5 de agosto de 2024

El Pan vivo bajado del cielo, que es el mismo Cristo, nos alimenta en el hoy de nuestra existencia, y prepara para la vida eterna con el Creador.

 


Seguimos con el texto de san Juan (6), donde Jesús  explica qué es el pan de vida que da  vida al mundo y  a cada uno de nosotros. 
Y así, conocemos que todo está  prefigurado  en el libro del Éxodo (16,2-4.12-15), donde se narra el descontento del pueblo caminando por el desierto y que falto de comida añora los alimentos que tenía en Egipto, aunque esto significara vivir en la esclavitud. 
Están dudando de la presencia de Dios en medio de ellos, y piensan en ¿Dónde está ese Dios que nos ha sacado de Egipto? ¿A dónde nos conduce? Y por eso es que añoran los bienes que han dejado. 
Pero Dios que no se deja vencer en generosidad y que conoce a este pueblo quejoso, tan complicado, le dará alimentos en abundancia. 
El maná, esa especie de trigo, producto de un vegetal del desierto, del que hacen incluso tortas dulces, los alimentará de mañana y, por la tarde la carne de las codornices, los sustentará  hasta saciarse. 
Pero al mismo tiempo, Dios desea que tengan hambre y sed de la divinidad, que es lo que importa. Porque ¿de qué vale tener el estómago satisfecho si el corazón no ha encontrado a Dios, o está alejado de Él, o prescinde de su Presencia?
Por eso se entienden estas palabras de Jesús que indica  a la gente respecto a que lo busca y sigue porque les dio alimento material.
O sea, vieron en Jesús a alguien que les soluciona un problema para el futuro. Sin embargo,  les da de comer no para que se liberen de trabajar, de sembrar, de cosechar, sino que les está enseñando y manifestando algo totalmente distinto. 
Y por eso Jesús comienza de a poco a manifestarse, que es el pan vivo bajado del cielo, a lo que ellos responden que sus padres comieron el maná en el desierto, atribuyendo a Moisés este hecho. 
A lo que Jesús recordará que no fue Moisés, sino el Padre quien les dio de comer en el desierto, y que  quiere darles de comer siempre, 
es decir, el pan vivo bajado del cielo, el cuerpo y la sangre de Cristo.
Y ahí comienza toda esa discusión, y no terminan de descubrir lo que significa alimentarse de Jesús y la necesidad de recibirlo.
De ahí la necesidad de convertirse, como exhorta san Pablo (Efesios 4, 17.20-24) de manera que "No procedan como los paganos, que se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos y tienen la mente oscurecida" ya que de Cristo "han aprendido que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo, que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia".
Y así, renovados interiormente en el espíritu interior, hemos de "revestirnos del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad".
Es necesario reconocer, pues, que todos debemos dejar ese hombre viejo, las ataduras que tenemos por las cosas de este mundo, por las seguridades de este mundo, y revestirnos del hombre nuevo que aspira a tener a Jesús como centro de su vida, que busca cada día realizar las obras que  ha hecho. 
El hombre nuevo, convertido, entiende que la existencia humana va más allá de lo terrenal, de lo temporal, de los placeres de este mundo, y apunta hacia la meta última, a la cual Dios mismo conduce con este alimento nuevo que es Jesús que se entrega. 
De manera que a la luz de la palabra de Dios nosotros hemos de trabajar, de luchar para esa transformación interior, dejar el hombre viejo, revestirnos del hombre nuevo, dejar de mirar atrás lo que dejamos en Egipto, para mirar hacia adelante a la tierra prometida que nos espera y para la cual hemos sido creados.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVIII del tiempo per annum. Ciclo B.  04 de Agosto  de 2024.


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