14 de noviembre de 2022

Ante la impresión de desamparo de la protección divina que a veces vivimos, seamos perseverantes en el bien confiando en la gracia.

El próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey culmina el año litúrgico para dar comienzo después en el Adviento con uno nuevo en el que actualizaremos nuevamente los misterios de la Salvación.
Cada año, cercanos al final del año litúrgico, los textos bíblicos permiten  reflexionar acerca de la escatología, que “es aquella parte de la teología  que estudia el destino último del ser humano y del universo”, tema que se repite al principio del  tiempo de Adviento, en el cual se busca preparar nuestro corazón para la segunda Venida del Señor, pero mirando como referencia  su nacimiento en  la carne.

El primer texto bíblico de la liturgia de hoy que proclamamos, es del  profeta Malaquías (3,19-20), el cual  actuando a mediados del siglo V a. Cristo, se encuentra con un pueblo de Israel bastante entristecido por la situación de corrupción y la injusticia social reinante.
Situación muy parecida a la actual en nuestra Patria, donde existen quienes se enriquecen y llevan buena vida y otros que sufren las consecuencias de la injusticia, sumidos en la pobreza y con una sensación religiosa que les hace sentirse abandonados de Dios.

Los que intentan vivir según la Alianza con Dios, pues, se encuentran abatidos porque no son escuchados, pensando que el Creador se ha desinteresado de los justos.
En nuestros días, donde el mal cunde cada vez más y el bien pareciera ser aplastado, es posible  que más de una vez nos hayamos preguntado por qué Dios no actúa, cuándo seremos salvados.
En medio de esta situación de desamparo, el profeta en nombre de Dios, anuncia a los israelitas y por cierto a nosotros, tengan constancia, perseveren en el bien, tengan paciencia que con ella todo se alcanza –como Santa Teresa decía- afirmando la esperanza.
Malaquías culmina con el anuncio de la destrucción por el fuego de todos los malvados, hasta la raíz, y que no quedará nada de ellos, mientras que para los que obran el bien brillará el Sol de justicia que trae la salud en sus rayos, promesa que hemos de esperar siempre.
El texto del Evangelio (Lc.21,5-19) a raíz de la admiración que suscita la belleza del templo de Jerusalén restaurado, Jesús profetiza que del mismo no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido.

Esta afirmación del Señor tiene una doble lectura, por un lado anuncia la caída de Jerusalén y la destrucción del templo en el año 70 por las tropas del general Tito, luego emperador, pero también está anunciando el fin de los tiempos que afectará a todos.
Y sigue Jesús con diferentes anuncios, algunos de los cuales vivimos permanentemente, ya que la historia humana ha sufrido y padece también con la peste, hambre, terremotos, guerras  y revoluciones, situaciones en las que está presente no pocas veces el egoísmo del hombre que busca engrandecerse por encima de sus hermanos.

Habla Jesús  también de los falsos profetas, aquellos que en su nombre afirman “soy Yo”, “el fin está cerca”,  pero que no deben ser escuchados  porque no llegará tan pronto el fin.
A su vez, destaca que antes del fin, la Iglesia será perseguida, señalando la de su tiempo con el acosamiento cruento del cristianismo por parte de los judíos y del imperio romano, y la de la persecución de la que será objeto la Iglesia a lo largo de la historia.
Más allá de que muchas acusaciones contra la Iglesia han tenido su fundamento porque está formada por justos y pecadores, en el fondo no se soporta la vigencia del cristianismo porque predica la verdad y el bien, lo cual sus enemigos de dentro y de fuera no lo soportan.

Por eso la iglesia será siempre objeto de persecución, pero la promesa del Señor está bien clara y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
No hay institución que haya sido tan atacada como la Iglesia Católica, sin embargo aquí estamos, pero siempre esto continuará.

Cuando se estaba negociando un nuevo Concordato entre la Iglesia y Francia, ya que Napoleón no logró que Pío VII le cediera los territorios de la Santa Sede, Napoleón le dijo al Secretario de Estado cardenal Ercole Consalvi: “¡Voy a destruir su Iglesia”!, éste le contestó: “¡No! ¡No podrá! ¡Ni siquiera nosotros hemos podido!”
En efecto, si Jesús no fuera el Hijo de Dios hecho hombre el cristianismo no hubiera subsistido,  habida cuenta  de quiénes han  formado parte de la Iglesia Católica y de los que sucedieron en el tiempo, sin embargo, siempre ha resistido a los enemigos de fuera y a los de dentro que son los más peligrosos.
Parece ser que Napoleón murió recibido por la iglesia católica y atendido por ella, como Madre siempre atenta por sus hijos.


Sin embargo hemos de descubrir la nueva forma de persecución, la ideológica, sugerida por el filósofo italiano ateo Antonio Gramsci,  uno de los fundadores del partido comunista de Italia, que veía como enemiga a la Iglesia Católica, ya que ésta formaba certeramente a sus fieles desde la catequesis de la primera comunión, por lo que para combatirla debía ser debilitada a través de las ideas contaminando sus enseñanzas, ya que la persecución sangrienta no hace más que fortalecer a los creyentes y a la institución misma.
Cabe decir, según parece, que Gramsci se convirtió al fin de su vida.
De todos modos, un adelantado de este filósofo fue sin duda alguna el mismo Lutero, que contaminó la enseñanza de la Iglesia y produjo tanto daño en la vida y fe de los creyentes con sus ideas.
En nuestro tiempo, los malos ejemplos y prédica malsana que brota de algunos desde el seno de la Iglesia, alimenta la confusión y la duda en tantos que ya no saben qué creer y vivir.
Es por eso que el cristiano tiene que estar preparado, no debemos caer en el engaño de la ideología de género y tantas otras ficciones como la religiosidad oriental que lleva al descreimiento o a la afirmación del panteísmo u otras creencias perniciosas.

Es cierto que Jesús nos dirá lo que tenemos que decir cuando seamos interrogados por tribunales, ejemplo de lo cual fue  Santa Juana de Arco que tenía muy poca formación pero descolocaba a los jueces que pretendían confundirla cuando respondía con la sabiduría que salía de sus labios por pura inspiración divina.
Pero eso no libera al creyente de la necesaria preparación por el conocimiento de la enseñanza de la iglesia para dar testimonio ante los enemigos de la fe e impedir que  la vida cristiana se debilite.

Un ejemplo de esta debilidad se da, por ejemplo, que como consecuencia de la pandemia muchas personas   ya no van más a misa, pensando que es lo mismo presenciarla por otro medio. Los lugares gastronómicos vuelven a poblarse por la gente aduciendo su necesidad de compartir, pero no tienen necesidad alguna, según ellos, de dar culto a Dios por la Eucaristía.
Lamentablemente algunos pastores, en lugar de insistir en la práctica dominical, minimizan la misma.

San Pablo en la segunda lectura ((2 Tes. 3, 6-12) menciona a aquellos que vivían pensando en el fin del mundo y de su proximidad, por lo que dejaron de trabajar y llevaban una vida ociosa, de allí su fuerte afirmación de  que quien no quiera trabajar que no coma.

El mismo Pablo da ejemplo de lo contrario a esas actitudes porque el creyente se prepara al fin de los tiempos no ociosamente, sino siendo fiel y perseverante en el cumplimiento de la voluntad divina descubierta para sí,  por cada uno de los creyentes.
La constancia en  el cumplimiento de los deberes de estado que cada uno  tiene  salvará su vida, entre ellos defender la verdad y transmitirla de manera que siempre podamos ejercer todo aquello que pueda atraer a quienes se han alejado o se alejan de la iglesia.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXXIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 13 de noviembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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