2 de julio de 2010

El seguimiento de Cristo, es vivir en el esplendor de la verdad.


1.-El seguimiento de Cristo, es vivir en su verdad
En la primera oración de esta misa se nos recordaba que por ser hijos adoptivos de Dios nos hemos transformado en hijos de la Luz y, pedíamos al Señor que brille siempre en nosotros el esplendor de la verdad.
El Señor nos responde siempre esta súplica ya que con sus enseñanzas nos va mostrando el camino para vivir en el esplendor de la verdad, que es Él mismo, y así, con esta luz interior, dirigirnos decididamente junto a su Persona a Jerusalén, anticipo del reino que no tiene fin.
La palabra de Dios nos sigue enseñando hoy, mostrándonos como punto central el tema del seguimiento que hace libre al ser humano.
El domingo pasado escuchábamos en el evangelio el anuncio de la muerte de Jesús en Jerusalén. Hoy san Lucas refiere que caminó decididamente a Jerusalén, para culminar su misión por este mundo.
En el trayecto se encuentra Jesús con distintos tipos de personas que son llamadas para seguirlo, continuando de este modo con lo que ya el domingo pasado el Señor reclamaba invitándonos a la negación personal y tomar su cruz cada día, para proseguir siguiéndolo, con la transmisión del evangelio.

2.-El seguimiento en el Antiguo Testamento.
Pero este seguimiento, con sus singularidades propias, tiene su antecedente en la descripción que hace el libro primero de los Reyes (19, 16. 19-21), con el llamado que Dios hace a Eliseo para la misión profética.
El texto bíblico nos ubica sobre quién es Eliseo. Goza de una holgada posición económica, -la posesión de doce yuntas de bueyes en ese tiempo certifica esto-, y el profeta Elías enviado por Dios, arroja sobre él su manto, -signo de la investidura profética- .
Eliseo entiende lo que significa el signo, pide ir a despedirse de los suyos y, a diferencia de Cristo en el evangelio, Elías le concede lo solicitado, posiblemente porque entendió esto como una forma de despegarse de todo su pasado, de su presente y de su futuro.
De hecho, hay signos que abonan esta interpretación, ya que sacrifica a los animales, hace fuego con los arneses y distribuye la carne asada entre sus servidores. Señales éstas propias de alguien que se desprende de todo aquello que era vital en su vida, para seguir el llamado que el Señor le hiciera a través de Elías.
Eliseo aparece así como un hombre desprendido, que ha entendido que para vivir la vocación de profeta no puede retrasarse, no puede dejar para mañana lo que se le pide hoy en un gesto de total despojo de sí.

3.-El seguimiento en el evangelio.
Esta misma tónica de interpelación y llamado al seguimiento aparece claramente en el evangelio (Lucas 9,51-62) recién proclamado, que se presenta como signo de contradicción con el rechazo que soporta el Señor.
En efecto, mientras es resistido en un pueblo de Samaría, -anticipo de lo que sufrirá en Jerusalén-, sigue llamando a diferentes personas para que continúen su obra, interpelando las conciencias, desechando la violencia sugerida por los “hijos del trueno” Juan y Santiago, como diciendo “el juicio de Dios vendrá en su momento, esta es la hora de ir a Jerusalén y aceptar lo que allí sobrevenga”, esto es, morir por la salvación del mundo.
Y se encuentra en el camino con quien le dice “te seguiré adonde vayas”. Ante esto, Jesús no anda con medias tintas, no minimiza la exigencia de la entrega para evitar que se le escape un posible seguidor si es muy exigente, sino que responde “las zorras tienen sus cuevas y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.
El Señor sabe que el hombre busca siempre el nido, la cueva, -signos de calor hogareño, de seguridad, de “instalarse” en un esquema concreto de vida-, mientras que el seguimiento de su persona encarna siempre el desafío de no saber que pasará mañana, dónde se ha de reclinar la cabeza. El nido, la cueva, la seguridad del que sigue a Cristo no está en las cosas de este mundo que ofrece la sociedad, sino en el mismo Señor, Él es la roca, el que otorga firmeza y seguridad a la vocación.
Y Jesús sigue caminando y al encontrarse con otro toma la iniciativa diciéndole “sígueme”, como le dijera a Mateo en su momento con la consiguiente y espontánea respuesta de seguirlo por parte de éste.
En este caso la respuesta será “deja que entierre primero a mi padre”, a lo que el Señor indicará enérgicamente y hasta con dureza para nuestros gustos, acostumbrados a una sociedad blandengue, que no exige demasiado, “deja que los muertos entierren a sus muertos”.
En efecto, la sociedad, las costumbres y cultura de nuestro tiempo nos han acostumbrado a ser tan débiles, que las exigencias del evangelio no hacen más que chocar con nosotros mismos y estructuras vivenciales.
Ante la afirmación del Señor, “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el reino de Dios”, nos preguntamos, ¿por qué estas palabras? Porque acompañar al padre en el momento de su muerte y sepultarlo, equivalía a recibir la herencia no sólo de fortuna sino de la tradición familiar, de su pueblo, a la que había que conservar y transmitir a los demás. Implicaba un “asentarse” y afirmarse en lo que se recibía, impidiendo esto por cierto una total disponibilidad para el evangelio.
Jesús, en cambio, está proponiendo “algo nuevo”, la novedad de despojarse de toda atadura para comenzar a anunciar la Buena Nueva, a Él mismo.
Invita a dejar lo que pertenece al pasado para abrirse al horizonte nuevo de predicarlo, desde el presente, continuando su obra.
En su caminar decidido a Jerusalén, se encuentra con el tercero quien le dice: “Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia”. La respuesta del Señor no se hace esperar señalándole, “el que pone su mano en el arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios”.
Es la condición que pone la gente que no se decide, instalada en su mundo, en sus cosas, en sus afectos, por buenos que sean y, que impiden el despojarse de todo para seguirlo a Jesús en esta misión nueva que propone a la generosidad humana.

