“La Encarnación del Hijo de Dios va más allá del hacerse historia para encontrarse con nosotros en idéntica naturaleza, ya que a su vez se transforma en instrumento visible para comunicarnos la eternidad, elevándonos a la comunión divina”.
1.-El anuncio del festín de los bienes mesiánicos.
El libro de los Proverbios (9,1-6) nos presenta a la sabiduría como atributo divino y fuente de la vida verdadera.
En el texto de referencia personifica a quien prepara un banquete y envía a sus criadas para anunciar e invitar al mismo a los inexpertos y faltos de juicio.
Evoca a aquél rey del evangelio (Mateo 22, 1-14) que envía a sus criados a invitar –dada la excusa de los invitados primeros que no concurrirán al banquete- a las bodas de su hijo a todos los que encuentren, buenos y malos, lo cuales colmarán –signo de la abundancia a repartir- la sala del festín.
A quienes participan de esa fiesta promete el encuentro con el verdadero conocimiento para que “abandonen la ingenuidad” y puedan vivir siguiendo derecho “por el camino de la inteligencia” (v. 6).-
Se realiza así aquello que se quiere significar, esto es, que los verdaderos bienes son comunicados por la sabiduría.
Indudablemente se muestra cómo Dios en su infinita misericordia se da a conocer paulatinamente a quienes aún sin saberlo, lo buscan a tientas en medio de un mundo muchas veces confuso y engañoso.
Cuando los convocados responden, a pesar de sus limitaciones, crecen en el conocimiento de la intimidad divina que se les va mostrando progresivamente según el modo de entender de cada uno.
Y esto es así, porque en este avanzar en la comprensión de lo que es Dios, no sólo hemos de superar nuestras falencias en el orden de la captación intelectual, sino también dejar de lado aquellas limitaciones en el orden de la voluntad muchas veces herida por los pecados o insensateces personales.
Ahora bien, la participación en esta mesa que abre las puertas del verdadero conocimiento, prepara y orienta en el Antiguo Testamento a lo que será realidad totalizadora cuando el creyente se nutra con el recibimiento en su vida de la carne del Señor resucitado.
Como respuesta a esta enseñanza de los Proverbios cantamos gozosos (Salmo 33) lo que ya comienza a ser realidad antes de su plenitud santificadora: “Gustad y ved que bueno es el Señor”.
2.-Jesús, verdadera comida y verdadera bebida.
El banquete signo de la entrega del Señor a los creyentes, deja de ser indicio para convertirse en realidad para todos, toda vez que Cristo se ofrece en alimento.
Cada Eucaristía dominical que congrega a los bautizados, buenos y malos, porque el Señor se ofreció por todos en la Cruz, actualiza no sólo la última Cena en que se quedó Él para siempre como real testamento de la Vida Divina, sino que es anuncio esperanzador de los bienes futuros que añoramos alcanzar algún día.
Los aquí presentes somos los invitados que hemos respondido al Señor después que muchos, demasiado ocupados con sus cosas y veleidades mundanas, prefirieron otros alimentos para su alma antes que el nutrirse con la entrega de su carne y sangre.
Los ausentes de hoy, satisfechos en su falta de fe en Jesús, representan a aquellos discutidores contemporáneos suyos que todo lo ponían en duda y se preguntan en estos días: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne” (v.52).
Jesús como ante aquellos, no responde el interrogante, porque quienes no creen, viven autosuficientemente en la vaciedad de sus mentes.
Sólo nos dirá asegurando “que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes” (v.53).
Seguidamente promete a los que se alimentan con su carne y sangre que han de poseer la vida eterna y la resurrección en el último día (cf. v.54).
Alimentarse con la carne y sangre de Cristo es no sólo anunciar su muerte y resurrección hasta que vuelva, sino afirmar la realidad de la Encarnación.
En efecto, el Hijo de Dios se hace hombre para ingresar en la historia humana, pero también para que nuestra “carne”, es decir, la naturaleza humana pueda comprender la realidad de la carne divina que se ofrece por la acción del Espíritu.
Sin la Eucaristía, presencia divina en la carne y sangre del Señor, escapa a nuestro pobre entendimiento el comprender que la Encarnación del Hijo de Dios va más allá del hacerse historia para encontrarse con nosotros en idéntica naturaleza, ya que a su vez se transforma en instrumento visible para comunicarnos la eternidad, elevándonos a la comunión divina.
3.-El que me come permanece en mí.
El permanecer en Jesús comiendo su carne y bebiendo su sangre permite que vivamos por Él en una permanente transformación de nuestro ser.
Este cambio implica caminar en Jesús, que nos hace pasar de la insensatez o necedad a la sensatez o verdadera sabiduría (Efesios 5,15-20).
San Pablo escribiendo a los efesios, y con ellos a nosotros, nos lleva a comprender la sabiduría y la necedad según su sentido religioso y moral.
Sabio es el que reconoce a Dios y guarda sus preceptos, estado posible sólo a aquél que se alimenta del sacrificio ofrecido que es el mismo Jesús, y trata de “saber cuál es la voluntad del Señor” (v.17).
El comportarse sabiamente es una necesidad ante los malos tiempos que corren, asegura el Apóstol.
También hoy como en el tiempo apostólico, el demonio no duerme y utiliza todos los medios modernos a su alcance para presentarse bajo apariencia de bien –“sub angelo lucis”, señala San Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales- y arrastrar a los hombres insensatos –sin el “sensus” de la fe, de la esperanza y de la caridad- a su perversa malicia.
De allí el consejo eficaz de buscar siempre la voluntad de Dios en cada momento, para lo cual se hace necesario huir de todo aturdimiento o embotamiento de los sentidos que nos distraen y encandilan con falsas ilusiones de bienestar pasajero, llevándonos al libertinaje.
Alimentados por Cristo eucarístico será posible vivenciar los consejos de San Pablo cuando afirma con ardor “Llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón” (vs. 18 y 19).
La permanencia en Cristo y el poder vivir su propia vida –gracia que hemos de pedir incesantemente- nos permitirá hacer realidad el dar gracias a Dios por cualquier motivo.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía del domingo XX “per annum” ciclo “B”. 16 de Agosto de 2009. ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/
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