26 de octubre de 2021

Jesús dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”, y el ciego curado se levantó y lo siguió, porque entendió que debía ir tras los pasos del Salvador.



 

Cantábamos en el salmo responsorial (sal 125, 1-6) “¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!”, expresando de esta manera que Dios se muestra siempre, que busca el bien del hombre respondiendo a sus angustias, a sus problemas, a sus dolores. Un Dios que no se olvida  de quien le es fiel en medio de sus sufrimientos.
Precisamente el profeta Jeremías (31, 7-9) recuerda que Dios quiere reunir al reino de Israel y al de Judá en un solo pueblo, sacándolos del exilio, quiere liberarlos de la opresión,  y esto porque “¡El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel!”.
El resto de Israel  comprende al pequeño grupo de personas que se ha mantenido fiel a Dios, a pesar de las dificultades, o que se ha convertido para seguir la ley de Dios, mientras muchos de entre el pueblo elegido se alejaban de la alianza, renegando de su Dios.
En nuestros días también se da esta realidad cuando muchos sedicentes católicos no dudan en amoldarse al criterio mundano o a los imperativos de ideologías de turno, mientras existe un “resto” que a pesar de las persecuciones y rechazos recibidos, se mantiene fiel al Dios de la Alianza y a su Hijo enviado a la humanidad para salvarla.
En este “resto” de Israel se cumple lo que cantábamos, ya que sembrando entre lágrimas y limitaciones su fidelidad al Señor, cosecharon la vuelta del exilio recibiendo la bendición divina, ya que   “¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!”.
En la segunda lectura del día tomada de la carta a los Hebreos (5, 1-6) aparece nuevamente la misericordia de Dios hacia la humanidad.
En efecto, el autor sagrado hace mención a la misión del Sumo Sacerdote del culto antiguo  que implora por los pecados del pueblo y los propios, haciendo las veces de intercesor entre Dios y los hombres.
Como es de suponer ante esto, cuánto más puede hacer el sacerdote de la Nueva Alianza marcado por el sello del sacramento del Orden, y cuánto más Aquél que ejerce el sacerdocio por excelencia, Jesucristo.
El cual, hace de puente entre Dios Padre y la humanidad sumergida en el pecado de los orígenes, muriendo en la cruz por la salvación del hombre, presentando al Padre las súplicas y ruegos de todos.
El sacerdocio de Cristo ha significado siempre cercanía salvadora ante todo hombre necesitado de ser salvado de sus miserias y oprobios.
Precisamente en el texto del evangelio (Mc. 10,46-52) nos encontramos con este Sumo Sacerdote actuando frente al dolor del mendigo, ciego de nacimiento, desechado a un costado del camino, esperando que otros se apiaden de él, muchas veces recibiendo las sobras.
Bartimeo representa al hombre doliente de todos los tiempos que se siente alejado de los demás y también del mismo Dios, cargado de pecados, problemas, de dramas personales arrastrados en el transcurso del tiempo, sin respuestas  superadoras y reparadoras de su vida.
El ciego, representa pues, a ese mundo dolorido y doloroso, tan presente en nuestros días, que escuchando que pasa Jesús  comienza a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!” y lo reprenden de inmediato, pero él sigue gritando más fuerte y sin detenerse, enseñándonos  que es necesario insistir en nuestra súplica, cuanto más agobian los problemas y las carencias más urgentes, sin dejarnos distraer por quienes pretenden acallarnos con falsas promesas.
Jesús  se detiene y lo llama preguntándole “¿Qué quieres que haga por ti?”, respondiendo no como los hijos de Zebedeo que añoran la gloria a la derecha y a la izquierda del Salvador, “Maestro, que yo pueda ver”.
Pide no sólo la vista física, sino el poder ver y comprender cuál es el papel que debe asumir en este mundo para agradar a Dios.
Suplica, en el fondo, tener la capacidad de hacer un cambio radical en su existencia, reconociéndose mendigo del favor divino que salva, insistiendo a pesar de las dificultades, confiando siempre en la gracia.
Y Jesús le dirá “Vete, tu fe te ha salvado”, y él se levantó ya curado y, lo siguió por el camino, porque al recuperar la visión no sólo pudo percibir las personas y los objetos, sino que entendió que su misión debía ser seguir los pasos de la persona, vida y enseñanza del Salvador.
Pero a su vez, el “ver” las personas y las cosas significaba tener una mirada de fe que le mostraba con claridad el servicio al prójimo y el uso correcto de las cosas de este mundo, sin caer en su dependencia.
El papa Francisco, en el ángelus de hoy, hablando de la fuerza de la oración suplicante, narró la historia de aquél hombre que ante el anuncio de la proximidad de la muerte de su hija de nueve años, pasó  la noche ante el santuario de Luján rezando por ella. A la mañana siguiente, de regreso al hospital, su esposa llorando le dice que la hija comenzó -inexplicablemente para la ciencia médica- a curarse.
Esto nos hace ver que estamos llamados a suplicar siempre a Dios con confianza, implorando todo, que significa la santidad de vida, nuestra conformidad con su divina voluntad, el crecimiento en nuestro servicio de caridad para con todas las personas, la disponibilidad siempre por hacer el bien y defender la verdad que se nos manifiesta.
Queridos hermanos: imploremos al Señor que podamos ver la verdad que proviene de Jesús, para seguirle confiadamente realizando el bien imitando así el obrar del mismo Salvador.
Como la Virgen María y el glorioso San José, dispongámonos siempre al servicio de Jesús.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía del domingo  30º del tiempo Ordinario, Ciclo “B”.- 24 de Octubre de 2021, ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.-/



 

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