¿Qué debo hacer con el rey de los judíos? pregunta Pilato, "¡crucifícalo, crucifícalo! responde la multitud", "¿Al rey de ustedes he de crucificar? ¡No tenemos más rey que al César!, responden".
Esto se repite a lo largo del tiempo, a lo largo de los siglos. La gente dice no tengo más rey que el César. No quiero saber nada con este perdedor que está aquí siendo juzgado y que marchará a la cruz.
Porque no nos engañemos, la gente está indiferente, a pesar de los muchos que están visitando las iglesias por el turismo religioso.
Yo lo veo aquí y siempre lo he visto, la gente recorre las iglesias, para contemplar lo que antiguamente se llamaba monumento, pero ¿cuántos realmente quieren encontrarse con Jesús nuestro Señor?
La gente visita las iglesias y no se ven libros piadosos, van todos con la mochila a cuestas como si fueran de safari, llevando el termo, el mate, los churros o masitas, pispiando los templos sin mucho amor por la Eucaristía, o sea, Cristo crucificado, en lo que refiere al Señor, sigue siendo un espectáculo gratuito que se ofrece.
Es cierto que no todas las personas que pululan por las calles estos días están desinteresadas, también hay quienes realmente quieren comprometerse con Cristo nuestro Señor, cambiar de vida y comenzar esa renovación que trae Jesús crucificado.
Pero sin embargo, la mayoría de los seres humanos ya le han dado la espalda a Cristo nuestro Señor, empezando por la misa dominical, que ya no resulta atractiva, siguiendo por la no formación cristiana en el seno de las familias, continuando por la recepción de costumbres mundanas que se oponen al evangelio, y en fin, todo un sinnúmero de acontecimientos que nada tienen que ver con Cristo.
Sin embargo, el Señor sigue esperando que nos transformemos, que seamos nuevas criaturas, y por eso resucita el tercer día, venciendo la muerte, enseñándonos que Él viene a sacarnos precisamente, no solo del pecado y de la muerte eterna, sino de todo aquello que en la vida cotidiana es muerte, por su ineficacia para revivirnos.
Sólo la cruz de Cristo es la que nos revive, la que nos salva. Y es ahí donde tenemos que agarrarnos nosotros, en medio de este mundo, sabiendo que el Señor es el que nos da la respuesta precisa a nuestros males, a nuestras inquietudes, a nuestras dudas.
Y no nos deja solos, como decíamos ayer, está presente en la Eucaristía, en el sacramento del Orden, en el mandato de ser servidores de todos.
Y hoy nos entrega este hermoso regalo de su madre. "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Ese término mujer, que de alguna manera evoca a la primera mujer, Eva, por la cual entró el pecado en el mundo, mientras que ahora, por otra mujer, María, entra la salvación.
Y a Juan le dirá, "ahí tienes a tu madre". Por eso tenemos que estar sumamente unidos a María Santísima, sabiendo que ella nos cuida, protege, guía, y conduce al encuentro de su Hijo, por lo que siempre está preocupándose por nosotros, para que recibamos a Jesús.
Ella es la servidora, en los Evangelios aparece poco, pero siempre en la actitud de servicio a su único Hijo, por eso comprometámonos, no solamente con Jesús, sino también a recibir en nuestros hogares, en el corazón, la presencia de la Virgen.
Enseñemos a los pequeños, a los niños, ese amor tierno por la Madre del Cielo, que de chicos ya aprendan a rezar el Rosario a diario.
Y así como cuando se les castigan o caen al suelo, claman por su madre, que también aprendan a clamar por la Madre del Cielo en medio de las dificultades de esta vida.
Queridos hermanos, que estos misterios santos que estamos actualizando, realmente alimenten nuestra inteligencia para conocer cuánto nos ha amado el Señor, y alimente nuestra voluntad para que sepamos responderle también con ese amor que el Señor merece. Esto implica seguir la voluntad del Padre, como Él lo ha hecho, y así, también nosotros, le demos gloria cada día.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Viernes Santo. 18 de abril de 2025
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