28 de abril de 2025

La misericordia supone siempre el dolor de los pecados y el propósito de hacer todo lo posible para no reincidir, poniendo los medios para ello.

 

Jesús resucitado sigue apareciéndose a sus discípulos, tiene que confirmarlos en la fe para después enviarlos a cumplir una misión concreta. En el texto del Evangelio (Jn. 20, 19-31) se mencionan dos apariciones, la primera, el mismo día de la resurrección, por la tarde, la otra, ocho días más tarde, con Tomás,  ausente en la anterior. Y Jesús se pone en medio de ellos, indicando la centralidad de su presencia, diciéndoles dos veces: "la paz que esté con ustedes", dejándoles  el don de la paz,  que concilia los corazones, manifestándoles  a su vez, que confíen en Él, porque estaban encerrados por temor a los judíos. 
De manera que así como el Padre lo cuidó, lo protegió hasta la hora suprema de la cruz, en la que debía dar testimonio, ahora será Jesús el que cuida a sus discípulos para que cumplan con su misión, les muestra que está con ellos y no los abandona.
Y en este primer encuentro los envía: "Como el Padre me envió, yo los envío a ustedes", y sabiendo que en la misión tendrán problemas y persecuciones, les entrega el don del Espíritu Santo para que los pecados que  perdonen sean perdonados, y los que  retengan sean retenidos.
La Iglesia siempre entendió que con estas palabras, Jesús instituye el sacramento de la reconciliación.
El Jueves Santo meditamos en la institución de la Eucaristía y del orden sagrado, junto con el mandato de vivir la caridad siendo siervos de todos los demás, y ahora  una vez resucitado nos entrega el regalo del sacramento de la penitencia. 
De modo que deben los apóstoles manifestar con claridad la misericordia de Dios, por lo que celebramos hoy  la fiesta de la Divina Misericordia.
De tal manera que el mismo Jesús en sus apariciones, en relación con esta devoción, dirá que nos acerquemos a Él siempre con humildad, mostrando nuestros pecados, nuestras debilidades, incluso diciéndole: "no sé qué hacer, cómo superar este defecto, esta caída, este vicio, dame tu consuelo, ayuda y protección", porque  en nuestra debilidad se hace presente la fortaleza de Dios. 
Para lo cual es necesario indudablemente reconocer que somos pecadores, ya que quien piensa que no tiene pecado,  que es santo y bueno, que no tiene necesidad de implorar la misericordia,  corre el riesgo de permanecer encerrado en su soberbia, en su seguridad, en su autosuficiencia. 
Es necesario hacerse pequeño delante de Dios, reconocer nuestras faltas, debilidades, y pecados,  e implorar así la misericordia divina. 
Jesús enseña  que los pecados no perdonados en la confesión son retenidos, a su vez,  en el cielo. 
¿Puede un sacerdote no absolver algún pecado? Sí, cuando el penitente no está arrepentido o  directamente está convencido que debe seguir pecando con toda tranquilidad, sin propósito de enmienda, no puede darle la absolución, so pena de hacer inválida la absolución.
En efecto, aunque el sacerdote repita la fórmula de la absolución, esta no produce el efecto debido si la persona no está arrepentida y no está dispuesta a hacer todo lo posible para cambiar. 
Por eso la misericordia supone siempre el dolor de los pecados y el propósito de hacer todo lo posible para no reincidir, poniendo los medios para ello.
Con la aparición de Jesús resucitado, los apóstoles  confirmados en la fe  dan testimonio de haberlo visto. Incluso Tomás, que había dudado, sale ahora fortalecido y se presenta al mundo como aquel que había dudado, fue confirmado en la fe en el resucitado y enviado para dar testimonio de ello.
¿Y qué hacen los apóstoles? Predican el Evangelio con amor, con entusiasmo, como lo vemos en la primera lectura tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 5,12-16), y a su vez, con el poder que les da Cristo, curan enfermos, expulsan demonios, y la predicación de ellos, que es la del Señor, produce cambios en el corazón de la gente.
Y así, se van agregando poco a poco nuevos creyentes, o sea, hay conversiones. 
Por otra parte el mismo Señor le  encarga a Juan, que está en la isla de Patmos, una misión especial, como lo relata en el Apocalipsis (1,9-11.12-13.17-19). 
Habla de persecución a causa de la palabra, y  ve a Jesús, que le dice, no temas, yo soy el que te envío. Escribe lo que vas a ir conociendo y envía todo esto a las siete iglesias de Asia. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin de todo lo que existe. "Escribe lo que has visto , lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro"
Y Juan se pondrá en esta tarea de escribir, inspirado por el Señor, que habla del presente pero también anunciando lo que será en el futuro. 
Y nosotros también tenemos que estar preparados para ver qué tarea nos da Cristo resucitado,  mirando nuestra propia conversión, dando testimonio en medio de la familia, de los amigos, en los ambientes donde nos movemos para que Cristo resucitado se haga presente. 
Hermanos: pidamos abundantes gracias del cielo para mantenernos fieles a los dones recibidos.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en el  2do domingo de Pascua.  27 de abril de 2025

