1 de marzo de 2021

La transfiguración es un mensaje de esperanza para el hombre, tantas veces acorralado que olvida las promesas del Señor.

El domingo pasado fuimos con Jesús al desierto para aprender a través de la victoria del Señor sobre el espíritu del mal que es posible vencer al que es mentiroso desde el principio  y, así poder vivir dignamente como hijos de Dios.
En este  segundo domingo de cuaresma la invitación es subir al monte. Siempre en la Sagrada Escritura subir al monte, llegar a lo alto, significa buscar una amistad más profunda con Dios, para desde las alturas de ese encuentro con Él, tener una mirada diferente, distinta, de lo que acontece en este mundo y en nuestra vida cotidiana.
En la primera lectura tomada del libro del Génesis (22,1-2.9-13.15-18), nos encontramos con que Abraham sube al monte para sacrificar a su hijo Isaac,  sacrificio que no sólo implica la muerte del joven sino la destrucción de la víctima por el fuego, de allí el nombre holocausto. Ante esta perspectiva, Abraham siente que su futuro queda diluido, ya había dejado todo por obediencia,  ya su tierra, su parentela, todos sus proyectos para seguir la voz de Dios, y ahora se le pide que sacrifique el futuro mismo, la muerte de su hijo, quedando sin cumplirse la esperanza de una  gran descendencia.
Este texto hay que verlo en el contexto de lo que acontecía en los siglos VIII y VII a.C. en el pueblo de Israel, donde se realizaban sacrificios humanos de niños siguiendo la imitación de pueblos paganos. En este texto Dios quiere dejar un mensaje bien claro “no quiero sacrificios humanos”, hay otros pasajes en el Antiguo Testamento que señalan también el disgusto de Dios ante esta costumbre que tenía el pueblo, contagiado por costumbres paganas, por eso no es extraño que el mismo Abraham no se asombre tanto por lo que se le pide, porque en su mente esto era posible, pero obviamente en él prima la obediencia  a Dios. Podríamos decir que este texto deja en evidencia la actitud de Abraham que “puesto a prueba” por obediencia se vacía totalmente de sí mismo. Sin embargo, agradado Dios por la obediencia, le indica  que no sacrifique a su hijo,  ya que el único sacrificio salvador será el de su Hijo hecho hombre  muerto en la Cruz.
Abraham ha escuchado la Palabra de su Dios, escucha ésta que se nos reclama  en el texto del Evangelio (Mc. 9, 2-10): “este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. Él no quiere sacrificios sino obediencia, o sea escuchar su Palabra y llevarla a la práctica.
En el despojo de Abraham y de Jesús, hay una invitación clara para nuestro propio despojo y así encontrarnos más con el Señor.
En el texto del Evangelio, Jesús lleva a Pedro, Santiago y Juan, al monte Tabor, y allí se transfigura, es decir, contemplaron a Jesús en su divinidad, anticipando así lo que será la presencia del Señor en la Gloria, en el estado eternal al que está llamado también el creyente. ¿Por qué se transfiguró? Jesús les venía diciendo a los apóstoles que iba a sufrir mucho, morir en la cruz y resucitar en Jerusalén. Este proyecto de Jesús, obediente al Padre, no coincidía con el pensamiento de los apóstoles, que esperaban  la presencia de un mesías político, humano, que triunfe en otro campo; por lo tanto no podían aceptar ni pensar la muerte del Señor.
Jesús entonces les muestra su divinidad, para  que cuando llegara el momento de la pasión, del sufrimiento y de la cruz, no se dejaran acobardar sino que pensaran en la gloria que les esperaba, la  gloria en el Cielo con Cristo resucitado, de manera que en medio de los sufrimientos pudieran vencer  los temores recordando aquello que afirmara Pedro  asegurando “qué bien estamos aquí”.
También nosotros nos sentimos mal por el sufrimiento, la enfermedad, la angustia, por tantos problemas y nos quedamos quizás con una mirada meramente humana, terrenal. El Señor nos invita a elevar esa mirada y elevarnos a nosotros mismos a la altura del monte Tabor para contemplar a Cristo resucitado, sabiendo que también nosotros debemos llevar en nuestro cuerpo las señales del Cristo paciente,  muerto en la cruz  y  lograr  así la resurrección.
A su vez, desde la nube recibimos la invitación  de escuchar a Jesús, Hijo amado del Padre, el cual con su obediencia perfecciona la ley dada a conocer mediante Moisés y la acción profética representada por la presencia Elías.
Ahora bien, ¿qué hemos de escuchar de Jesús? No solamente ser dóciles ante sus enseñanzas y su Persona, sino concretamente  asimilar el  repetido anuncio  dirigido a  todos de la pasión del Señor.
Equivale a decir “escuchen el mensaje de Jesús que se dirige a la cruz, a la muerte y a la resurrección, acepten que es el medio para redimir la humanidad. Escuchen, no hagan sus interpretaciones ni piensen que pueden escapar del Misterio anunciado”.
El misterio pascual por su parte, es causa de muchos dones para cada persona, tal como lo recuerda el apóstol San Pablo: “El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con Él toda clase de favores? (Rom. 8, 31b-34).
Es decir que si Dios entregó a su Hijo a la muerte en cruz, como nuevo Isaac y único sacrificio agradable, nos concederá toda clase de favores en medio de las pruebas y  obstáculos que se presenten en el seguimiento de Jesús hasta las últimas consecuencias.
De manera que la transfiguración resulta ser un mensaje de esperanza para la vida humana, tantas veces acorralada por las dificultades que perdemos de vista las promesas que el Señor.
Y así como Dios manifiesta a Abraham que va a cumplir la promesa, salvando a su hijo, también nos promete a nosotros idéntica salvación por la muerte y resurrección de Cristo nuestro Señor.
Pidámosle a la Virgen Santísima que siempre nos apoye y proteja  en el camino cuaresmal orientado  a las alturas de la santidad.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el II° domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 28 de febrero de 2021.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-





No hay comentarios: