15 de mayo de 2023

El seguimiento de Cristo debe continuar a través del tiempo, prolongando así la resurrección del Señor, que es “el misterio de fe que celebramos”.

 

En las lecturas de este domingo contemplamos cómo se sigue viviendo la maravilla de la resurrección de Cristo en lo que refiere a la propagación del Evangelio por los seguidores del Maestro.

Esta vez es Felipe (Hechos 8,5-8.14-17) quien evangeliza en tierra de Samaria donde los espíritus impuros huyen, los enfermos sanan y la gente se adhiere a Cristo nuestro Señor, desbordantes de alegría por haber creído. Es por eso que los apóstoles Pedro y Juan son enviados a ese lugar y le transmiten el don del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, a todos los que abrazaron la fe.

El Espíritu Santo es aquel del cual habla Jesús en el texto del Evangelio (Jn. 14,15-21), es el Espíritu de la verdad, el Espíritu que nos hará libres para llevar a todo el mundo o a la sociedad en la cual estamos insertos, el mensaje de Jesús, sin temor alguno por las persecuciones que esto suscite.

Precisamente recuerda San Pedro (I Pt. 3,15-18) que es preferible sufrir haciendo el bien que sufrir porque hemos hecho el mal. En definitiva, la predicación de la verdad y del bien siempre trae consigo el rechazo de este mundo que no recibe al Espíritu de la verdad, porque no lo vio ni conoció.

El seguimiento de Cristo debe continuar a través del tiempo como lo pedíamos recién en la primera oración de la misa, de modo que prolonguemos a lo largo de esta vida “el misterio de fe que celebramos”.

A su vez, Jesús va preparándose para el momento de su Ascensión -fiesta que celebraremos si Dios quiere el domingo próximo- diciéndonos claramente que si lo amamos hemos de guardar sus mandamientos.

¿Qué significa guardar los mandamientos? no guardarlos en un cajón y olvidarnos de ello, para sacarlos a relucir en algún momento de nuestra vida, sino que significa incorporar la vivencia de los mandamientos en este caminar hacia la Patria celestial.

La vivencia o el cumplimiento de los mandamientos que constituye una obligación para cada uno, no refiere a algo impuesto desde afuera contra nuestra voluntad, sino que es un vínculo de amor que liga a las personas.

En efecto, así como los esposos están obligados a amarse mutuamente y esto porque están unidos por el Sacramento del matrimonio, así también estamos ligados a Cristo nuestro Señor y llamados a vivir sus mandamientos porque es el amor lo que nos une, porque es Cristo el que entregó su vida por todos y es Aquel que ofrece una enseñanza clara de lo que significa el amor, la obligación del amor, en su relación con el Padre del cielo.

¿Cómo vive Jesús entre nosotros su amor al Padre? escuchando su voluntad y llevándola a cabo. Y así, aunque fuera desagradable padecer y morir en la Cruz, comenzó a vivir Jesús en el huerto de los Olivos la voluntad divina.

El amor divino significó un sacrificarse por todos y cada uno de nosotros, porque el amor siempre es renuncia a los propios sentimientos, impulsos o pasiones, para hacer entrega personal al Señor como Él se entregó por cada uno de nosotros.

Es cierto que vivir esto no es cosa fácil, pero Jesús nos promete enviar a otro Paráclito, el Espíritu de la verdad, otro abogado. Y dice “otro” porque Él es el primer abogado delante del Padre por cada hombre, ya que aboga y defiende ante el Padre y da la cara en la cruz por cada uno, por lo que el seguimiento de Cristo significa también la docilidad al Espíritu.

Por otra parte, la vivencia de los mandamientos no es solamente la vivencia de lo que hemos aprendido en la Antigua Alianza, sino la perfección que ha traído Jesús, que no ha venido a cambiar la ley de Dios, sino a darle plenitud.

Y así, si hay un mandamiento que enseña no mentir, Jesús lo planifica haciéndonos ver que es necesario además de eso, defender la verdad.

Si hay un mandamiento que dice no robarás, Jesús le da plenitud enseñándonos a ser generosos.

Si hay un mandamiento que dice no fornicar, no solamente implica no caer en alguno de esos pecados sino también tratar de imitar la pureza de Jesús recordando aquello que el mismo Señor dijera: “bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”

Y así, podríamos recorrer cada uno de los mandamientos y sus perfecciones, que constituyen un camino seguro para el seguimiento del Señor.

De esta manera, queridos hermanos, nos preparamos para que el Espíritu que nos enviará Jesús, que es el amor entre el Padre y el Hijo, perfeccione la obra del Señor en nosotros y mantenga en cada uno la fidelidad al seguimiento de Cristo muerto y resucitado.

 

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño en Santa Fe, Argentina. Homilía en el VI domingo de Pascua. Ciclo A. 14 de mayo de 2023.

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