4.-La libertad como condición del seguimiento.
No está mal amar a la familia, sino el que ese afecto impida a la persona ser totalmente libre para ponerse a disposición de la causa del anuncio del evangelio con todo lo que esto implica
El texto que hemos proclamado pone por lo tanto como condición de seguimiento el despojo de uno mismo que supone la renuncia de todo aquello que puede ser atadura. Por eso, el que es totalmente libre puede seguir al Señor con la libertad de los hijos de Dios de la que habla S. Pablo.
El verdaderamente libre vive movido por el Espíritu y no por las obras de la carne, nos dirá el Apóstol escribiendo a los gálatas (4,31-5,1.13-18).
En cambio, el esclavo, es quien vive atado a la carne, al pecado, del que fuimos liberados por Cristo.
Ser libres no es apertura para el libertinaje sino para el Señor, deshaciendo toda atadura que frene una entrega incondicional al que nos liberó.
El cristiano salvado por Cristo, -libertad que se recibe en el bautismo-, sabe que la carne lucha contra el espíritu y éste contra la carne, ya que hay antagonismo permanente.
De allí la necesidad de dejarnos guiar por el Espíritu de Cristo y no regresar a la condición de esclavos que se alcanza por el pecado.
La libertad induce esa orientación hacia Dios y a los hermanos, lejos del egoísmo, servidores unos de otros, llevando a su plenitud el “amarás al prójimo como a ti mismo”.
Ahora bien, todo esto del seguimiento y de la vocación, no sólo se ha de interpretar como refiriéndose únicamente al sacerdote o al consagrado, sino que toca el corazón de todos los bautizados.

5.-El seguimiento en el matrimonio y toda vocación cristiana.
Para poder seguir a Cristo por medio de la vocación matrimonial, a través de la profesión, del trabajo, del mundo de la cultura, es necesario primero alcanzar ese desprendimiento de corazón para libres de toda ligadura, entrar de lleno en aquello que el Señor nos reclama.
Y así, si un muchacho y una chica deciden casarse han de ser libres –sobre esto pregunta el sacerdote cuando los prepara y el día del matrimonio-, dispuestos a vivir una libertad que va más allá de la decisión personal, que supone también libertad de uno mismo y de todo aquello en lo que el ser humano se ha instalado y que puede después resultar un impedimento serio para realizar un proyecto de vida.
En mis largos años de sacerdocio he comprobado que muchos fracasos matrimoniales fueron causados por la falta de libertad o incapacidad personal de los contrayentes, o al menos de uno de ellos, por despojarse de los egoísmos, como señala San Pablo, o liberarse de aquellas visiones propias de solteros, para abrirse a la disponibilidad y decisión de un proyecto de vida matrimonial y familiar según el designio de Dios, que involucre a ambos cónyuges.
No se termina a veces de dejar las ataduras con las que se llega al matrimonio, siendo una de ellas el permitir la intromisión de otros, especialmente la de los padres de alguno o de los dos contrayentes, que llega herir de muerte la misma vida matrimonial. No se trata de no amar a la familia que se ha dejado atrás para comenzar algo nuevo, sino de poner las cosas en su lugar desde el comienzo de la nueva vida.
El proyecto matrimonial supone una renuncia que a veces se percibe ausente cuando la vida en común da paso al individualismo más profundo, en el que cada uno quiere vivir como si no estuviera casado o se revive la adolescencia que ya se ha perdido, o pretendiendo transitar por una ficticia realización personal, o proyecto individual que olvida a la otra parte.
En el mundo de la profesión, en el trabajo, en el sacerdocio, en lo que cada uno ha asumido como vocación propia, es necesaria la libertad de los hijos de Dios que permita santificarnos y evangelizar al mundo.
Pidamos la luz de lo alto para que en las opciones de cada día vivamos en el esplendor de la verdad del seguimiento desinteresado al Señor.


Cngo. Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XIII durante el año, ciclo “C”. 27 de Junio de 2010.

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