16 de octubre de 2023

Estamos llamados a habitar con Dios para siempre en la Casa de los bienaventurados.

 


El texto del profeta Isaías (25,6-10) es muy claro. Se refiere a que todos los pueblos de la tierra, no solamente el pueblo elegido, Israel, están llamados al banquete celestial. 
Se trata de la vida eterna con Dios presentada aquí como un banquete donde abundan exquisitos manjares y vinos generosos, signo de la alegría, de lo que significa el compartir entre todos, aunque provengan de distintos lugares, y también signo de la vida, vencedora de la muerte ya que 
precisamente  al participar de este banquete el Señor "destruirá la muerte para siempre".
 De manera que la promesa de Dios es muy clara, y para el cumplimiento de esto contamos con la presencia del enviado del Padre celestial, su Hijo hecho hombre, Jesús. 
Él es nuestro Pastor, como decíamos recién en el canto interleccional (Ps. 22), nos guía,  cuida, y protege, porque quiere que todos lleguemos a la salvación.
Pero llegamos al texto del Evangelio (Mt. 22, 1-14), en el que Jesús se refiere al rey -que es Dios- que invita a las bodas de su hijo, que  es Jesús, el  Hijo de Dios hecho hombre. 
Precisamente, el Hijo de Dios, al asumir nuestra  naturaleza, se desposa con la humanidad, de manera que  en la persona divina del Logos están unidas la naturaleza divina y la humana. 
Por eso, este hecho de la encarnación del Hijo de Dios, es motivo de alegría, y la asistencia a sus bodas significa aceptarlo a Jesús con fe sobre su divinidad y permite prepararnos para las bodas eternas después de nuestra muerte. 
Jesús se dirige a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, hace mención  que este rey invita a las bodas de su hijo, pero los invitados no escucharon y se niegan a asistir. Vuelve a enviar a sus servidores y  se excusan diciendo que tienen que ir al campo, o que les urgen negocios que atender, y otros se dedicaron a eliminar a los siervos enviados. 
Estos siervos representan a los profetas enviados por Dios a lo largo del tiempo convocando a Israel para recibir al Mesías pero que fueron rechazados o  asesinados, como aconteció con Jeremías. 
¿Qué hace el rey? manda a sus tropas, significando que Dios  reprende al pueblo elegido  a través de otras naciones, como  Asiria o Egipto, anticipando la caída de Jerusalén por su infidelidad  en el año 70 en manos del general romano Tito.
Por otra parte, los que están escuchando las palabras de Jesús, entienden que se refiere a quienes  no creen en Él como Mesías.
En la segunda parte de esta parábola, el rey, Dios, envía nuevamente a sus siervos a los cruces de los caminos e invitan a todos los que encuentran, buenos y malos "y la sala nupcial se lleno de convidados".
Estos asistentes son los que provienen del paganismo, ya que el pueblo elegido primero ha rechazado a Dios. 
Casi todos están con el traje de fiesta, que les proveyó el rey anfitrión , para que estén bien vestidos, y nadie sobresalga sobre otro, pero al  recorrer la sala advierte que uno de ellos no tiene el vestido de fiesta. 
Y le pregunta el rey, o sea en este caso Dios, ¿cómo estás aquí sin vestido de fiesta? Este hombre guarda silencio, no responde, pero está claro que le han ofrecido un vestido de fiesta y lo ha rechazado, quiso entrar como venía de la calle. 
¿Qué se enseña con todo esto? Que  el llamado de Dios es universal y todos los hombres están llamados a participar de la vida eterna después de vivir en este mundo, pero es necesario estar preparados santamente. 
Hace un tiempo, el Papa Francisco afirmó que la Iglesia estaba abierta para todos, absolutamente para todos. Lo cual es así, porque la Iglesia es católica, es universal. Pero después el Papa agrega que, de todos modos, cada uno que ingresa a la Iglesia debe ajustarse a las reglas de la misma. ¿Qué significa esto? Que el deseo de pertenecer a la Iglesia por parte de los alejados o no creyentes, requiere estar dispuesto a vivir conforme a la doctrina y moral enseñadas por la Iglesia.
De hecho, no pocos católicos abandonan la Iglesia porque dejan de aceptar las verdades que ella enseña. 
En efecto, muchas veces sucede con los que pertenecen por el sacramento del bautismo, que más de uno dice ¿por qué  tengo que seguir esto? A mí el mundo me enseña otra cosa. Tengo que ser fiel a la cultura de nuestro tiempo, a las nuevas costumbres. 
La Iglesia tiene que cambiar,-afirman no pocos-, tiene que modernizarse, no puede estar en el pasado, como si la verdad pudiera ser cambiada conforme al capricho de cada uno. 
Estar sin el traje nupcial significa carecer de la gracia divina, estar en pecado. Por eso es que el Rey o Dios le dirá a este hombre ¿qué haces aquí sin el traje nupcial? Y lo echan afuera del banquete, donde están presentes el llanto y el rechinar de dientes, términos que designan siempre la condenación eterna. 
Esta pena eterna se debe a que esta persona no responde en definitiva al llamado del Señor,  ya que lo hace con su presencia física pero no con su alma, no con su modo de obrar, no con su intención,  desea seguir como siempre en su propio mundo. 
Esto permite conocer  que el don de Dios es justamente eso,  gratuidad pura, no es merecimiento propio. De allí la necesidad de responder siempre a la gracia, siguiendo la voluntad divina. 
A veces sucede que algunas personas que  sienten necesidad de comulgar, lo hacen en estado de pecado mortal, pensando que Dios en su bondad verá eso con buenos ojos. Y no es así, porque primero hemos de limpiar el alma, el corazón, por medio del sacramento de la confesión, que supone arrepentimiento, propósito de enmienda, y una vez absueltos,  recibirlo a Jesús.
Porque además, este recibir a Jesús mientras caminamos por este mundo, es un anticipo de la participación en el banquete eterno.
En efecto, la misa que celebramos cada día, es el banquete celestial anticipado en la tierra. 
En razón de esto, ¡cuánta gente se pierde el banquete celestial cuando directamente se olvida de participar o no quiere hacerlo, del banquete eucarístico ya aquí en la tierra!
Por eso los dones de Dios son gratuitos, pero de nuestra parte hemos de responder siempre a esos dones viviendo lo que el Señor quiere de cada uno de nosotros. 
Pidamos que no nos falte esa gracia de lo alto para poder vivir dignamente conforme al llamado que Dios nos hace.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe, Argentina. Homilía en el domingo XXVIII del tiempo durante el año. Ciclo A. 15 de octubre de 2023


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