8 de julio de 2010

Como “ovejas en medio de lobos”, siempre discipulos del Señor


Los textos bíblicos de las últimas liturgias dominicales hacían referencia al seguimiento de la persona de Cristo. El domingo pasado se hacía mención a tres tipos diferentes de encuentros con el Señor, ejemplos de búsqueda de una vida más plena.
En el texto (Lc.10, 1-12.17-20) que acabamos de proclamar se describe el envío que hace Jesús de los setenta y dos discípulos, número éste que significa su intención de que el mensaje llegue a todo el mundo, a todas las naciones. Elegidos además de los doce, que prolongarán a las doce tribus de Israel en el nuevo Pueblo de Dios.
Los envía el Señor para precederlo en los lugares a los que iría Él mismo.
El texto pone en boca de Jesús que dada la abundante cosecha, hay que rogar al dueño de la mies para que envíe trabajadores a la misma.
El pedido no hace referencia a la siembra, cosa que sería lo más natural, sino levantar lo que ha fructificado, ya que quien siembra es precisamente el Señor. Pero al mismo tiempo el levantar la cosecha implica preparar otra vez el terreno para una nueva siembra, para que así la tierra pueda fructificar nuevamente con abundancia.
En este envío que Jesús hace, da precisiones concretas a los enviados, -que lo son como corderos en medio de lobos-, “no lleven alforja, no lleven dinero, ni sandalias”, porque la verdadera exigencia es poner la confianza como misioneros, no en las cosas, a las que uno siempre busca para tener seguridad, sino en Cristo Nuestro Señor que es quien envía, la roca viva.
Les dirá que cuando entren en una casa dejen la paz que se origina en Él.
De ella habla también hoy el profeta Isaías (66,10-14) asegurando que el Dios de la paz la derramará abundantemente –signo de la era de la salvación- sobre la Jerusalén reconstruida después del exilio, que es un anticipo de la Jerusalén del Nuevo Testamento, la Iglesia, y preparación para llegar a la Celestial.
Jesús conocedor de la Escritura está, por cierto, pensando en los dichos de Isaías respecto al don de la paz cuando solicita que la dejen a quienes sean merecedores de recibirla, haciéndoles sentir que la paz no es mera tranquilidad sino pleno bienestar en todos los órdenes de la vida humana.
Y esto es así porque Dios es generoso siempre en sus dones, no escatima la participación de su grandeza y, entrega su paz a los corazones bien dispuestos.
De allí que Jesús señale que cuando en una casa no haya nadie bien dispuesto a recibir la paz, ésta volverá a los discípulos.
De la misma manera, cuando vayan de ciudad en ciudad y sean recibidos bien, han de decir “el reino de Dios está cerca de ustedes”, porque ya está preparado el camino para el encuentro con Jesús.
Pero cuando no sean recibidos junto con el mensaje, sacudan hasta el polvo de sus sandalias en señal de reprensión y digan: “de todos modos sepan que el reino de Dios está cerca”.
Ya no de “ustedes”, sino “está cerca”, para que quede claro que es la cercanía del reino en cuanto juicio a causa del rechazo del mensaje predicado, quedando sin embargo siempre a salvo la posibilidad de la conversión.
Nos dice el texto proclamado que al regresar de su misión, volvieron felices los setenta y dos discípulos, en especial por el poder sobre los demonios. Jesús les dirá “yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” refiriéndose a que las fuerzas del mal siempre van disminuyendo en la medida en que es proclamado el evangelio.
Cuando el evangelio es más y más conocido, el maligno y sus seguidores van perdiendo eficacia en su perversa intención contra el ser humano.
Al respecto san Ignacio de Loyola en los ejercicios espirituales de su autoría, destacará que cuanto más es enfrentado el maligno, éste va perdiendo poder e influencia, pero en la medida que vislumbra temor en la persona tentada cobra nuevos bríos y se afirma en su labor demoníaca.
La Palabra de Dios que hemos escuchado, pues, nos invita a ser valientes en la proclamación del mensaje de Jesús, sin miedo, aunque Él nos envíe como corderos en medio de lobos, ya que contamos con su permanente auxilio.
