30 de marzo de 2021

Desde la cruz redentora del Señor, comprendemos que las cruces que sobrellevamos en la vida, poseen un sentido salvador.

 


Hemos aclamado al comienzo de esta Misa a Jesús como rey. Los ramos que cada uno de nosotros llevará a su casa tienen que recordarnos a lo largo del año precisamente este reconocimiento del Señor como rey. El ramo de olivos significará que acompañamos a Jesús a la entrada de Jerusalén, es decir, a la entrada de nuestra familia, de nuestra vida. Jesús  Rey reina no desde un trono, sino desde la cruz, cumpliéndose así  lo que Él ya dijera: “atraeré a todos hacia mí”, es decir, toda persona que con fe quiera participar de la redención contemplará la cruz salvadora del Señor levantada en alto y se liberará de sus pecados, de la mordedura del espíritu del mal.

A su vez, desde esa cruz redentora del Señor, el hombre entenderá y comprenderá que las cruces que hemos de sobrellevar a lo largo de la existencia terrenal, poseen un sentido salvador. La persona que no tiene fe, en cambio, se queja ante el sufrimiento, ante el dolor, ante las pruebas, ante las vicisitudes de la vida porque ha perdido el sentido de la vida, que se ha convertido en una “pasión inútil”.
Pero desde la fe, en cambio, y mirando al crucificado, caemos  en la cuenta que es el camino que el Señor ofrece para la redención del mundo. Advertimos desde la mirada del crucificado, que no solamente la realidad de nuestras flaquezas y dolores son propios de la naturaleza humana que con el tiempo decae, sino que también significa la posibilidad de contribuir con Cristo nuestro Señor a la redención del mundo, cargando con Él los pecados de todos.
Cristo triunfante en la cruz cambia la historia del hombre, y  advierte que reina desde el madero santo, recobrando así lo perdido por Adán cuando fuera vencido en el árbol del paraíso.
A su vez, desde la cruz  manifiesta la contradicción que no pocas veces existe en nuestra vida, porque mientras consideramos  como lo mejor, el triunfo, la gloria, el poder, el placer y todo lo mundano, el Señor crucificado  enseña que la gloria y el triunfo están precisamente en el Misterio de la Cruz y en la Resurrección.
Cuando el ser humano no entiende esto o no lo acepta o no lo quiere ver, sufre mucho más todavía en la vida, porque comienza a perder el sentido de la misma, de su existencia y se pregunta no pocas veces ¿Qué hago aquí? ¿Por qué tengo que sufrir? ¿Por qué las cruces de cada día? ¿Por qué las limitaciones de mi naturaleza humana?
Desde la fe  que hemos recibido como don y gracia, miramos a Cristo que reina desde la cruz y alcanzamos a comprender, iluminados interiormente, que el camino que se nos ofrece, es no solamente asumir la naturaleza humana, sino asumir también que todo eso contribuye a la salvación del hombre. Entendemos que todo lo padecido en unión con Jesús permite purificarnos interiormente, y la cruz en definitiva conduce a alcanzar la meta que es la santidad en la unión con Cristo. Y si acaso alguna vez como Jesús decimos “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” tendremos la respuesta en el mismo Padre del Cielo que asegurará que está con nosotros, viendo la docilidad  humana por cumplir su voluntad.
María Magdalena y María madre de José, recuerda  al final el texto de la Pasión, miraban donde lo habían puesto a Jesús.  La actitud de ellas es la de quienes tienen esperanza y saben que la muerte no tiene la última palabra ya que la resurrección del Señor significará la glorificación completa del Hijo de Dios hecho hombre, asegurando también que nosotros seamos glorificados.
Queridos hermanos vayamos al encuentro del Señor, sigamos sus pasos en esta Semana Santa, tratemos de entrar en cada uno de los momentos de la pasión para entender lo que significó para Jesús, y lo que ha de significar  también  para nosotros.
Llevemos al mundo el mensaje de esperanza que brota del misterio de la cruz, abandonando los devaneos propiamente humanos que conducen muchas veces a pensar que la esperanza debe estar puesta en los triunfos de esta vida, en las promesas de los hombres, en los vaivenes de la existencia humana.
Sin embargo, nos damos cuenta cada día más, que esas falsas esperanzas no llevan a nada duradero, y que sólo  el encuentro con Cristo  asegura a todos un caminar diferente a lo largo de la vida. Vayamos y pidamos al Señor la gracia de seguir sus pasos en la dolorosa pasión, para que crucificados con Él, alcancemos la gloria de la resurrección.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la Parroquia San Juan Bautista de Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo de Ramos de la Pasión del Señor. Ciclo “B”. 28 de marzo de 2021.


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