21 de abril de 2025

María Santísima, como corredentora, comparte con su Hijo el primer encuentro en cuanto resucitado, con alegría y paz.

 Hemos actualizado en estos días del triduo pascual los distintos pasos de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Jesús está vivo. Jesús está con nosotros. Aquel que estaba muerto en su humanidad, ahora vive para siempre junto al Padre, como Verbo encarnado. A su vez, junto con nosotros en la Eucaristía, en los sacramentos, en la Iglesia, con su Palabra y con sus enseñanzas. 
Por eso no es necesario ir a la tumba del Señor. Pero, ¿Dónde está resucitado? Cristo está vivo. ¿Y dónde está en ese momento en que las mujeres fueron al sepulcro a buscarlo? 
Los Evangelios nada dicen de cuál fue la primera aparición de Jesús. 
San Ignacio de Loyola, en los ejercicios espirituales, dice que la primera aparición de Jesús fue a su madre, María Santísima, por eso no la vemos aquí, en el sepulcro, en la tumba. Ella está compartiendo con su Hijo un encuentro con gran alegría y  gran felicidad. 
Aquella que fue la corredentora, porque con su dolor se unió a la pasión de su Hijo, la que dijo en su oportunidad, "he aquí la servidora del Señor", está allí también como servidora del Señor, esperando encontrarse con su hijo. 
Ha sido un encuentro feliz. Imaginemos a la madre, contemplando a su Hijo, imaginemos al Hijo, encontrándose con su madre. 
Por eso, aunque la santa escritura calla acerca de esto, porque nadie tuvo experiencia de ello, y Dios no lo manifestó,  María se encontró con su Hijo, están los dos gozando del momento del encuentro. 
Y Cristo, reconoce de esa manera, que su madre es la primera misionera,  es servidora suya, y aquella que comunicará la alegría de la resurrección de su Hijo a los hijos que le encomendara.
A su vez, en el credo, rezamos que Jesús descendió a los infiernos. ¿Qué significa esa palabra, infiernos? No se trata aquí del lugar del sufrimiento de los condenados, sino que ese descenso de Jesús refiere al encuentro del Señor con todos aquellos que a lo largo de la historia se habían salvado, pero que no entraron al reino de los cielos, porque podríamos decir las puertas del mismo estaban cerradas hasta este momento de la muerte y la resurrección de Jesús. 
Precisamente en el oficio de lecturas que rezamos  los sacerdotes cada día, en el que corresponde al Sábado Santo, aparece una homilía antigua, de autor desconocido, en la cual se habla del encuentro entre Jesús y Adán, que el Señor está para rescatarlo y le tiende la mano.
Jesús, de esa manera, está cumpliendo la voluntad del Padre, lo que en los orígenes Dios había comprometido, enviar a su Hijo para que haciéndose hombre, salvara la humanidad del pecado. 
Cristo se encuentra, por lo tanto, con los profetas, con todos aquellos que han servido a Dios en el Antiguo Testamento y que merecen ahora contemplarlo cara a cara para siempre. 
De manera que el Señor todavía no ha vuelto junto al Padre, pero ya se ha encontrado con su Madre, con los que han muerto y esperaban la redención para ir al cielo, y comenzará con sus apariciones a las mujeres, a los discípulos, para llenarlos de alegría, para manifestar el triunfo de la vida sobre la muerte, el paso de la muerte a la vida. 
Este paso de la muerte a la vida que hemos concretado se perfecciona en  el Sacramento del Bautismo, como hemos recordado en las lecturas bíblicas, ya que  el Sacramento del Bautismo significó que se aplicara a cada uno la muerte y resurrección de Cristo. 
¿Para qué? Como nos decía el Apóstol san Pablo, para que quede atrás el hombre viejo y renazca el hombre nuevo. El hombre viejo del pecado tiene que desaparecer en nuestra vida y darle lugar al hombre nuevo que vive de la gracia, que vive de la amistad con Cristo. 
Por eso, en esta Noche Santa, si estamos en paz con Dios, más que lamentarnos por nuestros pecados, tenemos que alegrarnos por la gracia recibida en el Sacramento de la Reconciliación, cada vez que nos encontramos con el Señor. 
Que esta celebración no sea un buen recuerdo, del cual al poco tiempo nos olvidamos, sino que sea un retorno a la vida, el encontrarnos  con Cristo y con la salvación que nos otorga. Pidamos que nunca nos falte la gracia que quiere darnos a cada uno de nosotros si nos mantenemos fieles.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en la  Vigilia Pascual.  19 de abril de 2025

19 de abril de 2025

"Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte de Cruz, por eso, Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todo nombre"


¿Qué debo hacer con el rey de los judíos? pregunta Pilato, "¡crucifícalo, crucifícalo! responde la multitud", "¿Al rey de ustedes he de crucificar?  ¡No tenemos más rey que al César!, responden". 
Esto se repite a lo largo del tiempo, a lo largo de los siglos. La gente dice no tengo más rey que el César. No quiero saber nada con este perdedor que está aquí siendo juzgado y que marchará a la cruz. 
Porque no nos engañemos, la gente está indiferente, a pesar de los muchos que  están visitando las iglesias por el turismo religioso. 
Yo lo veo aquí y siempre lo he visto, la gente recorre las iglesias, para contemplar lo que antiguamente se llamaba monumento, pero ¿cuántos realmente quieren encontrarse con Jesús nuestro Señor?
La gente visita las iglesias y no se ven libros piadosos, van todos con la mochila a cuestas como si fueran de safari, llevando el termo, el mate, los churros o masitas, pispiando los templos sin mucho amor por la Eucaristía,  o sea, Cristo crucificado, en lo que refiere al Señor, sigue siendo un espectáculo gratuito que se ofrece. 
Es cierto que no todas las personas que pululan por las calles estos días están desinteresadas, también hay quienes realmente quieren comprometerse con Cristo nuestro Señor, cambiar de vida y comenzar esa renovación que trae Jesús crucificado.
Pero sin embargo, la mayoría de los seres humanos ya le han dado la espalda a Cristo nuestro Señor, empezando por la misa dominical, que ya no resulta atractiva, siguiendo por la no formación cristiana en el seno de las familias, continuando por la recepción de costumbres mundanas que se oponen al evangelio, y en fin, todo un sinnúmero de acontecimientos que nada tienen que ver con Cristo.  
Sin embargo, el Señor sigue esperando  que nos transformemos, que seamos nuevas criaturas, y por eso resucita el tercer día, venciendo la muerte, enseñándonos que Él viene a sacarnos precisamente, no solo del pecado y de la muerte eterna, sino de todo aquello que en la vida cotidiana es muerte, por su ineficacia para revivirnos. 
Sólo la cruz de Cristo es la que nos revive, la que nos salva. Y es ahí donde tenemos que agarrarnos nosotros, en medio de este mundo, sabiendo que el Señor es el que nos da la respuesta precisa a nuestros males, a nuestras inquietudes, a nuestras dudas. 
Y no nos deja solos, como decíamos ayer, está presente en la Eucaristía, en el sacramento del Orden, en el mandato de ser servidores de todos. 
Y hoy nos entrega este hermoso regalo de su madre. "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Ese término mujer, que de alguna manera evoca a la primera mujer, Eva, por la cual entró el pecado en el mundo, mientras que ahora, por otra mujer, María, entra la salvación. 
Y a Juan le dirá, "ahí tienes a tu madre". Por eso tenemos que estar sumamente unidos a María Santísima, sabiendo que ella nos cuida, protege, guía, y conduce al encuentro de su Hijo, por lo que  siempre está preocupándose por nosotros, para que recibamos a Jesús. 
Ella es la servidora, en los Evangelios aparece poco, pero siempre en la actitud de servicio a su único Hijo, por eso comprometámonos, no solamente con Jesús, sino también a recibir en nuestros hogares, en el corazón, la presencia de la Virgen. 
Enseñemos a los pequeños, a los niños, ese amor tierno por la Madre del Cielo, que de chicos ya aprendan a rezar el Rosario a diario.
Y así como cuando se les castigan o caen al suelo, claman por su madre, que también aprendan a clamar por la Madre del Cielo en medio de las dificultades de esta vida. 
Queridos hermanos, que estos misterios santos que estamos actualizando, realmente alimenten nuestra inteligencia para conocer cuánto nos ha amado el Señor, y alimente nuestra voluntad para que sepamos responderle también con ese amor que el Señor merece. Esto implica seguir la voluntad del Padre, como Él lo ha hecho, y  así, también nosotros, le demos gloria cada día.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el Viernes Santo. 18 de abril de 2025

18 de abril de 2025

Con el lavatorio de los pies, Cristo nos enseña que Él es siervo de cada uno, que ha venido a lavarnos los pies, porque siempre está pensando en nuestra salvación.

 

