15 de enero de 2024

El apartarse de Dios implica que no seamos felices y busquemos sustitutos que pretenden hacer creer que allí está la verdadera felicidad.

 


San Agustín permaneció durante muchos años desorientado en su vida buscándole un sentido, hasta que llegó el momento de su conversión,  contribuyendo mucho para la misma, la oración y las lágrimas de su madre que sería después Santa Mónica.
A su vez, San Agustín reconoce una vez convertido, que en los momentos de oscuridad de su alma, Dios se le mostraba permanentemente, pero él no lo sabía descubrir, reconociendo que su corazón  inquieto sólo encontró paz cuando descansó en Jesús.
Con su propia experiencia, el futuro obispo de Hipona, enseña que el sentido de la vida de toda persona  está puesto en el encuentro con Dios, de modo que si el ser humano no se encuentra con su Creador, no se hace amigo de Él y no lo busca permanentemente, vivirá a la deriva, en la oscuridad de su alma, contemplándose a sí mismo pero no a su Señor, porque el fin último del hombre es precisamente la contemplación de Dios.
En este sentido recordemos que nada ni nadie puede impedir el encuentro con Dios, ya que en esta vida perdemos todo o podemos perderlo, sin que dependa  de nuestra voluntad, pero la amistad con el Creador sólo necesita del ser humano su respuesta.
Dios siempre está deseoso de que nos unamos a Él, por eso como refiere la primera lectura (I Sam.3, 3-10) llama a Samuel tres veces, el cual será ayudado por el sacerdote Elí -quien hará las veces de lo que hoy llamamos un director espiritual-, que le indica cómo responder ante un nuevo llamado,  por lo que Samuel  responde a Dios, cambiando totalmente su vida  al asumir un papel muy importante en la vida del pueblo de Israel, y no dejando caer en el olvido ninguna palabra divina.
Sin embargo, Dios no solamente llama a nuestro corazón cuando estamos dispuestos a seguir su voluntad, sino que  también   hemos de buscarlo, y en la búsqueda también aparece la figura del mediador, y así, Juan Bautista  dirá a Andrés y a Juan ante la aparición de Jesús,  "este es el Cordero de Dios" (Jn. 1, 35-42). 
Estos dos discípulos de Juan quedaron impactados con la persona de Jesús y comienzan a seguirlo, el cual  les preguntará que buscaban, a lo que responden:"¿Señor dónde vives?" a lo que responderá  "vengan y lo verán" cambiando  la vida de estos dos hombres que de discípulos de Juan se convierten en seguidores de Jesús, lo cual no molesta al Bautista porque siempre tuvo en claro que debían seguir al que venía detrás suyo y al cual  él  preparaba el camino de ese encuentro.
Andrés está entusiasmado y va en busca de su hermano Simón diciéndole "hemos encontrado al Mesías", de manera que han entendido perfectamente que el Cordero de Dios es el Mesías anunciado desde antiguo. Simón es llevado ante Jesús quien le cambia el nombre anticipando algo especial para él pero que todavía no está preparado para entender a fondo lo que esto significa.
Llegará  el momento en que Jesús le diga a ambos hermanos "síganme que los haré pescadores de hombres".
Ahora bien, para entender lo que es ser discípulo del Señor hemos de buscar a Jesús para que nuestra vida sea iluminada totalmente por su presencia  ya que quiere  transformarnos y,  que una vez que se dé ese encuentro, vayamos a buscar a otros para que también lo sigan.
De allí que nuestra misión en este mundo debe apuntar siempre a tratar de que el mayor número de personas se encuentre con Jesús, porque esto inclusive refiere a la verdadera felicidad del hombre. Estamos inmersos en una cultura donde Dios ha desaparecido de la escena personal y social y el ser humano recorre la vida habiendo muchas veces perdido el sentido de la existencia, o para qué está en este mundo y por qué es necesaria la amistad con Dios.
En efecto, hemos de comprender que el apartarse  de Dios implica que no seamos felices y busquemos sustitutos que pretenden hacer creer que allí está la verdadera felicidad.
Por eso es  importante lo que enseña san Pablo hoy refiriéndose al tema concreto de la lujuria (I Cor. 6, 13-15.17-20). Él veía en muchos de los cristianos de Corinto que pensaban que la vida desarreglada en el ámbito de la sexualidad no impedía que pudieran amar al Señor, por lo  que el apóstol  habla con toda claridad y dice la verdad y no tiene miedo a lo que la sociedad griega pudiera decirle.
Él debe predicar a Jesús y por eso dirá que nuestros cuerpos no nos pertenecen, ya que por el bautismo pertenecemos a Cristo nuestro Señor, somos templos del Espíritu Santo, nos hemos hecho uno con Jesús y ese cuerpo también debe dar culto a Dios nuestro Señor.
En efecto, no solamente  honramos y adoramos a Dios con nuestra alma, sino también con nuestro cuerpo, sabiendo que precisamente la lujuria, el desenfreno sexual, hace que el hombre se autocontemple a sí mismo, se extravíe en un camino que realmente lo aparta permanentemente de Dios.
De allí la importancia que tiene el profundizar, ahondar en nuestra unión con Cristo que nos ha redimido con la muerte en cruz y así podamos avanzar en una existencia totalmente nueva, no alejándonos  sino acercándonos más y más a su Persona.
Hermanos: estemos  atentos para escuchar la voz de Dios como Samuel, dispuestos a buscar a Cristo para poder ser amigos de Él y convencidos que para el cumplimiento de los mandamientos se nos entrega el don del Espíritu Santo.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo del tiempo "per annum" ciclo B.  14 de enero   de 2024

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