5 de diciembre de 2022

En las ocupaciones cotidianas vayamos presurosos al encuentro de Cristo, convertidos y deseosos de un nuevo nacimiento.

Para entender el oráculo de Isaías que hemos escuchado (11, 1-10), es necesario examinar el cuadro histórico en el cual se enmarca.
Nos ubicamos a fines del siglo VIII antes de Cristo y, los asirios se han apoderado de regiones del norte de Israel, estableciendo provincias paganas, por lo que el pueblo elegido sufre el dominio de estos opresores habiéndose perdido el derecho, la justicia y la paz.
De alguna manera son tratados como esclavos por los enemigos que imperan en el lugar, por lo  que el profeta, a pesar incluso de las infidelidades del pueblo elegido, anuncia de parte de Dios la presencia de un retoño que brotará del tronco de Jesé, sobre el cual reposará el espíritu del Señor, “espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor, y lo inspirará el temor del Señor””
Este retoño o rey  devolverá el derecho, la justicia y la paz, por lo que juzgará no según las apariencias sino haciendo justicia a los débiles, decidirá con rectitud para los pobres, aniquilará a los malvados, establecerá la paz significada por la armonía que existirá en la creación donde incluso hasta los animales mismos juegan entre sí y un niño mete la mano en el nido de la víbora sin que nada le pase.
Con esta descripción el profeta está anunciando al niño que nacerá en Belén, al Hijo de Dios hecho hombre, que trae consigo la paz, la justicia y el derecho, la reconciliación entre los hombres, todo lo que signifique para el ser humano que pueda vivir como hijo de Dios.
Pero todas estas promesas, estos anuncios, pueden hacernos preguntar: ¿Dónde está el cumplimiento de un orden social justo? Observamos que el mundo sigue igual, estamos llenos de injusticia, corrupción, explotación de los pequeños por los poderosos, proliferan grandes negociados, clases dominantes que se enriquecen, poderes internacionales que someten a las naciones como acontece con nosotros, desequilibrios de todo tipo.
La respuesta nada tiene que ver con Dios, porque su respuesta es eficaz y eficiente, sino que el hecho de que esto no se logre es por culpa del ser humano que caído en el pecado de los orígenes y a pesar de haber sido salvado por la cruz de Cristo, sigue encerrado en su egoísmo, en sus cosas, en la búsqueda del placer por el placer mismo, la despreocupación por las cosas de Dios cuya ausencia es palpable en no pocas personas que viven en el pecado y, ya a muchos no les preocupa esta situación como para cambiar de vida.
Por eso, la iglesia como en otro tiempo Juan Bautista, gritará en el desierto “conviértanse porque el Reino de los Cielos está cerca”, Cristo está presente en medio de nosotros. (Mt. 3, 1-12)
La iglesia repitiendo todos los años en este tiempo de adviento el pedido de  conversión, espera que dejemos de estar distraídos en otras cosas y mirando interiormente nuestro corazón, decidamos  cambiar y transformarnos, porque si esto no se logra tampoco cambiará nada en el mundo.
La presencia de Dios está, pero Él no actúa por arte de magia, sino que convoca a todos los que fuimos hechos hijos del Padre por el bautismo, a decidirnos abandonar el pecado por la conversión.
Por eso la disposición para la segunda venida de Cristo, como la preparación para actualizar la primera, tiene que ser la de una actitud de conversión.
Juan el Bautista es muy duro cuando habla a los saduceos y los fariseos que buscan el bautismo de Juan para hacerse ver, pero no están convertidos,  por eso les dice raza de víboras, porque  creen que porque son hijos de Abraham van a obtener la salvación, lo cual no es suficiente sin la conversión personal.
Juan el Bautista podría decirnos también que si pensamos que por ser católicos, porque somos de este movimiento o de tal otro, o de una comunidad creyente ya tenemos la salvación asegurada, estamos equivocados ya que es necesaria la conversión.
¿Qué significa conversión? Significa metanoia, cambio de mentalidad, que mira en primer lugar a cada uno, porque no pocas veces estamos mirando siempre hacia fuera, juzgando y esperando que se corrijan los otros, ya los políticos, ya los economistas, ya los sindicalistas, ya los curas, que por cierto tienen que convertirse también, pero tenemos que comenzar por nosotros mismos.
¿En qué tengo que convertirme y en qué tengo que cambiar de mentalidad? Se trata  de dar lugar en nuestro corazón a Cristo y a su mensaje y vivir una vida nueva.
Tenemos un ejemplo en la persona de Juan el Bautista que vive sencillamente, lleva una vida austera, que no está pensando en darse todos los gustos aunque sean lícitos, mientras nosotros, si pudiéramos, queremos llevar el tren de vida de los ricos y famosos.
De allí la necesidad  de asumir una transformación personal cambiando la forma de pensar y vivir para asumir el ejemplo y las enseñanzas del Señor, porque el hacha ya está en la raíz del árbol que no de fruto y sólo sirve para el fuego.
Juan el Bautista está diciendo que el tiempo apremia porque el Salvador ya está entre nosotros y no podemos  esperar que llegue la Navidad para ser hombres nuevos, y que Cristo nos sorprenda igual.
¿Cuánta gente celebrará Navidad de veras? Pensemos que para muchos es una celebración  pagana más que el nacimiento de Cristo, y actualizarán –aún sin saberlo-   el nacimiento del  sol invicto, fiesta que la Iglesia Católica toma después para hablar del verdadero Sol de Justicia que es Cristo Nuestro Señor, pero que para muchos seguirá siendo una fiesta pagana más.
Por eso la importancia de meternos en el pensamiento del Señor que nos habla, en  este caso a través de Juan el Bautista,  que nos apremia a la imitación de Cristo y tener los mismos sentimientos suyos.
Recuerda San Pablo (Rom. 15, 4-9) que a ejemplo de Cristo tenemos que tener buenos sentimientos unos para con otros, debemos aceptarnos unos a otros, como en la comunidad romana judíos y paganos convertidos, para trabajar juntos  por la causa del reino, sin hacer acepción alguna, porque en la medida en que tengamos siempre presente que conduce Cristo y, que Él está en la vida de nuestro pensamiento y de nuestros deseos, la vida se transforma totalmente, por eso es virtuoso  dejar de lado nuestras pequeñeces, nuestras miserabilidades, para aspirar a la grandeza de corazón.
Queridos hermanos, en la oración primera de esta misa pedíamos que las ocupaciones cotidianas no nos impidan ir presurosos al encuentro de Cristo, con ese deseo de convertirnos y comenzar una existencia nueva en medio de las vicisitudes de este mundo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo II de Adviento, Ciclo “A”. 04 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



No hay comentarios: