14 de agosto de 2023

¡Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación (salmo 84)!

 

Como ustedes saben, en la liturgia dominical, normalmente hay una conexión de ideas entre la primera lectura del Antiguo Testamento y el Evangelio. Y a su vez, la segunda lectura, que puede ser del apóstol San Pablo o San Pedro u otros, deja otra enseñanza que no siempre tiene relación con lo que uno observa en el Antiguo Testamento y en el Evangelio.
En este domingo, la primera lectura y el Evangelio se centran en lo que es el encuentro con la divinidad, mientras que la lectura del apóstol San Pablo nos llama la atención sobre cómo ha de ser nuestra relación con el prójimo.
Vayamos entonces abordando los distintos textos bíblicos. La primera lectura (1 Rey. 19,9.11-13) relata el encuentro en el monte Tabor entre Dios y el profeta Elías, el cual  se ha refugiado en la cueva, huyendo de la persecución de la reina Jezabel.
Elías es un defensor acérrimo de la pureza del culto a Yahvé  vulnerado por el culto a los ídolos introducido en Israel por esta perversa mujer Jezabel. Elías logra vencer a los cuatrocientos profetas paganos, que son aniquilados después de ser puestos a prueba por el profeta de Dios, lo cual deriva en su persecución.
Llegado al Horeb o monte Sinaí, el de la alianza del pueblo de Israel con Dios, Elías busca el apoyo divino y su misma purificación interior.
Dios le dice, "sal afuera porque quiero comunicarme contigo", y el texto se explaya en las teofanías o manifestaciones divinas.
En efecto, en la antigüedad sobre todo, se pensaba en la divinidad como algo tremendo, trascendente, que se manifestaba a través de signos, como el terremoto, el viento impetuoso, el fuego, que hacen que Elías se llene de temor y vuelva a introducirse en la cueva. 
Pero se da cuenta, a través de la brisa que pasa suavemente después de todas estas manifestaciones, que es allí donde está presente Dios nuestro Señor. O sea, Dios se manifiesta en la tranquilidad, en el sosiego, en el espacio de silencio que uno se brinda a sí mismo y a su vez aprovecha para esta comunicación con Dios. 
Dios no se manifiesta a través del bullicio, de lo tremendo, de aquello que inspira miedo, de los acontecimientos siniestros o nefastos que muchas veces observamos en nuestra sociedad. 
Allí ciertamente no está Dios, ya que se manifiesta de otra manera, porque quiere acercarse al hombre, no meterle miedo, quiere que el ser humano tenga confianza en Él y no ahuyentarlo de su presencia.
Más bien tenemos que ahuyentarnos de los seres humanos, que son los que meten miedo, por la inseguridad, por la corrupción, por tantas situaciones negativas, pero nunca ciertamente por Dios. 
Por medio de este encuentro, Elías sale fortalecido y decidido a seguir defendiendo la pureza de la religión que ha transmitido.
A su vez, en el texto del Evangelio (Mt. 14, 22-33) nos encontramos nuevamente con esta idea de la necesidad de encontrarse con Dios en la tranquilidad, en el sosiego. 
Jesús envía a sus discípulos a la otra orilla. Él se queda a orar, a encontrarse con el Padre,  y si bien está en comunión permanente en la Unidad Trinitaria, en cuanto hombre necesita esta comunicación, este aislamiento,  este momento de tranquilidad para estar con el Padre, previo a algún hecho de importancia.
Pero he aquí que comienza en el mar de Galilea una situación difícil para la barca que lleva a los discípulos, ya que hay viento en contra y las aguas están embravecidas. 
Recordemos que el mar embravecido es un símbolo de las fuerzas del mal, que buscan arrebatar al hombre de la salvación, y estaban los discípulos llenos de temor, porque otorgan a las fuerzas de la naturaleza, poder cuasi divino.
No olvidemos, como ya dijimos, que las religiones antiguas,  rendían culto a estas fuerzas de la naturaleza, porque las veían como algo superior, y era necesario apaciguarlas, siendo que en realidad  todo está sometido a la soberanía y providencia de Dios.
Y es  entonces que Jesús se acerca caminando sobre las aguas, y los discípulos comienzan a gritar, "es un fantasma", porque el miedo  los  agobia ya que han perdido la confianza en Dios nuestro Señor. 
Y entonces Pedro dirá, "déjame ir a tu encuentro, ven le dirá el Señor". Pero le dura poco, porque inmediatamente como no está guiado por la fe y la confianza  en Dios, se hunde en el agua. Y es ahí cuando lo rescata Cristo nuestro Señor. 
La Iglesia, como barca del Señor, hoy también es sacudida por las aguas de la ambigüedad, clérigos que exponen errores doctrinales y arrastran a muchos a la perdición, ultrajes al Señor en la liturgia, se busca agradar más al mundo que a Dios, aplaudiendo incluso aberraciones de todo tipo.
También el ser humano tiende a hundirse en medio de las dificultades y de los problemas, porque ha puesto su seguridad en sí mismo, y entonces se siente débil y frágil. Nada que ver con la fuerza del Dios trascendente, que pareciera que está lejos, pero en realidad no lo está, está con nosotros siempre, y por eso Jesús dirá, "no temas".
Y subido a la barca que se bamboleaba de un lado para el otro, el viento se calmó, porque cuando estamos con Cristo encontramos la calma, sin que esto signifique que los problemas desaparezcan, sino que aprendemos a afrontarlos de una manera distinta.
Por eso la importancia de ahondar más en nuestra relación tierna, afectuosa, permanente, profunda, con Dios nuestro Señor. 
A su vez, el experimentar la relación con Dios en forma plena, conduce a desear lo bueno para nuestro prójimo, o sea, que  se encuentre  con Dios.
Precisamente San Pablo, en este texto de la Carta a los Romanos (9, 1-5), habla del dolor profundo que tiene al ver que los de su raza, es decir, los judíos, no han sabido apreciar el misterio del cristianismo. 
Emite un grito desgarrador al ver que el pueblo judío va hacia la ruina por la falta de fe, y él mismo se ofrece a ser maldecido, si es necesario, por Dios, con tal de salvar a los de su raza. 
Está dejando entonces este hermoso ejemplo de la preocupación por la salvación de aquellos que están lejos de Dios. 
Por eso, también nosotros, al tener esta experiencia profunda de Dios, hemos de buscar transmitirla a los demás, ayudar a aquellos que están alejados, a pesar de decir que son católicos, para que también se encuentren con el Señor, y sepan valorar lo que significa ser salvados por el Rey de la Gloria. 
Pidamos esta gracia al Señor, que Él nos la va a dar en abundancia.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XIX del tiempo durante el año. Ciclo A.  13 de agosto de 2023


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