7 de marzo de 2010

Con la esperanza de su glorificación, marchemos con Cristo a Jerusalén


1.-La alianza con Abrahám.
Cuando Dios crea al hombre colocándolo en el paraíso, hace un pacto con él, brindándole todo aquello que el ser humano necesita para vivir dignamente, reclamándole una respuesta que se ha de concretar en la fidelidad para con su Creador que piensa y realiza siempre el bien a favor nuestro.
Pero el hombre rompe esta alianza por el pecado, al no querer aceptar su límite creatural.
A pesar de ello Dios vuelve reiteradamente a invitar al hombre para concretar un compromiso de amor.
Y así hablamos de la alianza patriarcal cumplida con Abrahám, la realizada con Noé después del diluvio purificador del pecado del hombre, de la sinaítica cuando Dios entrega las tablas de la ley al pueblo a través de Moisés, afirmando que Él será su Dios y ellos el pueblo elegido si cumplen la palabra escuchada, la alianza de Siquem (Jos.24), la davídica (2 Sam. 23,5), la posexílica (Neh. 8-10).
Todas estas alianzas que caracterizan la historia de la salvación, se orientan a la nueva Alianza concretada por Cristo (Lucas 22,20), a través de su muerte y resurrección.
El libro del génesis nos presenta la alianza patriarcal, que a diferencia de las otras es unilateral, de carácter promisorio, ya que es Dios quien se compromete a cumplir con la palabra dada a Abraham en el sentido de que será padre de un gran pueblo y habitará la tierra prometida.
Abrahám ha cumplido con el llamado del Señor dejando su tierra y su familia, e incluso dejándose a sí mismo o a sus intereses, para ir tras las sendas que Dios le marcaba sin que él supiera con claridad qué ocurriría, sino sólo entregándose.
Dios le ha prometido una gran descendencia comparable a las numerosas estrellas del cielo, asegurando también una tierra en la que afincarse es ya anticipo de la tierra ofrecida del cielo.
Abrahám cree en Dios pero en él se esboza una pregunta sobre cómo sabrá que habrá de poseer esa tierra, anticipando aquella pregunta del Nuevo Testamento en boca de María, sobre cómo será la encarnación.
Dios le indica la forma de realizar un pacto unilateral por el cual se compromete a realizar lo anunciado, como le dirá en el futuro a María que será cubierta por el poder del Altísimo.
Partidos por la mitad los animales utilizados en el rito de alianza, se observa que una antorcha de fuego pasa por en medio. ¿Qué significa esto?
Era común en la antigüedad, que los que concretaban el pacto, pasaran por en medio de los animales partidos para sellar un convenio determinado augurando igual suerte que los animales, para quien faltara a su palabra. Constituía por lo tanto un pacto serio cuyo cumplimiento obligaba, no como ahora que no sólo ha perdido valor la palabra empeñada, sino también los compromisos escritos.
La antorcha indicaba el paso de Dios que se comprometía a cumplir la palabra dada a favor de Abrahán, esto es, la promesa de una gran descendencia y la tierra que habrían de habitar.
Lo acontecido en la vida de Abrahám prepara la historia de Israel, historia de salvación humana que culmina en la persona de Jesús.

2.-Jesús en el Tabor.
Lo encontramos a Jesús en el monte Tabor en aquél acontecimiento conocido como la Transfiguración.
Se trata de una experiencia espiritual que tendrán Pedro, Santiago y Juan ante la manifestación de la divinidad de Cristo que los fortalecerá para vencer las debilidades que se presenten en la Pasión.
La presencia de Moisés y Elías señalará que la ley y los profetas se orientan al Salvador, ya sea porque Él es la Palabra –perfección de las diez palabras del Antiguo testamento-, ya porque en Él se cumplen las profecías y devela la intimidad divina.
Por otra parte hay una referencia explícita a la necesidad de subir al Monte. Como Moisés en el Sinaí, como Elías en la cueva del monte, sube también Cristo a la montaña de la perfección y, nos invita a nosotros a realizar lo mismo para encontrarnos con la divinidad, despojándonos de todo lo que pueda resultar distractivo para ese encuentro íntimo con el Señor.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, nos dice el texto bíblico, significando el lado oscuro del hombre ante la manifestación del Señor, ya que su misterio se va develando progresivamente y no resulta comprensible de entrada a todos los que lo conocen. Con todo, la experiencia permite exclamar “¡Qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas” para seguir gozando del conocimiento de la divinidad.
La divinidad del Señor aparece como algo palpable para los apóstoles, y se escucha además la voz del Padre: “Este es mi Hijo, escúchenlo”. Hagan caso a lo que les vaya enseñando.
Previamente Pedro, ante la pregunta del Señor sobre lo que piensa la gente de Él, dirá “Tú eres el Hijo de Dios Vivo”.
En esta oportunidad, el Padre es quien confirma la veracidad de lo que ya afirmara Pedro, por eso la necesidad de escuchar al Señor.
Esta experiencia de escucharlo es muy propia del tiempo de cuaresma, de allí la necesidad de subir al monte de la perfección para entender el misterio de Dios.
Pero hay también una invitación muy importante y es la de salir con Jesús y caminar junto a Él hacia Jerusalén.
Moisés y Elías aparecieron revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús que habría de cumplirse en Jerusalén la ciudad que mata a los profetas y que está esperando al Señor para darle muerte.
A esta Jerusalén deben dirigirse no sólo Pedro, Juan y Santiago, sino también cada uno de nosotros ya que se trata de un nuevo éxodo, un salir de nosotros mismos para ir al encuentro del misterio de la Pascua, de la muerte y resurrección del Señor.
De allí la necesidad de vivir a fondo lo que nos dice el Padre del Cielo en el sentido de escuchar al Salvador, porque es el predilecto del Padre que nos conduce a conocer más su misterio divino.

3.-La purificación interior.
Pedíamos en la primera oración de la liturgia de hoy, que la escucha de la palabra de Dios vaya purificando nuestra mirada interior, -esa mirada que muchas veces está contaminada de tal modo que nos impide ver al Señor- para que podamos contemplar la gloria de Dios.
Imposible contemplar con mirada interior la gloria de Dios si previamente no la purificamos en profundidad con la luz y la gracia divinas.
Por eso el apóstol Pablo nos deja hoy una invitación que recuerda lo que nosotros somos, y viene a coronar lo que decimos. Dirigiéndose a los cristianos de Filipos, -y lo hace llorando- afirma que “hay muchos que se portan como enemigos de la cruz de Cristo”.
Esto le duele al apóstol, porque redimido por Jesús, el cristiano no puede vivir como enemigo de la Cruz salvadora, a no ser que quiera renunciar a su ser de cristiano. Sigue Pablo diciendo acerca de los enemigos de la cruz de Cristo que “su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la tierra”.
Palabras duras, por cierto, que describen lo que él percibe en la comunidad de Filipos. ¡Cuántos cristianos viven hoy de esta manera! Esto podría dirigirlo a los cristianos de Santa Fe, o de nuestra Patria toda, o del universo mundo.
A continuación señala el ser propio del cristiano afirmando que “somos ciudadanos del cielo y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo”. Al ser ciudadano del cielo por la cruz salvadora, el cristiano no puede tener como fin lo que lo llena de vergüenza y aquello que lo deja estancado en las cosas de este mundo.
De allí la necesidad de ir al encuentro de Cristo que transforma nuestro cuerpo, nuestra alma, todo nuestro ser., haciéndonos semejantes a Él.
Concluye el apóstol –y quiero hacer mías esas palabras suyas- “ustedes que son mi alegría y mi corona, amados míos, perseveren siempre en el Señor”.
Tenemos la experiencia en mayor o menor medida, que cuando nos apartamos del Señor para seguir los goces fugaces que nos presenta el mundo, no queda más que amargura, vacío y soledad en el corazón. Cuando nuestra vida, en cambio, se expande bajo la mirada y experiencia profunda de Cristo, todo es claridad y fuerza que lleva a crecer más en Él.
Aprovechemos para implorar la gracia de la fidelidad a Cristo, luchemos para perseverar en ella, para llegar así a la gloria de la resurrección de Aquél que quiere mostrársenos plenamente.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el II° domingo de Cuaresma. Ciclo “C”. 28 de Febrero de 2010.-
Textos: Gen. 15, 5-12.17-18; Filip. 3,17-4,1; Lc. 9,28-36.- ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro; http://gjsanignaciodeloyola.blogspot.com.-
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