16 de marzo de 2021

“Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús”.

 

Es una constante en la Sagrada Escritura contemplar la infinita misericordia de Dios, su amor para con la humanidad, pero contrariamente a esto la respuesta del hombre se caracteriza no pocas veces a través de la infidelidad, por la aceptación del pecado. Sin embargo, como Dios nos ha creado a su imagen y semejanza y convoca a vivir la dignidad de hijos adoptivos suyos, sigue apostando por todas las personas tratando de atraernos nuevamente a su amor.
Repasemos los textos bíblicos de este domingo para ir contemplando esto. El segundo libro de las Crónicas (36,14-16.19-23) refiere a cómo la infidelidad del Reino de Judá es tan grande que dice el texto: “la ira de Dios subió a tal punto que ya no hubo más remedio”
¿Qué había sucedido? Se repetía la infidelidad, la ruptura de la alianza con Yahvé, sus enviados –los profetas-- para advertir al pueblo de su pecado eran rechazados, su Palabra no era escuchada y tanto los dirigentes como el pueblo se obstinaban en seguir practicando el mal. Pero como Dios piensa en clave de salvación del hombre a quien ha creado por amor, elige a un instrumento que es Nabucodonosor, rey de Babilonia, el cual se apodera de Jerusalén, destruye el templo y envía al exilio a los que habían quedado.
Exilio éste que dura setenta años, el cual más que castigo es un instrumento de purificación para que los judíos caigan en la cuenta que nada pueden sin la presencia divina y adviertan la necesidad del retorno a Dios. En este cautiverio, el pueblo sigue cantando su añoranza por Jerusalén, tal como lo describe el Salmo interleccional (Salmo 136): “Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar acordándonos de Sión, allí nuestros carceleros nos pedían cantos y nuestros opresores alegría, ¡canten para nosotros un canto de Sión!, pero ¿Cómo podríamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera?”
Ante este deseo de retornar a Dios y a la tierra de sus ancestros el Señor se acuerda de su pueblo y a través de otro instrumento suyo, el rey Ciro, rey de Persia, libera al pueblo de la esclavitud el cual retorna a su patria  para reconstruir el templo y ciudad de Jerusalén. De modo que estas pruebas a las que se ve sometida la población del Reino de Judá más que castigo de Dios hay que ver un medio para que el pueblo reconozca que no puede hacer nada sin Dios.
A la luz de la Palabra de Dios, pensaba en estos días en nuestra patria, y salvando obviamente las distancias temporales, contemplaba  cuánto estamos  de sumergidos en miserias  en los distintos aspectos de la vida.  O sea, a raíz de esto, cabe preguntarse si acaso Dios no nos está probando por esos medios para que retornemos a Él, para que se realice una conversión en serio, para que reconozcamos que sin Él nada podemos hacer, porque mientras el hombre se aleja de su Creador se aparta también de la salvación.
Siguiendo en este camino de reclamar una respuesta de amor a Dios, el apóstol San Pablo (Ef. 2, 4-10) recuerda que el Señor es rico en misericordia, lo cual no significa que ante esto el ser humano puede hacer lo que quiere, sino que la misericordia divina supone un compromiso de nuestra  parte.
Insiste el apóstol que “Dios ha querido  demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús”. Ante esto, ¡cómo le cuesta al ser humano entender la profundidad del amor de Dios, cómo tarda el ser humano en concebir el amor que Dios le tiene que castiga a su Hijo a través de la cruz para obtener la redención, la salvación!
El texto del Evangelio (Jn. 3, 14-21) pone en boca de Jesús que Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera sino que tenga Vida Eterna.
Ya probó todo para atraernos hacia Sí, por su amor y la prueba necesaria nos purifica para que volvamos a Él y entendamos que Él es lo más importante de nuestra vida.
Dios  está declarando permanentemente su amor para con nosotros a través de su Hijo clavado en la cruz. En efecto, así como Moisés levantó la serpiente en el desierto y quienes miraban a esa serpiente de bronce se veían libres de las mordeduras de las serpientes causadas por el pecado y la infidelidad del pueblo, así también quien mira y contempla con fe al crucificado se salvará de todo lo que significa la opresión del espíritu del mal.
Insiste el texto del Evangelio dos veces, que quienes tengamos fe en Jesús tendremos la Vida Eterna. Dios no envió a Jesús al mundo para juzgarlo sino para salvarlo pero son las mismas acciones del hombre la que lo juzgan.
En efecto, el pecado contra la luz es lo que juzga y condena al hombre ya que  “la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.  Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas”.
"Los hombres prefirieron las tinieblas” recuerda el texto. ¿Cuántas veces nosotros preferimos las tinieblas y dejamos la luz perdiendo así la oportunidad de encontrarnos con Cristo Salvador?.
La Palabra de Dios en este domingo insistentemente nos llama a ir al encuentro de Jesús, Luz del Mundo y reconocer en Él, en su presencia, en su persona, en su palabra, el infinito amor de Dios. ¿Podrá conmovernos el amor de Dios, podrá conmovernos Cristo crucificado para decir “aún con mis debilidades, con mis limitaciones quiero seguir al Salvador”? La ayuda del Señor no se hace esperar y viene a nuestro encuentro si sinceramente lo buscamos.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el IV  domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 14 de marzo de 2021.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-




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