4 de noviembre de 2022

La santidad de vida del creyente es la que realmente toca el corazón del hombre que busca a Dios, e invita al seguimiento de Cristo

 


De la vista de Dios participan  aquellos que han llegado al fin último de su vida,  a la meta para la cual el ser humano ha sido creado, esto es, la  santidad, la cual  se perfecciona en la Vida Eterna, en la que alabaremos a Dios permanentemente como lo acabamos de escuchar en el libro del Apocalipsis (Ap. 7, 2-4.9-14).
A la Vida Eterna que consiste en  la visión de Dios,  llegaremos por la gracia de Dios,  don absolutamente inmerecido por nosotros, pero que requiere la respuesta humana a esa gracia divina.
¿Cuál es el fundamento de ese don tan grande? El amor infinito del Padre que nos elige desde la eternidad para ser sus hijos, y que caídos en el pecado, nos redime por su Hijo hecho hombre muerto en la cruz y nos santifica por el don del Espíritu Santo, de manera que si vivimos en este mundo en la santidad que se nos otorga, tenemos la esperanza de alcanzar la participación divina en el cielo.
San Juan, precisamente lo recuerda en la segunda lectura de hoy (1 Jn. 3, 1-3) afirmando que nos llamamos hijos de Dios y lo somos realmente,  y que si el mundo no reconoce al hombre como hijo de Dios es porque no lo han conocido a Él previamente.
Dice San Juan que seremos semejantes a Dios, que lo veremos tal cual es, de manera que se perfecciona lo que ya somos por creación “imagen y semejanza  divina”.
¿Cómo lo vamos a ver a Dios, el Creador, si nuestra inteligencia es tan limitada e imperfecta  propia de los  seres creados? Santo Tomás de Aquino en el tratado del fin último del hombre –en la Suma Teológica- , cuando habla de la visión beatífica reconoce ciertamente que quien está en el cielo lo contempla a Dios gracias a un hábito infuso, otorgado por Él, que perfecciona y eleva la inteligencia del hombre, que se llama el lumen gloriae, “la luz de la gloria”.
Decimos que contemplamos a Dios tal cual es, pero en realidad es tal cual podemos verlo como seres humanos, según nuestra capacidad, porque como decía, la inteligencia humana es imperfecta y la inteligencia divina es superior obviamente a la inteligencia humana.
Pero gracias a este don infuso de la “luz de la gloria”, el hombre  planificado  totalmente, no deseará nada más que lo que Dios le está otorgando, no deseará una contemplación distinta a la que tenga, porque su naturaleza humana estará colmada, de manera que Dios se da a conocer pero conforme a nuestra situación creatural.
Somos seres humanos, no Dios, pero  tendremos un conocimiento de Dios superior al que tenemos aquí, muchísimo más grande, porque acá lo conocemos como a través de un espejo y nos acercamos a Él por la virtud de la fe, en la gloria lo conoceremos tal cual es.
En este mundo conocemos a Dios por la fe que es  el asentimiento de las verdades no vistas, en cambio en la vida eterna no necesitaremos la fe porque lo veremos, tampoco necesitaremos la esperanza porque hemos llegado a la meta deseada, sino sólo existirá la caridad  por la que estaremos contemplando a Dios, de modo que en el hombre no habrá ningún otro amor que pueda disminuir el Amor divino.
Escuchamos que en la vida eterna amaremos también a los seres queridos que estén en el cielo, lo cual es cierto, pero nunca ese amor será un obstáculo para la plenitud del amor contemplándolo a Dios.
Celebramos hoy a los santos que gozan ya de Dios para siempre, y ellos suscitan en nosotros, al decir de san Bernardo, dos deseos, el de estar y vivir con ellos, lo que nos hará plenamente felices, y el deseo de poder dar gloria eterna al Creador, participando de la manifestación plena de Jesucristo salvador nuestro.
El honor que tributamos a los santos no les agrega nada a ellos, sino más bien redunda en nosotros fortaleciendo el deseo de imitarlos y participar de la vida futura de la gloria.
Por ejemplo, vamos a recordar a San Martín de Porres dentro de dos días y el culto que a él le brindaremos no le agrega nada a su vida de santidad y de gloria que está viviendo, sino que lo que contemplamos de su vida santa en este mundo,  nos ha de ayudar no solamente para darle Gloria a Dios que ha triunfado en el corazón de ese santo, sino a anhelar estar con él en el cielo.
Retomando a San Bernardo, como recordábamos recién, él expresa que el otro deseo importante que el ser humano ha de tener, es que en la vida eterna se nos manifieste totalmente Cristo nuestro Señor.
En la Vida Eterna  contemplaremos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,  pero además hemos de contemplar al Verbo Encarnado, será la manifestación del Cristo doloroso, del Cristo que nos hará caer en la cuenta que a través de la cruz hemos sido salvados y que gracias a eso, podemos participar en su misma gloria junto al Padre.
Queridos hermanos: trabajemos en este mundo en nuestra condición de viadores para vivir no solamente los mandamientos que es lo mínimo que se nos pide, sino llegar a una perfección más grande.
Obviamente que es difícil la perfección de las bienaventuranzas que marcan el texto del evangelio de hoy (Mt. 4, 25-5,12) y que recuerda  san Juan Pablo II que hemos de vivir, en la encíclica Veritatis Splendor, pero no imposible si contamos con la gracia de lo alto.
O sea, el mínimo e indispensable a vivir en este mundo es la observancia de los mandamientos como suficiente para la salvación, pero estamos llamados a una perfección más grande, la de las bienaventuranzas.
Por eso pidamos al Señor que nos colme de su gracia y que aumente nuestro deseo de santidad, ya que es la santidad de vida la que realmente toca el corazón del hombre que busca a Dios, e invita  al seguimiento de Cristo.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa de la Solemnidad de Todos los Santos. 01 de Noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







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