Con esta celebración ingresamos en el triduo pascual,  acercándonos a los sentimientos de Cristo desde su pasión hasta la muerte en  cruz, rescatando al ser humano del pecado y de la muerte eterna.
De esa manera que todo lo que vemos del Señor es toda la bondad y el amor que derrama sobre cada persona por quien muere.
Él busca nuestro bien, quiere nuestra salvación, y más justamente sabiendo que somos pecadores, aún incluso a pesar que muchas veces somos infieles y nuestra respuesta es negativa a tanto amor.
O sea, el Hijo no se deja ganar en generosidad, y hasta el final cumplirá  con la voluntad del Padre que lo ha enviado para que tomando nuestra naturaleza humana, la saneara por dentro, y a su vez, nos enseñara  a caminar hacia el  Creador que nos espera. 
Y todo esto, porque como dice San Pablo a los cristianos de Éfeso, fuimos elegidos desde antes de la creación del mundo para ser  hijos adoptivos del Padre bondadoso, e imitando y siguiendo a Jesús, encontremos  el camino de regreso a la casa paterna. 
Por eso es muy importante tener en cuenta que el gran enemigo de Dios y nuestro es el pecado, al cual debemos aborrecer siempre y desechar de nuestra presencia. 
Acostumbrarnos a que cuando parte de nosotros la posibilidad de elegir entre Cristo y el pecado, sin dudarlo, elijamos a Cristo y veamos a Cristo crucificado, sacrificio por el cual fuimos también nosotros salvados. 
La liturgia entrega todos estos signos de amor del Padre a través de su Hijo, ya que precisamente en la última cena nos deja este regalo de la Eucaristía que bajo las especies  de pan y vino   está presente el cuerpo, la sangre, alma y divinidad de Jesucristo. 
Y a partir de ese momento nosotros podemos no solamente ofrecer el sacrificio de Jesús al Padre, sino participar también del mismo en la comunión,  ofreciéndonos también a nosotros mismos. 
Cada misa que se celebra es un gesto del amor de Jesús para con la humanidad. Sin embargo, ¡cuántos católicos la han abandonado porque  prefieren otras cosas! Eligen seguir la misa por televisión, aunque podrían estar presentes, les encanta aquello que  halague sus sentidos,  consideran que la misa es aburrida.
No saben  que la misa nunca puede ser divertida si es la actualización de la muerte de Jesús en la cruz con su consiguiente resurrección. ¿Cuántos que se dicen católicos no aprovechan este regalo de la Eucaristía? Y si de la confesión habláramos mucho más todavía, ha quedado en mi olvido,  
En efecto se considera en el presente  que  todos somos santos, ahora, según la corriente del mundo, no existe el pecado. 
Sin embargo, si el pecado no existiera, ¿qué hacemos acá celebrando el Jueves Santo, mañana la Pasión, después la Vigilia Pascual? No tendría sentido nada de esto. 
A su vez, Jesús nos deja este otro regalo, el sacramento del Orden Sagrado cuando dice "Hagan esto en memoria mía". 
¿Y qué es esto? Justamente tomar el pan y consagrarlo, tomar el cáliz con el vino y consagrarlo por las palabras del Señor. 
Imaginen que hasta el fin de los tiempos estará presente justamente la Eucaristía por medio del sacramento del orden sacerdotal.
Y el otro regalo que concede es que nos enseña a vivir en esa actitud de servicio de lo cual Jesús nos da ejemplo supremo. Con el lavatorio de los pies, nos está diciendo que Él es siervo de cada uno de nosotros. Que ha venido a lavarnos los pies, porque siempre está pensando en nuestra salvación. 
Y nos transmite el mandato que hagamos lo mismo con los demás. Todos estamos para servir a nuestros hermanos. Nadie es superior a nadie. Cada uno tiene las cualidades que Dios le da  para ponerlas al servicio de los hermanos. Cada uno viviendo a fondo lo que es y lo que tiene. Sin envidiar los dones que puedan tener otros. Porque cada uno contribuye a la totalidad del cuerpo. Y entre todos, hacemos esa unidad propia del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Queridos hermanos, el Señor se nos descubre. Preparemos entonces nuestro corazón para recibirlo y para ir tras sus pasos.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el Jueves Santo. 17 de abril de 2025

14 de abril de 2025

Jesús es pisoteado y olvidado a causa de nuestras culpas, porque el Señor murió en la cruz para salvarnos de las miserias del pecado y de la muerte eterna.


      Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?", cantábamos todos recién en el Salmo responsorial, siendo conscientes que en este abandono de Cristo está presente cada persona de este mundo, todo el hombre sufriente.
¿Cuántos en este mundo y en la sociedad se sienten abandonados? Por su familia, por sus seres queridos, por sus amigos e incluso se sienten abandonados por Dios, aunque en realidad siempre está presente y  acompaña en medio de las necesidades,  dolores y  sufrimientos. Ese Dios que invita a ofrecerle humildemente a Él  todo lo que padecemos, por la salvación del mundo, por la conversión de los pecadores, por las almas del purgatorio, por una sociedad que necesita convertirse y volver a Dios. 
¿Cuánta gente va a vivir de una manera indiferente esta Semana Santa? Incluso católicos o supuestamente creyentes, porque hay otras preocupaciones que ocupan su corazón. No olvidemos que cuando el corazón del hombre está vacío y no está Dios presente, el ser humano busca llenarlo, satisfacerlo con otras realidades. 
Como ninguna cosa creada satisface al ser humano, está siempre corriendo detrás de una felicidad que se le escapa, sin reconocer que la felicidad es Dios. 
Pero para llegar a ese momento de felicidad plena es necesario pasar por el misterio de la cruz. ¡Cuánto le escapamos a la cruz! ¡Cuánto nos quejamos ante el misterio de la cruz en nuestra vida! y esto porque somos débiles. 
Por eso en esos momentos mirar a Cristo crucificado y tratar de asimilar lo que nos decía el apóstol san Pablo (Fil. 2,6-11), reconociendo que Jesús, siendo de condición divina, no sintió como un menoscabo a su dignidad el hacerse hombre y humillarse hasta la muerte y muerte de cruz. 
Jesús es pisoteado, olvidado, ninguneado y todo a causa de nuestras culpas, porque el Señor murió en la cruz para salvarnos, rescatarnos de las miserias del pecado y de la muerte eterna. 
Y nos deja esta enseñanza de que es en la pequeñez, en la humillación, donde uno se hace grande. 
El ser humano busca los honores, el poder, la gloria, pasarla bien. ¿Pero cuánto dura eso? Todo es pasajero, solamente permanece la gloria de Dios.  Por eso, individualmente hemos de buscar honrarle, seguirle, amarle y transmitir a la sociedad en la cual estamos insertos las enseñanzas  del Crucificado. 
¡Cuántas enseñanzas! ¡Cuánto nos ha dado el Señor! Hasta en el momento de la muerte está pensando en perdonar: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen", o le dirá al ladrón arrepentido: "hoy estarás conmigo en el paraíso". 
Siempre pensando en los demás, despojándose de la dignidad divina, humillándose, ofrendándose, siempre pensando en nuestra salvación. Queridos hermanos, comencemos esta Semana Santa con el espíritu dispuesto a encontrarnos con el Señor, a hablar con Él, imitándole no solamente en sus palabras, sino en sus obras para poder transformarnos totalmente. 
Lo hemos aclamado recién como rey de nuestros corazones y esto ha de ser la realidad a lo largo del año. Que Jesús realmente sea el que nos guíe, el que nos conduzca y  vaya mostrando el camino de la salvación sin distraernos en aquello que nos separa de Él y que  aleja también de nuestros hermanos.


Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el Domingo de Ramos. 13 de abril de 2025

7 de abril de 2025

El obrar de Cristo apunta a hacer algo nuevo en el corazón de la mujer adúltera, que arrepentida, será apóstol de la verdad.

 

