucitó para mostrarnos el amor eterno del Padre. Ya no es el amor de Dios para con el Pueblo Elegido sacándolo de Egipto, sino que es el amor de Dios presentado a través de su Hijo hecho Hombre que nos quiere sacar de las esclavitudes de nuestro tiempo, de nuestra época, de nuestra cultura.
De allí la necesidad de encontrarnos con Cristo nuestro Señor, ya que conociendo Él  el interior  de cada uno de nosotros, según aquello de que  “no se fiaba de ellos porque los conocía a todos, Él sabía lo que hay en el interior del hombre”, hemos de ser purificados.
Porque también nosotros podemos estar en esa actitud de decir: “yo creo en Jesús”, pero Jesús que conoce nuestro interior sabe que ese creer en Él no siempre significa una adhesión a su persona, a su Palabra y a su enseñanza. En efecto, sucede a veces que mientras el Señor promulga esta ley de amor entre nosotros y Él, nosotros hincamos las rodillas ante los  ídolos de nuestro tiempo, tan diversos y de engañosa atracción.
Hermanos: Pidámosle a Jesús nuestro Señor que nos purifique y libere a la Iglesia de toda contaminación, convencidos como hemos de estar como institución, de que la vuelta al encuentro con el Señor y de sus enseñanzas nos librará de las esclavitudes que muchas veces nos acechan en esta vida en la cual trascurrimos. 


Textos: Éxodo 20, 1-17; I Cor. 1, 22-25; Juan. 2, 13-25.-


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el tercer domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 07 de marzo de 2021.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



No hay comentarios: