27 de marzo de 2010

“Yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando”.


1.-El anuncio del “algo nuevo” en Isaías
Como anticipando su Pascua, Jesús fue al monte de los Olivos posiblemente para hacer oración, para encontrarse con su Padre. Al amanecer lo encontramos en el templo al que acudía mucha gente. Estando allí se sentó –posiblemente- para enseñar al pueblo acerca de lo que significa celebrar Su Pascua.
En su interior seguramente evocaba aquellas palabras divinas que recordaba el profeta Isaías (43,16-21): “no se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando”. Ese “algo nuevo” estará constituido por la gracia que atraerá hacia Él a todos los hombres, con su muerte y resurrección.
Este mensaje divino del “yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando”, atraviesa toda la historia de la salvación humana, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, ya que Dios siempre está mirando el futuro desde el presente temporal en el que está inserto el hombre.
Para nosotros cada acontecimiento está incluido en “las cosas pasadas”, sin perspectiva alguna de transformación a causa de nuestro pecado personal, siempre envejecedor de nuestro ser y de nuestro obrar.
Pero al mismo tiempo que esto sucede, Dios siempre está pensando en hacer algo nuevo desde las ruinas de nuestra infidelidad y desde el rechazo que manifestamos para con quien nos creó para la vida de hijos.
La experiencia del hombre pasa siempre por el sembrar fatigosamente y entre lágrimas –como destaca el salmo interleccional- a causa de nuestra contingencia, que se transforma -por medio de aquél que siempre viene a hacer algo nuevo en nosotros-, en un canto de alegría “¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría!”. Es el misterio de la Cruz redentora y su prolongación de vida en la resurrección que surca el camino del hombre hacia la Casa del Padre.

2.-El “algo nuevo en Pablo de Tarso”
Para san Pablo (filipenses 3,8-14) el “yo estoy por hacer algo nuevo” implica el profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo, como pedíamos como fruto cuaresmal en el primer domingo de este tiempo.
La ilusión del hombre a través del tiempo ha sido siempre el creer que las cosas le otorgan una felicidad sin igual. Le resulta difícil asumir que tanto debe usar de lo temporal, cuanto le ayude a acercarse más y más al Señor. Y que tanto debe desecharlo cuanto le impidan poner su centro personal en la persona del Hijo de Dios hecho hombre.
De allí que no es de extrañar que el hombre de nuestro tiempo sacrifique muchas veces a Cristo para servir y servirse de las cosas incapaces de otorgarle la felicidad plena.
Para salir de este encierro sobre sí mismo, el individuo necesita que Jesús, como sucedió con Pablo, “haga algo nuevo” en su interior.
Ese algo nuevo que llamamos conversión o ruptura con las cosas pasadas “del hombre viejo”, permite una valoración distinta de la vida humana.
Lo “nuevo” en san Pablo y, debiera ser también para nosotros, implica que “por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo, y estar unido a él”.
El resultado de esta visión nueva en el apóstol supone una unión más estrecha con Cristo que nace de la fe en Él y no de la propia justicia humana siempre parcializada e imposibilitada de hacer “justo” a alguien.
La fe permite elevar el entendimiento humano de tal manera que lo capacita para “conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos” hasta hacerlo semejante al mismo en la muerte, impulsándolo a la resurrección.
Esta realización “de lo nuevo” en el corazón del apóstol y en todo creyente, es progresiva, ya que la meta buscada es lograda al final de la vida, siendo la esperanza la fuerza que motoriza el verdadero obrar cristiano.
Pero justamente porque antes fue alcanzado por Cristo con su gracia, es posible para Pablo seguir “en la carrera” de la perfección sin mirar ya el recorrido obtenido, sólo buscando la perfección del encuentro definitivo con su Dios.

