30 de mayo de 2023

La acción del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, está presente en la vida del hombre desde el principio del mundo.

 

La acción del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, está presente en la vida del hombre desde el principio del mundo. Y así, por ejemplo, en el libro del Génesis, en la descripción de la creación del mundo, se afirma que el espíritu aleteaba sobre las aguas. De esa manera, comienza la armonía en la creación, termina el caos, todo está diferenciado. 

Si recorremos el Antiguo Testamento, veremos la presencia del Espíritu también en la misión de los profetas, por medio de quienes Dios se dirige a su pueblo elegido para manifestarle su voluntad. 

En el monte Sinaí (Èx.19), cuando el pueblo, huyendo de Egipto, se encuentra con Dios para hacer un pacto, una alianza, está también presente la acción del Espíritu. De hecho, en el texto bíblico, como hemos escuchado ayer en la Misa de la Vigilia, la presencia divina se expresa con truenos, la nube que desciende, la voz de Dios que le dice a Moisés que  los israelitas serán su pueblo y Él será su Dios, si escuchan su palabra y la cumplen. 

Fue allí en el Sinaí donde, podríamos decir, se perfeccionan las distintas alianzas que hubo entre Dios y el hombre a lo largo del tiempo desde la creación.  Y los judíos celebraban justamente esta alianza del Sinaí con el nombre de Pentecostés.

En efecto,  en esta memoria consistía la fiesta del Pentecostés judío, que en un principio había sido una fiesta de agradecimiento por las cosechas, pero que después se detuvo más precisamente en la Alianza del Sinaí, cuando Dios entrega las dos tablas de la ley.

El Espíritu Santo está presente también en el momento de la crucifixión. Cuando el soldado atraviesa el corazón de Cristo, nos dice la Escritura, que en ese instante salió agua y sangre. El agua, que refiere al bautismo, la sangre a la Eucaristía. Y ahí comienza precisamente la Iglesia. Más aún, el texto bíblico destaca que Jesús dando un gran grito exhaló su espíritu, y  ese exhalar su espíritu no refiere únicamente al hecho de que Jesús muere, sino que nos entrega al Espíritu Santo para que continúe su obra. 

Pero todavía no había llegado esta manifestación a su perfección. Porque incluso cuando Jesús aparece a los discípulos, como acabamos de escuchar en el Evangelio (Jn.20, 19-23), sopla sobre ellos y dice, "reciban el Espíritu Santo" e instituye el sacramento de la penitencia, de modo que  a quienes les perdonen los pecados, les serán perdonados y, a quienes se los retengan serán retenidos.

Y Jesús sube al cielo, como habíamos destacado el domingo pasado, y los apóstoles y la Virgen están allí, expectantes, esperando la venida del Espíritu Santo. Y la ocasión fue precisamente esta.

 Jerusalén estaba colmada en ese momento por los judíos de la diáspora, o sea, aquellos que venían de distintas partes del mundo. ¿Y qué hacían ahí, en Jerusalén? Precisamente celebraban la fiesta del Pentecostés judío, de lo cual hice referencia recién. Y es entonces que el Espíritu Santo desciende sobre la Virgen y sobre los apóstoles, indicando de esta manera que viene a constituir una nueva alianza. 

Ya no es la alianza del Sinaí cuando el ser humano recibe la ley de Dios, sino que es la alianza que se ha sellado precisamente con la muerte y resurrección de Cristo nuestro Señor.

Las lenguas de fuego que descienden sobre cada uno, están indicando cómo el Espíritu los transforma interiormente, ya que son iluminados en su inteligencia, como había anticipado ya Jesús, de modo que puedan comprender lo que les enseñara por el Espíritu de la verdad.

Es en ese momento que ellos quedan totalmente iluminados por esta verdad y comprenden plenamente lo que Jesús les había enseñado. Pero al mismo tiempo, el Espíritu les da fuerza a los apóstoles, para que salgan al mundo a llevar el Evangelio, a hacerlo presente a Jesús en medio de los pueblos que existían en esos tiempos. 

Y esta manifestación de la venida del Espíritu queda clara cuando comienzan a hablar de las maravillas de Dios. Destaca San Lucas en el libro de los hechos de los apóstoles que todos, citando distintas nacionalidades, entendían perfectamente lo que los apóstoles decían.

En el Antiguo Testamento la soberbia del hombre fue castigada, cuando la pretensión de construir la torre de Babel (Gn.11,1-9) se esfuma por medio  de la confusión de lenguas, fruto del pecado que anida en el corazón del hombre.

Ahora, en cambio, con la acción del Espíritu se produce la unidad, todos entienden cuando se les habla de las maravillas de Dios. 

Pero es todo un signo también el que en todas partes del mundo se hable de las maravillas de Dios, aunque haya distintos idiomas en el mundo, todos concuerdan en el mismo mensaje del evangelio.

Damos el testimonio de la misma fe, esperanza y caridad descubriendo así  la catolicidad de la iglesia, es decir, su universalidad, su presencia en todo el mundo.

Y el Espíritu  también nos ilumina para que entendamos más perfectamente la palabra de Jesús, y nos fortalece para que seamos valientes en llevar esa palabra, y así sea conocida en nuestros ambientes, en nuestra familia, en nuestra vida cotidiana. 

De allí la necesidad de ir descubriendo los dones del Espíritu sobre nosotros y sobre todo, qué misión nos ha encomendado. 

El texto de San Pablo (I Cor.12) que hemos escuchado como segunda lectura, es muy rico expresando la acción del Espíritu Santo por medio de la diversidad de ministerios, diversidad de dones, diversidad de actividades, teniendo todo su origen en el Espíritu, que une los corazones para el servicio de la comunidad. 

Y así, cada uno debe descubrir qué quiere Dios de si, para que pongamos al servicio de la comunidad  humildemente, lo recibido.

El Espíritu continúa su vida de excelencia, podríamos decir, en cada uno de nosotros. Lo escuchábamos recién en el canto de la secuencia. Cómo va limando nuestras asperezas interiores, va templando nuestro corazón, nos ayuda a superar las pasiones, mantiene el equilibrio en nosotros para seguir creciendo en la imitación de Cristo. Pero por supuesto, todo eso necesita nuestra aceptación y colaboración con la gracia de Dios. 

Y ahora entonces, terminada la Pascua, comienza el tiempo de la Iglesia. Litúrgicamente de aquí en más continúa el ciclo litúrgico llamado del tiempo durante el año en el que iremos viviendo los distintos misterios de la vida de Cristo, reflexionando cada domingo con una enseñanza nueva del Señor y, así, siguiendo este itinerario de predicación de la Palabra de Dios podamos crecer en nuestra adhesión al Señor. 

Pidámosle al Espíritu que nos siga iluminando para conocer qué es lo que quiere Dios de nosotros y que nos siga dando fuerza ser sus testigos en el mundo.

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y convento San Pablo primer ermitaño en Santa Fe, Argentina, homilía en el domingo de Pentecostés. 28 de mayo de 2023.


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