En referencia a esto nos sirve de reflexión lo que hemos vivido el jueves 1° de julio pasado en Santa Fe en “la fiesta de la familia”.
En efecto, a través de la marcha organizada -en particular por los jóvenes-, pudimos testimoniar nuestra convicción que toda familia fundada en el matrimonio de varón y mujer, constituye el basamento de la sociedad toda. Concurrieron adultos, jóvenes, niños, familias, sin distinción de religión o bandería política, siendo palpable la alegría de poder proclamar la verdad del matrimonio que es anterior al cristianismo mismo ya que está presente en la realidad creatural que nos distingue como varones y mujeres, llamados a la complementación y por ello a la plenitud y perfección humana.
En la actualidad, cabe reconocer, hay intentos cada vez más agresivos por acallar esta verdad, pero ella se presenta con total naturalidad desde el ser mismo de la persona.
La concurrencia de diez a doce mil personas –según cálculos de la policía-, sin contar con quienes no pudieron concurrir por razones de trabajo, nos demuestra que cuando queremos testimoniar lo que vivimos y esperamos, tenemos la fuerza y el entusiasmo para hacerlo, sin importar lo que a causa de esto sobrevenga, ya que sabemos fuimos enviados como corderos en medio de lobos, pero sin estar nunca abandonados por el Señor que nos da su paz.
Estamos seguros de que seremos atacados y ridiculizados, como sucedió desde algunos medios con ocasión de esta marcha, pero esto no es más que un signo de la impotencia propia del que no puede acallar la verdad.
Porque aunque ésta sea silenciada en nuestra Patria por no pocos que debieran darla a conocer, sin ceder a presiones ideológicas o dinerarias, igual sigue manifestándose en todo su esplendor, ya que dice Jesús “yo soy la Verdad”.
Aunque el rechazo muchas veces se multiplica contra la naturaleza de las cosas, el Señor nos dice que “veía a Satanás caer desde lo más alto del cielo”.
Es necesario por lo tanto saber escuchar y seguir la invitación que nos hace Jesús de testimoniar con nuestras vidas sus enseñanzas, sin miedo alguno. Convencidos de contar siempre con la firmeza de su apoyo, demos a conocer nuestro sentir, sobre todo teniendo en cuenta que en nuestra patria –cada día más decadente- seguirán otros intentos orientados a la destrucción de la dignidad de la persona humana, pretendiendo imponer el aborto o la eutanasia.
Hemos de manifestar que tenemos las cosas claras, que no nos dejamos manejar por las modas ideológicas, o por los poderes de turno que por conseguir dinero de organismos internaciones no dudan en pretender todo aquello que nos llena de vergüenza.
Deseemos y luchemos por vivir todos de acuerdo a la recta razón y, además conforme a la fe cristiana los que la profesamos. Como Nación hemos sido engendrados y formados en una matriz católica, llamados a continuar con la fe recibida de nuestros mayores.
La palabra de Dios nos deja esta invitación a misionar en la sociedad actual.
Para carecer de ese miedo que muchas veces paraliza al creyente es necesario llegar a vivir lo que hoy destaca el apóstol san Pablo (Gál. 6, 14-18) “yo me gloriaré en la cruz de Cristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo estoy crucificado para el mundo”.
Es decir que ese mundo o cultura, contrarios a nuestro ser cristiano, a nuestra forma de concebir la vida, debe estar crucificado para nosotros, o sea, no han de seducir nuestro ser y vida, debemos tener la fortaleza para desecharlos.
Estar crucificados nosotros para el mundo significa no dejarnos atrapar por esos espejismos de falsa felicidad y bienestar que ofrece el mundo.
Como San Pablo afirmémonos en la seguridad que nos da Cristo y su evangelio, rechazando las argucias de quien es mentiroso desde el principio y busca destruir siempre la verdad.

Cngo Prof. Ricardo B. Mazza. Director del Grupo Pro-Vida “Juan Pablo II”. En Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el domingo XIV durante el año, ciclo “C”. 04 de Julio de 2010.

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