3.-Jesús y “el algo nuevo” en la vida de los escribas y fariseos.
El Señor nos guía en este tiempo de cuaresma hacia la meta de su muerte y resurrección en Jerusalén. Este paso de la muerte a la vida implica no sólo hacer “algo nuevo” en su propia persona, sino concretarlo también en cada uno de nosotros, de manera que seamos nuevas creaturas, capaces de aspirar a las cosas celestiales y no a las pasajeras.
En su encuentro con la adúltera (Juan 8, 1-11), Jesús quiere anticipar en la persona y en la vida de ella, el misterio de la renovación total por la gracia de la misericordia.
Pero si miramos con detenimiento la actitud de Jesús para con los escribas y fariseos, notamos que también en ellos desea realizar “algo nuevo”.
Estos hombres le preguntan con mala intención acerca de la licitud o no de la muerte por lapidación que debían sufrir las adúlteras. No les interesa la mujer, quien debiera ser objeto de misericordia y por lo tanto ser ayudada a cambiar de vida, sino que su intento apuntaba a poner trampas al obrar del Señor para poder acusarlo.
Jesús, pasando por alto sus malas intenciones, les responde de una manera original que consiste en ir más lejos de lo que ellos pretendían saber.
No les responderá acerca de la licitud o no de matar a alguien a pedradas, sino que poniendo en evidencia la actitud de ellos por la que se colocan por encima de los demás como jueces inmisericordes, los obliga a examinar su propia conciencia.
Y así, “el que no tenga pecado que arroje la primera piedra”, se presenta como una frase lapidaria que saca a la adúltera del foco de atención de los presentes, para señalar a quienes en verdad necesitaban ser perdonados y reconciliados con Dios por su pecado de orgullo y autosuficiencia.
El obrar de Cristo con estas valientes palabras inicia el “hacer algo nuevo” en el corazón de los presentes, ya que empezando por los más viejos se van retirando del lugar. Se alejan avergonzados, con su soberbia maltrecha, ya que el Señor los ha dejado al descubierto en su malicia.
Si aprovechan la gracia que se les ofrece podrán cambiar su vida permitiendo que cada día Jesús vaya “haciendo algo nuevo” en su interior, si –en cambio- dejan pasar ese momento de gracia, ese “kairós” providencial, el endurecimiento en el pecado y la imposibilidad de la salvación será un hecho.

4.-Jesús misericordioso hace “algo nuevo” en la adúltera.
Después de la huida –casi a escondidas- de los escribas y fariseos, Jesús se encuentra a solas con la mujer pecadora. Se incorpora ante ella mostrando que viene a levantar a quien está hundido en el pecado diciéndole que no la condena. La reprobación hubiera significado la ausencia de esperanza de salvación para ella, el quedarse sumergida en sus debilidades.
Jesús cumple así su palabra de que como médico se manifiesta “sanador” de los enfermos, no de los sanos, que ha venido a buscar lo que estaba perdido, para que encontrado, no pierda el rumbo de la elevación humana.
Al no ser condenada, la mujer experimenta en su propia existencia lo que seguramente conocía sólo de oídas, la misericordia salvadora de Jesús.
Pero el mismo Jesús le advierte cuál es la condición para que se siga produciendo en ella “algo nuevo”: no ha de pecar más en adelante.
En realidad si ella siguiera pecando, se quedaría “en las cosas pasadas” de las que habla Isaías sin posibilidad alguna de lo nuevo.
Igualmente los escribas y fariseos si continúan pensando en apedrear a las adúlteras cerrándose al perdón y a la misericordia, seguirán “en las cosas antiguas”, sin descubrir que con la presencia salvadora del Señor ya “está germinado“ en el corazón humano la necesidad de imitarlo en el ejercicio de la misericordia.
La adúltera además no es más que una figura de cada uno de nosotros, inclinados con frecuencia al adulterio espiritual que consiste en dejar al Dios verdadero con Quien fuimos desposados por el bautismo, para entregarnos a los amores pasajeros que nos ofrece el espíritu mundano de nuestro tiempo.
Cristo por lo tanto al llamarnos a la permanente conversión del corazón, nos ofrece la posibilidad de ser reconciliados con el Padre, el “algo nuevo” que viene a transformarnos en lo más profundo de nuestro ser.
Con el espíritu confiado en la bondad del Señor, y que Él mismo nos inspira, pidamos humildemente la fuerza necesaria para seguir caminando en medio de las dificultades de nuestra vida, hasta llegar a la meta de la Pascua Eterna, de la que la de Cristo es ya certeza y anticipo.
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Imagen en el encabezado: “La mujer adúltera”, Santa Cruz de la Serós. Aragón, España.
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Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la Parroquia San Juan Bautista. Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el quinto domingo de Cuaresma, ciclo “C”. 21 de marzo de 2010.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com;
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