13 de diciembre de 2022

“Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está cerca” (Fil. 4,4.5)

 

La antífona de entrada de esta misa menciona un texto de san Pablo escribiendo a los cristianos de Filipos (4,4.5) que dice: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está cerca”, de allí que se recuerde este día como el domingo Gaudete.

Se nos hace así un llamado para alegrarnos  por la pronta venida del Salvador, a que abramos nuestro corazón con una actitud de esperanza sabiendo que se acerca el momento de la salvación.
Así lo dice el mismo profeta Isaías (35, 1-6ª10)  afirmando que “¡Ahí  está su Dios¡. Llega la venganza, la represalia de Dios; Él mismo viene a salvarlos”, términos éstos que parecen contradictorios  pero que refieren a que así como el ser humano tantas veces se endurece para seguir pecando, Dios, en cambio, se obstina, - por decir una palabra-, en querer salvarnos, en hacernos participes de una vida nueva, y eso, porque como decíamos el día de la Inmaculada Concepción en referencia a la carta de San Pablo a los Efesios, Dios nos eligió desde antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables y Dios no se desdice de sí mismo y de  sus decisiones.
Aunque el hombre tantas veces se separa de su Creador dándole la espalda, buscando otros dioses terrenales que le satisfagan fugazmente, Dios sigue apostando por nosotros, y eso es lo que nos da la seguridad que el Señor viene a salvarnos.
Juan el Bautista, después de haber bautizado a Jesús en el Jordán está en la cárcel por dar testimonio de la verdad al decirle a Herodes que no le es lícito vivir con la mujer de su hermano, sin embargo duda acerca del Señor a pesar de oír hablar de sus obras, por lo que envía a dos de sus discípulos para preguntarle a Jesús “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?”(Mt. 11, 2-11)
Juan era el precursor, el que preparaba el camino para que Jesús llegara al corazón de los hombres, el que anunciara que el Señor es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, pero ahora la duda será sobre si Cristo viene a salvar a la humanidad o viene ya a juzgar al hombre, a pedirle cuentas de sus actos.
Jesús le contesta a través de sus enviados instándoles a que hablen acerca de lo que ven y oyen, que los enfermos son curados, los muertos resucitan, los posesos son liberados, y el Evangelio es anunciado a los pobres, como ya lo había anunciado el profeta Isaías en su tiempo.
En efecto, los ciegos ven la luz de la salvación, los leprosos son  curados de sus pecados, los sordos escuchan la Palabra de Dios, los mudos proclaman las maravillas de Dios, los endemoniados son liberados, y  se evangeliza a los pobres.
Llevar la Buena Nueva a los pobres no refiere meramente a los pobres económicamente hablando, aunque son ellos los que más ponen su confianza en Dios, sino a los enfermos de corazón, a los pobres que necesitan la salvación del Señor, toda persona que busca a Dios aún sin darse cuenta de ello, aquél que no cree o que necesita de la presencia del Señor.
Transmitir la buena noticia a los pobres es anunciar una gran verdad, la de la vida eterna  a la que estamos llamados por Dios, el cual trae la misericordia del perdón, esperando por cierto el arrepentimiento y el deseo de comenzar una vida nueva.
Ya sabemos que Dios a nadie le impone su presencia, de modo que cada uno hace uso de su libertad mal o bien para estar o no con el Salvador, de allí que Jesús afirme en el texto que hemos proclamado  “¡Y feliz aquél para quien yo no sea ocasión de escándalo!”
Ojála no sea motivo de contradicción, o de escándalo, o piedra de tropiezo para nadie,  refiere por un lado a aquellos que en medio de las dificultades y los sufrimientos de la vida se preguntan dónde está Dios, por qué no acude a socorrerme, y otros, a su vez, a los que les va bien en la vida temporal no les  importa la presencia de Dios, son autosuficientes, no necesitan a ningún Salvador, porque afirman: quién es este para decir que viene a salvarnos.
Cristo viene a mostrarnos que la voluntad del Padre es la de Él y que a todo aquel que lo reciba en su corazón y que esté dispuesto a nacer de nuevo realmente tiene las puertas abiertas.
Lo dice el mismo Jesús cuando al referirse a Juan el Bautista afirma que no hay hombre mayor nacido de mujer que Juan, aunque el menor en el Reino de los Cielos es mayor que Juan, queriendo enseñar que el menor en el Reino de los Cielos es aquel que descubriendo a Jesús lo acoge en su corazón y decide seguirlo a lo largo de su vida.
O sea, quien ha recibido al Salvador y quiere la salvación por Él traída, encontrará también la gloria que se le ha prometido.
Mientras esperamos la salvación traída por el Señor, es necesario tener paciencia, destaca el apóstol Santiago (5, 7-10), así como el labrador espera los frutos de su siembra, también hemos de esperar los frutos de nuestra siembra interior o sea nuestra conversión y deseo de vivir más y más con Dios Nuestro Señor,  perseverando en el bien en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos, y así alcanzar  ciertamente  lo que Dios nos promete.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo III de Adviento, Ciclo “A”. 11 de diciembre de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

 

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