El texto de Isaías, que escuchamos, forma parte de lo que se llama el segundo Isaías (43,16-21). Es decir, una serie de capítulos que fueron escritos por un discípulo del profeta, -inspirados, por cierto- que había estado precisamente en el exilio de Babilonia. Por eso, el texto recuerda a los exiliados cómo el Señor los ha  sacado de Egipto, cómo cruzaron el mar dejando el tendal de sus perseguidores en el camino, por lo que Dios ha sido siempre su guía en medio de las dificultades de la vida.
Si bien por su infidelidad, los israelitas fueron enviados al exilio, se les exhorta a que "no se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas, yo estoy por hacer algo nuevo".
El "algo nuevo" consistió en retornar a su tierra una vez que fueron purificados en el exilio.
A su vez, ese "algo nuevo" se interpretó como lo que ha de realizar Jesús  entre nosotros.
La Semana Santa se aproxima, recordaremos la muerte y resurrección del Señor, y los que  ya  hicimos el recorrido cuaresmal, estamos convertidos y deseosos de encontrarnos con Jesús.
La liturgia recuerda que no miremos atrás, que dejemos atrás las cosas pasadas porque Dios se ha olvidado de nuestros pecados  si estamos convertidos, haciendo algo nuevo en cada uno,  por la pasión y muerte de Cristo, redimidos del pecado y de la muerte eterna.
En efecto, el creyente que vive de la fe y que está deseoso de unirse a Cristo mira al pasado para arrepentirse, pero una vez arrepentido y convertido, mira  el futuro, que consiste en una unión estrecha con el Señor, imitándolo a él, poseyendo sus mismos sentimientos.
Justamente el apóstol San Pablo (Fil. 3,8-14) tiene bien en claro la necesidad de mirar hacia adelante, correr hacia la meta,  aspirando a este encuentro con Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
Él es consciente de haber estado alejado de Jesús, pero por su misericordia que le tocó el corazón, se convirtió y se transformó en apóstol de los paganos, experimentando la exhortación de dejar  atrás las cosas del pasado porque Dios está  por hacer algo nuevo.
A su vez, el amor al Señor lo lleva a  exclamar que todas las cosas son estiércol comparadas con ese amor. 
En efecto, el texto litúrgico habla que Pablo considera todo  como desventaja o desperdicio, pero el original griego utiliza el término estiércol, de modo que todo aquello que en el mundo marea a la sociedad, enloquece a las personas, de tal manera que no pocas veces hasta los creyentes van detrás de todas esas vanidades, todo eso Pablo lo considera una porquería, comparado con el conocimiento de Cristo, con tal de ganar a Cristo.
