9 de agosto de 2009

“Señor, danos siempre de ese pan”


1.- Del pan de la seguridad al de la providencia (Éxodo 16, 2-4.12-15).

El pueblo de Israel camina por el desierto hacia la tierra prometida, lugar no sólo del futuro asentamiento como pueblo de Dios, sino también como espacio particular del encuentro con el Señor de la historia que lo ha sacado de la esclavitud de Egipto.

A través del desierto se ha de ir purificando para sólo poner su confianza en la fuerza del Creador que los ha elegido como “su pueblo”.

De allí la necesidad de ir sorteando las tentaciones frecuentes que pretenden someterlo bajo las certidumbres humanas.

Estas debilidades se sintetizan en la queja permanente por la falta de alimentos sustanciosos de los que se hartaban en Egipto.

Esta disconformidad conduce al pueblo a mirar atrás, a pretender volver a las seguridades puramente humanas de las que contaban en el pasado.

El Señor los entiende en su fragilidad, pero pretende a través de lecciones muy simples, retrotraerlos al verdadero sentido del Éxodo: salir de sí mismos y de lo puramente temporal, para comprender el sentido profundo del encuentro con Él.

Los harta de pan y de carne – el maná y las codornices-, imponiéndoles la norma de sólo retener lo necesario para sostenerse cada día.

Con este modo de proceder darán prueba de obediencia al Señor y confianza en su Palabra, es decir, aprenderán a poner su confianza en la Providencia que siempre cuida de sus hijos a pesar de los días de desierto y de aparente ausencia del Dios de la Alianza.

Engañoso abandono será, porque a través de los dones abundantes que reparte, muestra Dios su presencia eficaz, no sólo en el presente sino que asegura su acompañamiento a lo largo de la historia humana.

Pero detrás de estos signos materiales se pretende significar que todo lo temporal está marcado por las señales de la provisionalidad y la imperfección ya que el verdadero pan que libra de la muerte es Cristo mismo entregado como alimento.

2.-La persona en busca del “pan” efímero.

Es conocido por todos que en el orden comercial permanentemente se tienen en cuenta los gustos y preferencias de los compradores de diversos productos que forman parte de la sociedad de consumo. La volubilidad permanente en las apetencias de los potenciales compradores, exige la continua vigilancia sobre lo que es conveniente en cada momento.

Esto nos permite comprobar que el vacío interior del hombre es una constante insaciable.

Es que cuando el corazón del hombre sólo busca el “pan” efímero que representan las cosas materiales, se agudiza más y más su vacante corazón de la presencia de Dios.

Abierto siempre a la trascendencia, aunque lo niegue, el hombre pretende llenar su insatisfacción original con el acopio de las cosas materiales, logrando sólo profundizar más y más su desdicha al no vislumbrar que únicamente en unión con Dios puede descubrir que las cosas sólo tienen valor, siendo legítimo su uso, toda vez que nos lleven al Creador.

En efecto, cuando lo creatural se absolutiza, se otorga un culto idolátrico a aquello que no es capaz de plenificar al hombre. Y cuanto más se posee, más se profundiza la soledad del corazón, asfixiado por lo temporal que obstaculiza el avanzar hacia lo único verdaderamente apetecible porque tiene la verdadera razón de Bien: el Dios único de la Alianza.

Justamente la prohibición de guardar más de lo que se necesita para cada día, ya sea de pan o de carne, como señala el texto del Éxodo (16,4), implica no sólo confiar en la Providencia que asegura el sostén diario, sino evitar atesorar bienes más allá de las necesidades inherentes a la vida humana ya que esta actitud fosiliza al hombre en su deseo ilimitado de poseer cosas y depender de ellas.

Cuando existe en cambio la desconfianza en el Creador, las cosas mismas pierden su sentido, y en su irresistible deterioro como en todo lo temporal, deja al descubierto la insensatez humana, como lo señala el libro del Éxodo:”Moisés les advirtió: “Que nadie reserve nada para el día siguiente. Algunos no le hicieron caso y reservaron una parte; pero esta se llenó de gusanos y produjo un olor nauseabundo” (16, 19 y 20).

3.-Jesús como Pan de Vida

El interés por lo material sin vinculación alguna con el Dios de la Providencia y sin seguirlo a Él mismo, lo deja al descubierto el mismo Señor cuando dice: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse” (Juan 6,26).

Es propio del hombre no escatimar esfuerzos por lograr el pan material y todo lo que esto significa, o sea, los sinnúmeros bienes materiales.

Por esto es capaz de consumir sus años y sus fuerzas, sin descansar jamás por el desasosiego que le invade el corazón por conseguir lo perecedero.

De allí que Jesús sencillamente deja una lección que busca ubicar el interior de la persona en el centro de lo que realmente interesa: ”Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello” (v.27).

Este buscar el verdadero alimento de la vida que es el mismo Cristo, exige el acercarse a Él desde una perspectiva de fe, de la que carecen sus interlocutores.

Desafiantes le responderán que la fe de sus antepasados se fundaba en el comer el pan del cielo en el desierto, mientras que ellos carecen de una señal clara del parte del Señor.

Jesús les responderá que el pan que recibieron en tiempo de Moisés no fue del cielo, ya que sus padres comieron el maná y murieron, sino que el Padre da el verdadero Pan “ahora”, el que realmente baja del cielo y da la vida al mundo y es entregado a todos los que creen.

Y es en ese momento que del fondo de esos hombres surge el pedido que debería brotar del corazón de todos:”Señor, danos siempre de ese pan” (v.32).

4.-No caminen en la vaciedad de sus criterios.

San pablo escribiendo a los efesios (4,17.20-24) les recordará que no han de caminar en la vaciedad de sus criterios ya que “no es eso lo que aprendieron de Cristo, si es que de veras oyeron predicar de él y fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús” (vv.20 y 21).

En efecto, aprendimos de Él “que es preciso renunciar a la vida” del pan perecedero, despojándonos del hombre viejo “que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia”, para renovarnos en lo más íntimo de nuestro espíritu, revistiéndonos “del hombre nuevo, creado a imagen de Dios en la justicia y en la verdadera santidad”(vv.22-25).-

Solamente se deja el hombre viejo y nos transformamos en hombres nuevos en la medida que hacemos realidad mediante la fe las palabras del Señor “el que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Juan 6, 34).

En un mundo como el nuestro tan sediento y hambriento por tantas carencias soportadas a diario, hemos de buscar el verdadero alimento que sólo Jesús nos promete y da generosamente calmando y superando nuestros deseos.

Es el Pan de Vida Eterna el que nos permite dimensionar en su verdadero lugar todo lo temporal y efímero, ya que al gustar su precariedad, revelamos nuestro verdadero ser abierto siempre a la trascendencia que nos colma plenamente.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía del domingo XVIII “per annum” ciclo “B”, 02 de Agosto de 2009.- ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro; http://ricardomazza.blogspot.com.-

No hay comentarios: