21 de noviembre de 2022

La alianza nueva entre Dios y la humanidad separada por el pecado, se realiza por el sacrificio nuevo, el de Jesús, reinando desde la Cruz.

 

Llegamos al final del año litúrgico y la Palabra de Dios nos lleva como de la mano a contemplar el misterio de Cristo Rey del universo, actualizando nuevamente la verdad que todo le pertenece a Jesús el Hijo de Dios hecho hombre.

En la primera lectura proclamada (II Sam. 5,1-3) se recuerda cómo las tribus de Israel sin nadie quien las guíe después del rey Saúl, excepto Judá y Benjamín en las que reina David desde Jerusalén hacía siete años, se presentan ante David para recordarle que él es de su misma sangre, y que ya en vida de Saúl  era él quien conducía.
Y esto era así porque el Señor le había dicho “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”, por lo que los ancianos de Israel se presentan en Hebrón y ungen a David como rey de Israel, realizándose un pacto entre ellos., gobernando durante 33 años.
Todo esto es un anticipo de lo que hará un descendiente de David, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, cuando por medio de un nuevo pacto de sangre, esta vez en la cruz, se unan todos los hombres  separados de Dios  y dispersos  entre sí  a causa del pecado.
Esta alianza  nueva, por lo tanto,  es entre Dios y el pueblo que somos cada uno de nosotros, entre Dios y la humanidad separada por el pecado, que se realiza por un sacrificio nuevo, el de Jesús.

San Pablo  (Col. 1, 12-20)  en la segunda lectura de la liturgia de hoy, recuerda que hemos pasado del reino de las tinieblas al reino de la luz por la muerte en cruz de Jesús.
Es decir,  fuimos  rescatados de la muerte eterna para entrar a la vida que Dios nos ofrece, de allí que  Jesús no podría ofrecer al Padre la ofrenda de toda la humanidad, si antes no la redime de sus pecados y por su sangre cada uno  encuentra la salvación.

El texto del Evangelio (Lc. 23, 35-43) muestra el valor salvífico de la cruz del Señor, a pesar de los insultos que Él recibe mientras agoniza.
En efecto, el pueblo miraba, y los jefes se burlaban gritando que si ha salvado a otros que se salve a sí mismo como Mesías de Dios.
Asimismo la soldadesca romana  lo insultaba recordándole que si era el rey de los judíos que se salve a sí mismo del suplicio.
A su vez, uno de los ladrones se mofaba diciéndole que si era el Mesías se salvara a sí mismo y a ellos que estaban sufriendo.

Estas tres imprecaciones constituyen la última tentación a la que es sometido Jesús, luego que el demonio se retirara por un tiempo desde la derrota sufrida con las tentaciones del desierto.
Es en la “hora” de Jesús, esto es, en el momento de su crucifixión, donde el demonio pretende que el Señor manifieste su poder bajando de la Cruz y no siga la voluntad del Padre, que es precisamente reinar desde el trono de la Cruz  y así redimir al hombre caído haciéndolo pasar del reino de las tinieblas al de la Luz.
Pero esta “última tentación” también fracasa, ya que  el Señor se ofrece totalmente manifestándose su reinado en el primer salvado.
El llamado ladrón bueno, al contrario de su compañero de desventuras, reconociendo que su castigo se corresponde con su maldad, defenderá a Jesús ya que es inocente de lo que se le acusa y nada malo ha hecho y dirigiéndose a Él le dirá:“Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”, respondiéndole el Señor: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Este hecho permite caer en la cuenta del triunfo de Jesús en la cruz, cuando el primer redimido que lleva junto a sí a la gloria del Padre, es ese hombre arrepentido de sus pecados,  que pide perdón y suplica ser recibido en el paraíso, petición que se le concede.
Este hombre se convirtió al final de su vida, se sometió al reinado de Cristo Rey del universo y, reconociéndolo alcanzó la gloria.
Hemos de recordar que cada uno de nosotros está llamado a pertenecer al Reino, no solamente después de la muerte, sino ya desde ahora, porque está presente entre nosotros, en la iglesia, en los sacramentos, en todo lo que es la fe católica.

Cada creyente está llamado a responder a este rey del universo, a decirle: ¡Señor yo quiero que tú Reines en mi corazón, en mi vida, que me des fuerza para que en medio de este mundo, dando testimonio de Ti, pueda de alguna manera intentar que Tú reines en las instituciones, en las familias, en la sociedad toda!
Recordemos que ninguna realidad humana escapa a la evangelización, por eso el cristiano que busca el reinado de Cristo sobre el mundo, no debe  quedarse en meros discursos, sino extender el reinado de Cristo en la política promoviendo el bien para la sociedad toda, suscitar la vida, exaltar los valores humanos en la escuela, en la familia, en la universidad, allí ha de estar presente el cristiano y trabajar hoy por el reino, aunque haya muchos enemigos que no les interesa buscar el reinado de Cristo.

Es necesario comprender que seguir la voluntad de Dios significa  establecer su Reino en las realidades temporales dentro de las cuales nos movemos  a cada momento, caso contrario vivimos en la ilusión de tener buenos deseos pero sin trabajar para que todo lo creatural esté  orientado al Salvador.
Con frecuencia se  habla del reinado social de Cristo pero como un mero deseo, sin que hagamos algo para que ello se concrete, porque si no se compromete el cristiano a trabajar profundamente en el ambiente donde Dios lo ha puesto, nada se logrará.
Queridos hermanos: supliquemos al Señor la gracia necesaria para comprender lo que significa pertenecer a su Reino en esta vida y la fuerza necesaria para orientarnos siempre por medio de una vida santa al Reino que no tiene fin en la gloria.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXIV del tiempo Ordinario, Solemnidad de Jesucristo rey del Universo Ciclo “C”. 20 de noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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