Con estas palabras caemos en la cuenta hasta dónde se había enamorado del Señor y de la misión que le había encomendado, y cómo se enriquecía con las enseñanzas recibidas de Él.
A la luz de este ejemplo hemos de examinar hasta qué punto el tiempo de cuaresma nos ha  transformado, y si buscamos mirar siempre hacia adelante, para encontrar y vivir con Jesús, sabiendo  que en Él encontramos la verdadera felicidad.
En el texto del Evangelio (Jn. 8,1-11) el obrar de Cristo apunta a hacer algo nuevo en el corazón  de la mujer adúltera, que según la ley de Moisés debía ser apedreada, prohibido esto por los romanos ya que sólo ellos podían aplicar la pena de muerte.
Los escribas y fariseos acosan a Jesús para que se defina acerca de apedrear o no a esta mujer. Podemos imaginarnos a esos sujetos, algunos cargados en años y en pecados, regocijándose pensando que lo tienen acorralado al Señor. 
Sin embargo, Jesús responde de una manera magnífica, no se deja atrapar por la pregunta, no se siente obligado a responder lo que  quieren sino que siempre da una respuesta superadora y les dirá que quien esté sin pecado que tire la primera piedra.
En ese momento todo se desarma, ya que comenzando por los más viejos todos se retiraron.
Tuvieron esa transparencia de conocer su propio interior y no seguir con sus intenciones de lapidación sino que se fueron y, Jesús les enseña con eso que nadie puede levantar el dedito acusando a otra persona, ya que sólo Dios conoce lo que hay en el interior del ser humano y conoce el estado de cada uno.
Una vez que se han ido pregunta a la mujer: "¿alguien te condenó? no Señor, nadie", a lo que responde: "yo tampoco te condeno vete pero no peques más en adelante".
Esto es muy importante tenerlo siempre en cuenta, porque Jesús conoció el corazón de esa mujer, seguramente estaba arrepentida y por eso le dice "yo tampoco te condeno, vete pero no peques más", no es meramente un te perdono pero sigue pecando tranquilamente.
Al paralítico que curó en el templo le había dicho también vete y no peques más, no sea que te ocurran cosas peores.
Con estas palabras advertimos que el pecado es el peor enemigo del hombre, debemos deshacernos del mismo y considerar todo lo que es pecaminoso como desperdicio y que solamente nos atraiga el amor de y a Cristo, el seguimiento de su Persona y que realmente eso nos haga vivir a cada uno más entregados al Señor y desde ese amor de Dios también poder servir y amar a nuestros hermanos teniendo los mismos sentimientos de Jesús para con el prójimo.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el quinto domingo de Cuaresma. Ciclo C. 06 de abril de 2025